Viernes, 22 de noviembre de 2024

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De Númenor, Sauron y la Iglesia

por No tengáis miedo

Perdón por adelantado a los especialistas en la literatura de J.R.R. Tolkien; es fácil que como mero aficionado no sepa expresar bien la idea. Para los que no se hayan adentrado mucho en la maravillosa mitología creada por este fantástico autor, que va mucho más allá de lo que puede verse en la trilogía cinematográfica de “El Señor de los Anillos”, hoy quería hablarles de Númenor.

Númenor era un lugar de beatitud: algo así como una isla a mitad de camino entre la tierra y la eternidad. En ella los hombres alcanzaron su máximo esplendor; sabiduría, belleza, larga vida, paz… Eran hombres especialmente bendecidos y cuidados por la divinidad. Sin embargo, la mayoría de los hombres de aquel lugar, y la isla entera, se perdieron por culpa del maligno, Sauron, que los embaucó y engañó, con sutilezas y grandes argucias, hasta hacerles rebelarse contra la divinidad, provocando así su propia destrucción. Sólo unos pocos sobrevivieron.  De entre estos supervivientes (para los que hayan visto la trilogía pero no hayan leído el Silmarillion),  proviene Aragorn.

Pues bien, en la Iglesia hay muchos Númenor. La mayoría incluso pasan desapercibidos, tristemente, por los hombres. Y multitud de ellos son Númenor nacientes, incipientes: se adivina la maravillosa luz de lo que pueden llegar a ser, aunque se trate meramente de una promesa. Y a todos ellos llega la acción de “Sauron”, que siembra y alimenta las discordias, las maledicencias, en un intento por arruinar la bella obra.

¿Lo aterrizamos más? Cuántos grupos de gente preciosa se pierden en la Iglesia. Cuántos gérmenes de comunidades se malogran. Los motivos pueden ser muy diversos, pero no nos engañemos: tras ellos siempre está el maligno, es siempre “Sauron”, que vuelve a unos contra otros, que siembra mentiras que como incautos nos hace creer, que nos aparta en definitiva de Dios y de la Verdad.

En cualquier grupo, y los grupos cristianos no son ni mucho menos la excepción (más bien al contrario), es inevitable que surjan las controversias. A veces son cuestiones superables. En otras ocasiones, unos sentirán la llamada de Dios hacia un camino, otros hacia otro. Aún llegando al extremo de la separación, siempre que se haga en paz, en discernimiento, para seguir al Señor en el camino que en conciencia Él nos muestra, no debería haber problema. Sin embargo, es tan difícil que no surjan heridas, resentimientos… Nuestro apego a las personas hace que temamos perderlas cuando en un grupo los caminos se separan. En este aspecto,  siguiendo con trilogías cinematográficas, en la saga de “La Guerra de las Galaxias”, el maestro Yoda le dice al joven Anakin Skywalker: "El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento.” Y de este modo, el sufrimiento lleva a aquellos que una vez se llamaron hermanos de otros a arremeter contra los mismos. Aún sin ser conscientes de ello en muchas ocasiones.

¿Qué hacer pues, si esta situación llega? ¿Cómo distinguir los mensajes de “Sauron” para no caer en sus trampas? Hay algunas pautas que pueden resultar evidentes, pero que no está de más recordar:

-La persona que nos habla, descontando que sea persona de intensa oración y vida sacramental (que puede ser mucho descontar), ¿rebosa paz en su forma de hablar y actuar o se entrevén resentimientos en la misma? ¿Vive con alegría o con tristeza? ¿Nos da mensajes de reconciliación, de misericordia hacia los demás, o por el contrario reparte críticas? ¿Nos llama a la verdad, aunque ésta no nos guste, o nos dice lo que queremos escuchar? ¿Nos habla sin miedo a que se conozcan sus palabras, o lo hace con secretos, a escondidas? ¿Acoge a todos por igual, o tiende a hacerlo sólo con sus “elegidos”? ¿Nos invita a escoger en libertad, o nos inclina hacia el “conmigo o contra mí”?

Cuidado en los segundos casos. Más valdría advertir a la persona en cuestión de que quizás haya sido embaucada por “Sauron” el traidor. Pues resentimientos, amarguras, murmuraciones, adulaciones, palabras a escondidas, selección de personas, amenazas, etc… no vienen de Dios.

“Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16).

Cuidemos de cada Númenor que encontremos allá donde estemos, aunque no sea el nuestro. Sacerdotes y responsables de la Iglesia más que nadie, por favor. Son preciosos proyectos de Dios. Y que cada uno busque su Númenor: pues créanme, existe. 

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