Apadrina un alma del purgatorio
por No tengáis miedo
La riqueza espiritual de la Iglesia católica es tan vasta, que para los propios cristianos pasan desapercibidos muchos de sus tesoros, auténticos regalos que demasiadas veces están por descubrir. Tristemente, esto hace que en ocasiones se busque donde no se debe aquello para lo que nuestra fe tiene todas las respuestas.
Una hermana muy querida me pidió escribir sobre el tema de hoy, uno de estos tesoros tantas veces olvidado: el purgatorio. Qué pena tener que escuchar entre católicos cosas del tipo: “Chiquillo, ¿pero tú todavía crees en esas cosas del purgatorio?” Como si entre los dogmas de fe de la Iglesia, uno pudiera escoger en cuáles cree y en cuáles no… Más allá de esto, desde que el hombre existe, siempre le ha fascinado el mundo de los espíritus. Los programas de televisión de fenómenos paranormales causan furor. Se habla con morbo de fantasmas entre personas de cualquier nivel. Sin embargo, hablar del purgatorio parece, como en otros temas de escatología, algo “carca”.
Y es parte de la Iglesia. Es Iglesia. De la mano caminamos los que estamos en este mundo, los que ya gozan de Dios en su reino, y los que purgan sus pecados para entrar en su presencia. Son nuestros hermanos; no sólo en el sentido amplio de la palabra: pueden ser nuestros propios padres, madres, hermanos, hijos, etc., que nos hayan precedido en cerrar los ojos a este mundo, que antes o después, para todos termina. Y lo son también aquellos a quienes nunca conocimos. Todos ellos tienen algo en común: estas almas no pueden ya ganar méritos para sí mismas. Dependen de nuestras oraciones para llegar, cuanto antes, a la presencia de Dios (y por supuesto, de su misericordia redentora, así como de la poderosa intercesión de María). Es algo realmente hermoso: nuestra oración puede ayudar a que un alma llegue al cielo. Ganar una indulgencia plenaria y ofrecerla por un alma, puede enviarla directamente a la presencia de Dios. Si uno no hace esto por caridad, por amor hacia estas almas, bien podría hacerlo, y permítanme la egoísta explicación, por saber de los cuidados que recibirá de un alma que agradecida haya llegado al Padre ayudada por nuestra oración, y que intercederá ante Dios por su benefactor, no sólo en esta vida, sino en el propio momento de nuestra muerte.
Al hablar de estos temas, algunos argumentan que de lo que hay que ocuparse es de evangelizar a los vivos, de que conozcan a Dios los que están en la tierra, y no de los muertos, que muertos están. Pero es que no son cosas incompatibles. En la ingente tarea de evangelización de nuestros tiempos, es primordial contar con todas las ayudas que tenemos a nuestro alcance. Echemos pues mano de la Iglesia purgante y de la triunfante.
Son muchos los santos que nos han dejado su experiencia sobre el indescriptible gozo de contemplar la llegada de un alma al cielo. Igualmente son muchos los que hoy en día se sienten amados, acompañados, sostenidos y fortalecidos por alguna persona cercana fallecida. A los cristianos no nos hacen falta historias de fantasmas: somos un solo pueblo con los que ya han dejado este mundo y nos precedieron en la fe, con aquellos que se preparan para entrar en la presencia de Dios, con los que ya gozan de Él. Oramos por ellos, y ellos por nosotros, en comunión. Oración que también está presente, de una forma muy especial, en cada Eucaristía, y que la Iglesia nos recuerda especialmente durante el mes de noviembre, pero que es una bellísima oportunidad para tener presente durante cada día del año.
Podría ser hermoso, en esta nueva moda de apadrinarlo todo, pedirle a Dios apadrinar un alma del purgatorio: "este sufrimiento, Señor, va por mi alma del purgatorio, para que la lleves pronto ante Ti". ¿Se atreven? ¡Cuántas más apadrinen, mejor! No hay límite y no cuesta dinero, sólo requiere de un corazón bondadoso. Ánimo.