Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Pecadores sí, corruptos no

Pecadores sí, corruptos no

por Un alma para el mundo

          Recientemente el Papa Francisco ha hablado del pecado y la corrupción. En la Iglesia caben los pecadores, porque todos lo somos, pero no los corruptos, mientras se mantengan agarrados a esa miseria humana. Pero en la Iglesia, nosotros los pecadores estamos llamados a la santidad. No podemos corromper la Iglesia con insidias y maquinaciones contra el Espíritu.

         Conviene recordar las nociones elementales sobre el pecado, porque de ello se habla poco y, por eso, ha descendido el número de penitentes que vienen a pedir perdón.


 


La voz de la conciencia a veces nos dice lo que está bien o mal de nuestros actos, pero no siempre comprendemos qué es exactamente el pecado y por qué ofende a Dios.

Entender el pecado es comprender nuestra conducta humana, y su relación con Dios; una conducta que puede contravenir a su voluntad y a sus mandamientos. En nuestra sociedad actual se tiende a ver todo como algo relativo, y que nuestros actos no tienen consecuencias. El primer efecto es una grave (muy grave) constancia en la ofensa a Dios, y ha sido tan difundido este efecto, que actualmente nuestra sociedad humana comienza a plagarse de problemas como la deshonestidad, la mentira, la deslealtad y en casos muy graves la perversión misma comienza a verse como algo "normal".

Comprender qué es el pecado es importante porque nos puede hacer comprender mejor nuestra relación con Dios y los efectos de nuestras acciones.

Ser católicos cabales significa comprender lo bueno y malo de nuestros actos. Los católicos debemos saber en qué creemos y por qué lo creemos. Este documento y los demás que integran este informe especial dará a todos una perspectiva clara de qué es el pecado y por qué hay que evitarlo.

Pero comencemos por definirlo:

El pecado dice San Agustín, es "toda palabra, acto o deseo contra la ley de Dios" (cfr. Contra Faustum I, 22 c. 27: PL 42, 418). O bien, según la definición clásica, pecado es:

a) la transgresión: es decir violación o desobediencia;

b) voluntaria: porque se trata no sólo de un acto puramente material, sino de una acción formal, advertida y consentida;

c) de la ley divina: o sea, de cualquier ley obligatoria, ya que todas reciben su fuerza de la ley eterna.

En realidad siempre la causa universal de todo pecado es el egoísmo o amor desordenado de sí mismo (cfr. S. Th., I-II, q. 84, a. 2).

Amar a alguien es desearle algún bien, pero por el pecado desea el hombre para sí mismo, desordenadamente, un bien sensible incompatible con el bien racional. Que el amor desordenado a sí mismo y a las cosas materiales es la raíz de todo pecado queda frecuentemente de manifiesto en la Sagrada Escritura (cfr. Prov. 1, 19; Eclo. 10, 9; Jue. 5, 10; 10, 4; I Sam. 25, 20; II Sam. 17, 23; I Re. 2, 40; Mt. 10, 25; etc.).

Junto a la causa universal de todo pecado, podemos distinguir otras, tanto internas como externas:

Las causas internas son las heridas que el pecado original dejó en la naturaleza humana:

1) la herida en el entendimiento: la ignorancia que nos hace desconocer la ley moral y su importancia;

2) la herida en el apetito concupiscible: la concupiscencia o rebelión de nuestra parte más baja, la carne, contra el espíritu;

3) la herida en el apetito irascible: la debilidad o dificultad en alcanzar el bien arduo, que sucumbe ante la fuerza de la tentación y es aumentada por los malos hábitos;

4) la herida en la voluntad: la malicia que busca intencionadamente el pecado, o se deja llevar por él sin oponer resistencia.

Las causas externas son:

1) el demonio, cuyo oficio propio es tentar o atraer a los hombres al mal induciéndolos a pecar. "Sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros en busca de presa que devorar" (I Pe. 5, 8; cfr. también Sant. 4, 7);

2) las criaturas que, por el desorden que dejó en el alma el pecado original, en vez de conducirnos a Dios en ocasiones nos alejan de El. Pueden ser causa del pecado ya sea como ocasión de escándalo (ver 7.3.3.d), bien cooperando al mal del prójimo (ver 7.3.3.e).

El doble elemento de todo pecado: el alejamiento de Dios

Es su elemento formal y, propiamente hablando, no se da sino en el pecado mortal, que es el único en el que se realiza en toda su integridad la noción de pecado.

Al transgredir el precepto divino, el pecador percibe que se separa de Dios y, sin embargo, realiza la acción pecaminosa. No importa que no tenga la intención directa de ofender a Dios, pues basta que el pecador se de cuenta de que su acción es incompatible con la amistad divina y, a pesar de ello, la realice voluntariamente, incluso con pena y disgusto de ofender a Dios.

La conversión a las criaturas

Como se deduce de lo ya dicho, en todo pecado hay también el goce ilícito de un ser creado, contra la ley o mandato de Dios. Casi siempre es esto precisamente lo que busca el hombre al pecar, más que pretender directamente ofender a Dios: deslumbrado por la momentánea felicidad que le ofrece el pecado, lo toma como un verdadero bien, como algo que le conviene, sin admitir que se trata sólo de un bien aparente que, apenas gustado, dejar en su alma la amargura del remordimiento y de la decepción.

            No olvidemos que estamos siempre en tiempo de conversión. Es un pecado muy serio oponerse a la vida que el Espíritu está inyectando en el cuerpo de la Iglesia. No hay que escudarse en la “libertad de expresión”. Hay actitudes que no nacen de la libertad, sino todo lo contrario. Recordar que “el vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos”. Algunos no lo ven así y revientan. Es una lástima que se desperdicie lo que Dios nos ofrece para nuestra santidad. Es un grave pecado  "tirar a la basura" la riqueza que Dios nos regala. Otros la necesitan.

 

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