¡Prohibido guitarras en misa!
por No tengáis miedo
Tristemente me doy cuenta de que es el titular que a algunos les gustaría leer. Mas como suele decirse, ¿por dónde empiezo? Pues por el principio…
Con frecuencia se escucha en relación a la Iglesia, desde fuera y desde dentro de la misma, una terminología más propia de otros ámbitos, como el de la política. Hemos asumido con naturalidad términos como conservador y progresista, e incluso no son pocos los cristianos que se autodenominan de una forma u otra, y empiezan a ver a los que no son de su “corriente” como un enemigo a combatir.
Personalmente, pienso que estos adjetivos no vienen sino del maligno. Uno es católico, y no hay más. Otra cosa son las distintas espiritualidades, movimientos, comunidades, sensibilidades, etc., que gracias a Dios, son muchas y variadas. Si proclaman públicamente la fe del credo, deben obediencia al Santo Padre y a los Obispos, creen en los dogmas de fe, etc., y sobretodo, si son realidades bendecidas por la Iglesia, como decía en mi anterior artículo, no podemos sino alegrarnos por su existencia y sus frutos.
Dicho todo esto, añado que no entiendo, y me duele profundamente, lo que yo suelo llamar “la demonización de las guitarras”. Me explico. Aquí un servidor está con la treintena recién iniciada, como quien dice, y aunque no lo he vivido, leo frecuentemente críticas a los desmanes que en muchos sitios se produjeron tras el Concilio Vaticano II, unidos comúnmente a la trillada “Teología de la Liberación”. Las turbulentas aguas de la pérdida de rumbo que muchos sufrieron en la Iglesia en aquel tiempo, trajeron los lodos que, en no pocos lugares, aún hoy se limpian. La cuestión es que muchos van más allá, y autoproclamándose señores y defensores de la ortodoxia, dan mandobles de espada a diestro y siniestro, pretendiendo cortar todo brote de nueva vida que el Espíritu suscita.
Y vayan como ejemplo, precisamente, las guitarras (o los instrumentos que no sean órganos tradicionales). Son tantos los sitios en los que su sola presencia sigue suponiendo una aberración para muchos… y sin embargo, qué desconocimiento hay de la preciosa y ungida música de la que hoy disponemos, auténtica alabanza y adoración a Dios, con letras que son puras oraciones o Palabra de Dios… No es justo que, amparándose en los desvaríos de tiempos pasados en que cualquier canción de índole social se colaba en una iglesia, lo metamos hoy todo en un mismo saco y lo condenemos.
Yo estoy encantado con que se conserve la misa tridentina, y el canto gregoriano, y los órganos de catedrales o colegiatas. Es un inmenso tesoro de la Iglesia que debe cuidarse, y que buscan y aprecian cantidades ingentes de cristianos. Pero es que lo cortés no quita lo valiente, y una cosa no es incompatible con la otra. Hay una generación de cristianos, entra la que me incluyo, que gusta de una liturgia cuidada y bella, que rehúye de desvaríos, pero que quiere algo distinto de las insulsas celebraciones (con todo el respeto), que hoy se suelen encontrar en una parroquia española. Y que nadie se equivoque, que no hablo de esos experimentos con los que muchos se llevan las manos a la cabeza. Música actual, expresada con belleza, y con canciones como decía, ungidas. Proyectar las letras en un pantalla no es tampoco una herejía: se trata de no tener un grupo de estrellas tocando, sino de intentar que la asamblea se una a la alabanza y adoración a Dios. Lecturas bien proclamadas, con moniciones que preparen el corazón, salmo cantado (¡que nos olvidamos de que son cantos, y de que David, por ejemplo, los acompañaría con un laúd!), homilía de un sacerdote que camine entre sus feligreses, que los conozca y les hable directo al corazón, con sencillez y claridad, de un Dios palpable en sus vidas, y que no pretenda hacerles un curso acelerado de Teología. ¡Y que se crea lo que dice!… y tantas otras cosas… Sí, creo que es posible vivir una liturgia cuidada y fiel, a la par que bella y comprensible para la gente, de forma que “la sientan suya”. Lo creo porque lo he llegado a vivir. Lo creo porque he visto que toca y convierte la vida de las personas. Lo creo porque hay un gran pueblo que lo está demandando, que tiene sed de Dios. Lo creo porque el corazón me dice que será para salvación de muchos. Y ya pueden venir legiones a intentar robarme este convencimiento, rasgándose las vestiduras, que no lo lograrán. Pues algo nuevo y diferente se puede aquí respirar. Independientemente de que se le cierren puertas, de que se le pongan trabas, de que intenten cortarle las alas al Espíritu.
Por eso, basta ya de condenas absurdas. No nos erijamos sin correspondernos en miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición). Ni como decía al principio, en conservadores o progresistas. No impongamos uniformidad. En la Iglesia caben desde el silencio del cartujo hasta el jubiloso canto del carismático, desde la misa tridentina hasta las celebraciones neocatecumenales. Nadie nos obliga a ir a una u otra, pero por favor, que nadie nos niegue tampoco la posibilidad de celebrar según la espiritualidad en la que hayamos conocido la fe.