Un estado sin justicia sería una banda de ladrones
Un estado sin justicia sería una banda de ladrones
Un estado sin justicia sería una banda de ladrones
La frase es nada menos que de san Agustín, siglo IV y V. La cita el Cardenal Sarah en su libro “Se hace tarde y anochece” (pág.260). Nos puede parecer un poco fuerte, pero es una realidad. Y viene muy bien recordarlo en estos momentos en que en España estrenamos Gobierno.
El Cardenal Ratzinger comenta con la lucidez que le caracteriza la frase completa del santo de Hipona: Los criterios constitutivos de una banda de ladrones son esencial y puramente pragmáticos y, por lo tanto, necesariamente parciales: son criterios de grupo. Una comunidad que no sea una comunidad de ladrones –es decir, un grupo que rige su conducta conforme a sus fines- solo existe si interviene la justicia, que no se mide en virtud del interés de un grupo, sino en virtud de un criterio universal. A eso lo llamamos “justicia” y es ella la que constituye un estado. Incluye al Creador y a la creación como puntos de referencia. Eso significa que un estado que pretenda ser agnósticos, que edifique el derecho exclusivamente sobre las opiniones de la mayoría, se desintegra y queda reducido a una banda de ladrones (Un tournant por l’Europe).
SE oían voces en el hemiciclo que gritaban “menos justicia y más diálogo”. Es verdad que no hay que judicializar la vida política, pero sin justicia se corre el grave peligro de degenerar en una “banda de ladrones”. Y no es una afirmación gratuita. La experiencia lo ha demostrado, en la política y fuera de ella. Los hombres somos ambiciosos, y todo nos parece poco. Con tal de conseguir lo que pretendo vendo, si es necesario, “mi alma al diablo”. Y esto ha ocurrido. Recordemos las tentaciones del diablo a Jesús: “Todo esto te daré si te postras y me adoras”. Y los laberintos del poder, en todas las épocas, están infestados de intenciones perversas. ¿Hay algo más feo que odio? Y el odio brota, como mala hierba, en casi todos los jardines.
Las sociedades democráticas, afirma el Cardenal Sarah, necesitan un contenido: el derecho, el bien, si no, se organizan alrededor de la nada. La política es, debe ser, una tarea noble encaminada a organizar el orden público. Y para que haya orden hay que respetar la justicia, que es dar a cada uno lo suyo.
Cuando lo que prima es la ideología sobre el bien común, cuando cada cual pretende imponer su criterio a toda costa, atropellando los derechos de los demás, lo que se está haciendo es intentar modelar a la persona, como si fuera un muñeco de arcilla, para hacer figurines a mi gusto. Entonces la política se convierte en un juego que pretende, como en los juegos de azar, sacarle al individuo los valores que guarda en su mente, en su alma, para inocularle la pócima de mi programa, y al final intentar ser todos iguales. Y eso se llama comunismo. Se repetiría aquello de la fábula de la granja: Los animales de la Granja Solariega, de George Orwell, alentados un día por el Viejo Mayor, un cerdo que antes de morir les explicó a todos sus ideas, llevan a cabo una revolución en la que consiguen expulsar al granjero Howard Jones y crear sus propias reglas (los Siete Mandamientos), que escriben en una pared:
- Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo.
- Todo lo que camina sobre cuatro patas, nade, o tenga alas, es amigo.
- Ningún animal usará ropa.
- Ningún animal dormirá en una cama.
- Ningún animal beberá alcohol.
- Ningún animal matará a otro animal.
- Todos los animales son iguales.
Al final de la novela, la dictadura de Napoleón y sus seguidores se consagra de modo absoluto cuando los animales preguntan al burro Benjamín (uno de los pocos que sabe leer) sobre cuál es el único mandamiento que queda escrito. Este es el séptimo, convenientemente modificado por los cerdos:
Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.
Esperemos que nuestros políticos no aparquen el sentido común, y respeten los derechos de todos.
Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com