Nunca es tarde
por No tengáis miedo
Contaba el famoso Capitán Alatriste, soldado y espadachín a sueldo, protagonista de una serie de aventuras escritas por Arturo Pérez-Reverte, que muchas noches, embotada la mente por el vino, veía ante sí los fantasmas de todos aquellos a los que había quitado la vida.
Permítanme servirme de esta analogía para traer hoy la memoria de mis propios fantasmas, que no son pocos. Y es que no precisamente enturbiada por el alcohol, sino lúcida y despierta la mente, en esos “momentos de Dios” tan especiales que a veces el Padre nos regala, vienen a mi corazón rostros concretos de personas que han pasado por mi vida y que no cuidé como debiera.
Pienso en mi adolescencia tantas veces altiva, en mi egoísmo para guardarme mi tiempo, en tantas palabras duras como he escrito o pronunciado, en los momentos de ira que no supe contener… y con todo ello, pienso también en esas personas a las que alejé de mi vida, en aquellos a los que no ayudé como esperaban de mí, y sobre todo, en quienes no supe llevar hacia Dios.
No quiero exponer todo esto como una boba y cursi sensiblería, ni pretendo flagelarme públicamente. No, no es eso. Eterna es la misericordia de Dios que me perdona estos pecados, y grande su Gracia que poco a poco me moldea. Hoy sólo quiero pedir perdón, si en su día no lo hice, a todos aquellos que alguna vez sufrieron una herida por mi causa, a aquellos a quienes no amé, a aquellos con quienes fui inflexible, a aquellos con quienes me mostré indiferente. Y pedir a Dios, ingeniero de misteriosos caminos, que trace nuevas sendas para aquellos a los que yo no guié. Pues no alberga mi corazón mayor deseo, para todas las personas que he conocido y conozco, que su salvación y la mía propia, para vivir un día juntos en la Jerusalén celeste.
Quiero pensar que no importa el tiempo que haya pasado, que el Señor hace nuevas todas las cosas. Que pedir perdón, que perdonar, es tan bello como decir te amo, y pocas cosas tan maravillosas puede llegar a hacer el hombre. Este amor es nuestro inicio, camino y meta. A nada tan hermoso se puede aspirar como hacer presente este amor de Dios.
Por todo ello, le invito hoy a rezar conmigo por sus propios fantasmas, si los tuviere. A pedirles perdón si los ve, o desde el corazón si no fuera posible. Esta revolución del amor y del perdón no es utópica, es nuestra vocación como cristianos. A fin de cuentas, si los santos la realizaron en sus vidas, ¿por qué no usted y yo? Poderoso es Dios para ayudarnos a que así sea.
Nunca es tarde para decir lo siento, ni tampoco para decir “te quiero”. Ayer pasó, y mañana todavía no existe. Mejor hacerlo hoy.
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