Un trípode para la Iglesia
Un trípode para la Iglesia
El domingo publicaba Olegario González de Cardenal en la tercera de ABC un interesante artículo sobre la Iglesia. Me ha gustado, y no me resisto a comentarlo en este post veraniego. Es verdad que el calor nos invita a la inacción, nos atolondra un poco, y parece que ponernos a pensar provoca agobio, tedio, sudoración compulsiva, pero en invierno y en verano no podemos abdicar de nuestra condición más noble, de nuestra capacidad de pensar.
Y el teólogo González de Cardenal, pensando por nosotros, nos ofrece unos buenos puntos de reflexión sobre la Iglesia. El titula su artículo “Triple Iglesia”. La Iglesia del corazón, la Iglesia de la inteligencia y la Iglesia de las manos. Una sola Iglesia que actúa, si quiere ser auténtica, a través de todas nuestras potencias vitales.
La Iglesia del corazón. La Iglesia del amor sincero. Cita al gran teólogo del siglo XX, Carlos Barth, que al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, a la pregunta que le hicieron unos benedictinos sobre lo que tenían que hacer en esas circunstancias, respondió: Seguir haciendo lo de siempre: orar y trabajar, celebrar la divina liturgia, e incitar a los hombres a existir ante Dios como hijos y a comportarse con sus prójimos como hermanos. Pasados los años otro de los grandes teólogos, Carlos Rahner, diría: Si usted preguntando como me imagino la Iglesia del futuro, entonces le diré lo que yo quisiera, me imagino y espero una Iglesia con una fuerte piedad y fuerte espiritualidad, una Iglesia de la adoración, una Iglesia que da a Dios la gloria y que no piensa que Dios está ahí para nosotros como una cosa más de este mundo, sino que, por el contrario, está convencida en la teoría y en la práctica de que tenemos que adorar a Dios, amarle por él mismo y no por nosotros.
La misión específica de la Iglesia, dice Olegario, es ser signo de la presencia de Dios en el corazón del mundo. Estar atentos al Espíritu que Cristo nos ha legado, y dejarnos guiar por sus inspiraciones. Para ello, y en primer lugar, debemos ser la Iglesia del corazón. Ya dijo Jesucristo que debemos amar con todo el corazón. El Reino de Dios está dentro de nosotros mismos, dice el Señor. Una religión sin corazón, sin alma, no pasa de ser una organización más, una multinacional del espíritu.
No podemos falsear lo que Dios ha depositado en nuestras manos. Nuestras relaciones con Dios y con los hombres deben nacer de muy dentro, han de ser muy sentidas, para no vaciar de contenido al Reino de Dios. Nuestra sociedad moderna necesita de misericordia. Los hombres estamos faltos de cariño, de acogida gratuita, de sonrisas sinceras que alivien el drama de un vida dura, de un mundo con demasiadas aristas cortantes. “Las tareas de la Iglesia son muchas, pero ninguna otra será reconocible sin este bálsamo para las heridas”, que es el amor. Un teólogo afirmó: “Si la Iglesia no tiene corazón, ¿cómo creerla divina?”.
Pienso que en esto estamos todos de acuerdo, pero no basta reconocer la verdad, hay que vivirla, llevarla –como diría el Papa Francisco-, al medio de la calle. Y como he empezado afirmando que los calores no nos permiten pensar demasiado, dejo las otras reflexiones para el próximo post. Mientras tanto pon el corazón en marcha.
Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com