Jueves, 21 de noviembre de 2024

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El último asalto a la Eucaristía

El último asalto a la Eucaristía

por El Chascarrillo del Monaguillo

Quisiera contribuir a la interesantísima reflexión que Josue Fonseca hizo en su blog titulada “Por qué mis hijos no quieren ir a Misa”. Comenzaré diciendo que mis hijos si van, pero… ¡claro, son aun pequeños!, la mayor hizo su primera comunión hace un par de semanas, y por tanto aun no han pasado por esa crisis, que empieza a despuntar en torno a los doce o trece años, momento en que la misa empieza, por lo general, a parecerles “un rollo”. No tengo la experiencia con mis hijos pero si con algunos familiares (de toda edad y condición) y muchos amigos, que después de haber pasado por un colegio religioso y la parroquia, después de pasar por la catequesis de primera comunión y la confirmación, prefieren quedarse en casa, un domingo cualquiera, viendo por televisión la carrera de fórmula 1 antes que participar en la misa.

Mi reflexión pretende ser complementaria a la de Josue y pretende acercarse a las razones últimas desde otra perspectiva. Josue señalaba como causas, a parte de las cuestiones que plantea acerca de la liturgia, a dos de los enemigos del alma: el mundo (sociedad secularizada) y la carne (hedonismo imperante), en esta entrada quiero hablar del tercero en discordia: El Demonio y su quinta columna.

¿Por qué tantos cristianos no van a misa?

La respuesta es clara, sencillísima: no van a misa porque no tienen ni la más remota idea de lo que es la misa. Esto no es una opinión, es un hecho. La pregunta más difícil de responder es el porqué de todo esto, la causa inmediata es, desde luego, también evidente: las catequesis (en formas y contenidos) son malas, muy malas, a los resultados me remito. Transmitimos un cristianismo (edulcorado, light) carente totalmente de transcendencia, mística y sacrificio. Un cristianismo sensiblero y demasiado apegado a la tierra. Transmitimos un cristianismo de operación Kilo, de sembradores de estrellas, de caritas sonrientes y colegas que se reúnen asambleariamente para, dándose la mano en torno al altar, entrar en comunión con el cosmos, la naturaleza, la humanidad y no sé cuántas chorradas más. El Misterio ha quedado desterrado, desechado. La oración personal, llevada a la vida cotidiana, olvidada.

No solo sería injusto, también sería faltar a la verdad, generalizar del todo en este asunto. Me llena de esperanza y alegría esa pléyade inmensa de sacerdotes, muchos de ellos de la nueva hornada, que son fieles a liturgia,  y siguen creyendo, ¡pásmense ustedes!, en la transubstanciación, la existencia de Satanás y el infierno, la resurrección de la carne y en la Parusía, pilares de la Fe (1) que poco se explican en catequesis, menos aún en las homilías dominicales, y que desde luego no se reflejan en nuestras vidas cotidianas.

He sido testigo de cómo un sacerdote en plena consagración exclamaba: “¡Por favor señora…!” porque a una feligresa se le escapó, durante la elevación, un “¡Señor mío y Dios mío!”. Hace poco una persona me contaba como al arrodillarse para recibir la comunión el sacerdote le “despachaba” el Cuerpo de Cristo con la piadosa jaculatoria “¡que sea la última vez …!”.

   He participado, y sobre todo sufrido, ¿misas? En las que el sacerdote volcaba todo su potencial creativo en variar la liturgia  para hacerla, según él ¡claro!, más cercana y comprensible. Recuerdo una vigilia Pascual en la que se suprimió la liturgia del fuego por unas piedras que representaban no se qué y unos “bonitos” versos que sustituían las lecturas… ¡y que me dicen de esas cancioncillas hippies ochenteras que sustituyen el Gloria, el salmo o lo que se tercie!, hemos suprimido el Gregoriano para meter en misa a los Beatles.


Desde luego hay que prestar atención a estos sacerdotes (y compañeros laicos liturgistas), ad contrario sensu ¡por supuesto!, porque son especialistas en participación: nadie como ellos para dejar  vacías las parroquias, eso les deja más tiempo para publicar libros.

¿Quién habrá hecho más daño a la vida eucarística de los fieles, quien habrá arrancado más personas de la fe?,  ¿Diocleciano o la panda de teólogos progres para los cuales todo es mito y elaboración tardía de la primitiva comunidad cristiana?. Lobos con apariencia de corderos, o tontos útiles caídos en el más insulso de los buenismos.

