La Iglesia, con cabeza y manos
La Iglesia, con cabeza y manos
En el post anterior iniciamos un comentario del artículo publicado en ABC por el teólogo Olegario González de Cardenal que titulaba “Triple Iglesia”. Hablamos de la necesidad que tiene la Iglesia de no prescindir del corazón, del amor, de la espiritualidad, de la misericordia a la hora de desarrollar su vocación en el mundo. Decíamos que una Iglesia sin corazón no pasaría de ser una ONG, una multinacional del espíritu. Pero la Iglesia es otra cosa: es madre, es pueblo, es vida…
Comentamos que la Iglesia se fundamenta en un trípode al que no le puede fallar ninguno de los tres soportes. Si el corazón es el fundamental, la cabeza y las manos, la inteligencia y la acción le siguen muy de cerca. Hablemos de estas dos columnas, que son como dos muletas que nos permiten caminar seguros por sendas no siempre fáciles.
Jesucristo nos ofrece la Verdad, la revelación del Padre. Y esta, comprendida y aceptada, nos hace libres. Así lo dice González de Cardenal: El espíritu de la verdad y de la santidad, que, ahuyentando el temor propios de los esclavos, nos hace posible sentirnos libres, se convierte en fuente de libertad y en exigencia de liberación.
La verdad es la fuente y el fin del hombre, mientras que la libertad es el camino para descubrir esa fuente. La Iglesia tiene la verdad como meta, y la libertad como camino. Se hace necesaria, por tanto, una formación sólida, no basada en opiniones o corrientes, sino la Palabra de Dios y la Doctrina. La ignorancia no hace Iglesia. Y hoy, inexplicablemente, abunda el desconocimiento de verdades básicas. Y esta carencia no se puede suplir con la efímera información que nos ofrecen los medios. La formación se adquiere en la lectura adecuada, en el estudio puntual, en la escucha atenta de los que saben más y mejor. La nueva evangelización en la que está empeñada la Iglesia no es tarea fácil. Tropezamos con la sordera de los que no quieren escuchar. La siembra es abundante, pero la tierra es dura. La luz es intensa, pero no terminamos de abrir las ventanas de la mente. Una Iglesia sin cabeza no es creíble, es un títere del espíritu. Y los títeres son para los circos.
Pero la Iglesia debe también tener manos. Es decir, no es simple teoría. La fe sin obras no vale. Me decía una niña de catorce años que ella quería ser como sus amigas: católicas no practicantes. Está de moda. Pero eso es ser nada: higueras estériles. Por nuestras obras conocerán que somos discípulos del Señor, dice Él mismo en el Evangelio. Jesucristo no se conformó con predicar la Verdad, actuó haciendo milagros y gestos de amor. El papa Francisco no se quiere limitar a leer discursos, sino que actúa, que tiene gestos muy elocuentes que llegan a todos. Las obras de caridad, nuestro modo de enfocar la vida, nuestro testimonio, es lo que convence.
La Iglesia promueve contantemente obras apostólicas y asistenciales. Una ojeada sobre el mundo nos permite descubrir: las parroquias cerca de nuestras casas, Cáritas junto a los pobres, movimientos, asociaciones, organizaciones, parcelas especializadas en el Pueblo de Dios, Institutos religiosos, Órdenes, Misiones, atención silenciosa a los enfermos y dependientes, familias, centros de formación… Sería muy prolijo intentar agotar la lista. El amor real y realista nunca es alternativa a la verdad, ni la eficacia de nuestras manos alternativa a los dones de gracia que Dios nos ofrece por su Espíritu, su evangelio y sus sacramentos.
Amor, verdad y acción son las columnas en la que se apoya la Iglesia. Pero todas unidas, sin exclusiones ni alternativas. Si falta alguna, la Iglesia Católica, en esas circunstancias, dejaría de ser la Iglesia de Jesucristo. Por tanto, amor sincero, formación y a la calle a buscar ocasiones de servir, y almas para Dios. Como dice el papa Francisco, hay que “liarla”.
Juan García Inza