El pobre espectáculo de la política
El pobre espectáculo de la política
No soy político, pero no me gusta estar ajeno a lo que se cuece en esa olla casi siempre a presión, de donde salen los guisos que todos tenemos que comernos después. La política es un mundo complejo, en donde hay una constante pugna por el poder. Esa fuerza casi mítica que es capaz de enloquecer al más cuerdo. ¡Qué tendrá el poder que algunos hasta pierden la vergüenza por él! Pues lo que tiene es eso, una tentación a la primacía del dominio, de la fuerza, del mando, de la supremacía, la influencia, el enchufe, el privilegio, la riqueza fácil, el arbitrio, el influjo, el despotismo, la opulencia… El poderoso sin escrúpulos tiene una querencia a estar subido en un pedestal con el mundo a sus pies. Y esa fuerza que fluye de la autoridad es capaz de fascinar a cualquiera. La política, vulgarmente entendida, se convierte para muchos en una puerta abierta al dulce sueño de la omnipotencia.
Naturalmente que la política bien entendida es otra cosa. Se la ha definido como el arte de gobernar a los pueblos, de tratar los asuntos públicos. Cosa muy distinta del politiqueo, que equivale a intriga, enredo, manejo, marrullería, maquinación, acoso, y otras equivalencias que desprestigian lo que debería ser tarea noble.
Política hay todo el año, pero llegan momentos que absorbe la opinión pública hasta llegar a la saciedad. Esos momentos son cuando ocurre una tragedia, un escándalo, un enfrentamiento dialéctico de proporciones considerables y, sobre todo, cuando llegan las campañas para nuevas elecciones. Ante este acontecimiento social se convulsiona el pueblo, se dividen las comunidades, y hasta se rompe la paz social. Hay una pugna por el poder entre unos cuantos, y los afines cierran filas con sus candidatos, y tratan de auparlos al poder, pretendiendo con ello conseguir lo que les prometen. Y en su momento, la fuerza mágica de las urnas, unas simples papeletas, adquieren al pasar por la ranura el prodigio de investir a un ciudadano en un poderoso dignatario del pueblo. Sin exigir a los candidatos y elegidos más título, ni más facultades intelectuales que las que le atribuyan los electores. Pero así es la democracia, y peor sería si no la hubiese.
Estamos asistiendo desde hace meses a un lamentable encontronazo “pugilístico” entre partidos de distintos colores. Cada día tiene lugar un asalto nuevo para intentar dejar cao al contrario. Y mientras el pueblo lucha por el pan de cada día, los políticos que no se han resignado a perder las elecciones se lanzan al cuadrilátero para intentar dar el golpe certero que desplome al contrincante. El pueblo sigue sufriendo la tiranía ideológica de cada cual, que se cuela mañana, tarde y noche en nuestras casas de la mano de los medios. ¿Es que no es suficiente con aguantar la campañas electorales? ¿Y para qué sirven las mismas si el que no gana tiene mal perder? ¿Para qué sirven las Cortes si los perdedores siguen incendiando las calles con manifestaciones un día sí y otro también? ¿No nos pueden dejar en paz? Lo que hay que hacer es trabajar para sacar a España del agujero que la metieron unos irresponsables, y llevar un poco de esperanza a los sufridos ciudadanos que les falta para el pan de cada día. Parece que importa más la ideología que la paz y el progreso. Y algunos resentidos se dedican a crispar los ánimos y a poner palos en la rueda del contrario. Eso es política barata, revanchismo, asalto al poder, y caiga quien caiga, mientras yo me aúpe en la poltrona más alta. Pero el remedio está en valorar la democracia, y luchar honradamente por un ideal, siendo conscientes de que los demás también tienen sus razones. Nada hay dogmático en política. Pero muchos no parecen entenderlo, ni escarmientas en cabeza ajena.
Mi recomendación es: usar siempre la cabeza, tener sentido común, sopesar la calidad humana e intelectual de los dirigentes políticos, no dejarse engañar, tener espíritu crítico… Solo el que defiende la dignidad de la persona humana, con todas las exigencias que esta lleva consigo, merece nuestra confianza y apoyo. Abre los ojos y mira a quien merece ser apoyado. Y no olvides que quien chilla pierde la razón, porque el hombre es más cabeza que garganta. Menos gritos en la calle, menos discusiones en los debates y tertulias, y más trabajar por el buen nombre de España.