Satanás que lleva siglos de lucha contra la Iglesia Católica, única Iglesia de Jesucristo, va aprendiendo de sus errores. Atacando a la Iglesia de frente nada puede (aunque le gusta), todas las persecuciones, desde el martirio de San Esteban, pasando por Nerón, Diocleciano … hasta llegar a la “humanitaria” Revolución Francesa, China, Rusia, Méjico y España… han llenado el Cielo de mártires y la Tierra de cristianos. También lo hizo soterradamente, inoculando veneno con las herejías (Arrianismo, Monofisismo, Macedonianismo, Maniqueismo, Ebionismo, Protestantismo etc.) pero todas ellas terminaban por ser expulsadas, cual cuerpo extraño, del organismo vivo de la Iglesia.

La táctica satánica en estos últimos tiempos (debería escribirlo con mayúsculas: Últimos Tiempos, mejor así sin duda) ha sido hacernos creer que somos unos tipazos muy majetes y que antes de nosotros, en aquellas oscuras épocas medievales (algunos piensan que la Edad Media, a tal efecto, se extendió desde el concilio de Jerusalén hasta nuestra constitución del 78) no había sino superstición, opresión y corrupción eclesial. Y junto con esto el ataque directo (la abominación de la desolación) al corazón de la vida de la Iglesia: la EUCARISTÍA. Esta vez la persecución no es a sangre y a fuego (en occidente me refiero, porque en otros lugares como en China o en Corea del Norte si lo es) sino a base de globos, confetis y soberbia plasmada en “arreglos” litúrgicos.


De este modo, ayudado por el quintacolumnismo de tontorrones bienintencionados y falsos pastores malintencionados, la Misa paso a ser reunión, cena, asamblea y que se yo. El momento de la comunión quedo oculto entre cantos y avisos parroquiales y los sagrarios llegaron a desaparecer de la vista, había (hay) templos en los que uno era incapaz de encontrar el sagrario ni con un mapa. El arte con el que el hombre quiso siempre adorar y honrar a Dios se volvió feo, horrible. Los sacerdotes dejaron sus vestiduras sagradas, desapareció todo sentido de Misterio y transcendencia.      

No me extraña que en estos tiempos postrimeros, en especial de unos doscientos años para acá, el Cielo nos envíe tantas alertas.

   Tenemos que volver con urgencia a la pureza, el cuidado y el respeto en nuestras celebraciones eucarísticas. Basta ya de cambios caprichoso y arbitrarios en el canon de la misa, basta ya de teléfonos móviles y feligreses contestando en mitad de la consagración, basta ya de llenar la misa de ruido, basta ya de explicar mal la misa a los catecúmenos, basta ya de impedir la comunión de rodillas y en la lengua, basta ya de rebajar el nivel de exigencia y que nuestros jóvenes sean incapaces de rezar un padrenuestro en latín, basta ya de sagrarios abandonados, basta ya de falta de respeto a las especies sagradas.

 Aclaro para terminar: No me parecen mal ni la operación Kilo, ni los sembradores de estrellas, ni las paraliturgias que fuera de la misa puedan realizarse, tampoco las cena-forum, los video-forum y similares, pero quedarse en eso es nefasto y muchas veces  a eso se reduce la participación de los jóvenes, y no tan jóvenes, en multitud de comunidades cristianas. ¿En qué consiste el éxito, por ejemplo, de Medjugorje?, consiste en: Fidelidad Litúrgica, Misas cuidadas (sin añadidos), fidelidad al Papa y al magisterio de la Iglesia, la Adoración Eucarística, la Confesión, el santo Rosario, el Ayuno y la penitencia, la Caridad y el contacto personal con el Misterio. Del Concilio Vaticano II para acá se ha probado de todo y no ha funcionado ¿no habrá llegado la hora de probar la Verdad incluida la verdad del Concilio?

Creo, como han señalado los Papas en numerosos escritos (2), que vendrá un tiempo en que reinen los Corazones de Jesús y María en el mundo entero, un Reino que será sin duda Eucarístico, pero esto acontecerá, como nos recuerda el Catecismo (3), tras un periodo de extrema tribulación y persecución que nos vendrá de todos los lados, también desde dentro (quien tenga oídos que oiga). Pidamos mucho al Señor para que adelante su hora, ¡venga Tu Reino!.

¡Que nadie se desanime ni se complique la existencia!: Confianza en la Divina Providencia, devoción al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María e intensa vida eucarística he ahí el secreto.

Que en esta Solemnidad del Sagrado Corazón nos decidamos a hacer de la Eucaristía el centro de nuestras vidas.

Germán Menéndez.

 menendez.german@gmail.com

1.- “la fe en el retorno del Señor es el segundo pilar de la fe cristiana” Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret

2.-

HAURIETIS AQUAS.   QUAS PRIMAS

3.- Catecismo de la Iglesia Católica:

675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).

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