En la batalla por la vida, el Bien ha vencido y vencerá
«Cueste lo que cueste, se ha de conseguir» es una parte de una de las estrofas de una histórica y legendaria marcha musical de estirpe contrarrevolucionario hispánico (el Oriamendi carlista), pero también una regla que cada uno de nosotros ha de aplicarse a sí mismo, sin ningún titubeo.
No hablamos de convertirnos en multimillonarios ni de ninguna otra clase de pretensión material que puede ser totalmente legítima, como fruto de un trabajo directo o legado. Estamos hablando de algo que debe de preocuparnos cotidianamente, al margen de otros intereses no necesariamente discutibles.
Lo que se va a tratar debe de importar siempre, sí. Pero hay que reconocer que ciertos acontecimientos de la semana lo han convertido en uno de los temas de conversación más recurrentes, tanto en la barra del bar como en las oficinas de prensa, los platós televisivos, los lugares de culto, los centros de estudios y los "laboratorios ideológicos".
Una filtración de prensa ha permitido dar a conocer que es altamente probable que, en las próximas semanas, la mayoría de jueces del Tribunal Supremo de los Estados Unidos (EE.UU) falle en contra de la legalidad y vigencia de la sentencia del pretérito caso Roe v. Wade.
El fallo pondría fin a la imposición de "facilidades" para el exterminio de bebés no nacidos en todo el territorio estadounidense (aunque haya unidades políticas como la texana, que no es que tengan leyes preparadas para cuando llegue el momento, sino que hayan dado, desde sus competencias, importantes pasos para proteger al no nacido).
En la mayoría de territorios estadounidenses (no solo el área que correspondía a la antigua Confederación Americana o Dixie) no habría casi ninguna posibilidad de llevar a cabo asesinatos de este calibre. Justo lo contrario a lo que se daría, desgraciadamente, en territorios como California, Nueva York y Hawaii.
Todo ello, máxime debido al importante peso político y mediático que a día de hoy representan los Estados Unidos, ha enfurecido a las hordas revolucionarias del resto del orbe. Han hecho gala de su odio, de su crueldad, de su violencia, de su desprecio hacia la Verdad y de su enemistad con la dignidad y la libertad.
Ahora bien, no es el quid de este artículo hacer un análisis sobre el caso en sí, sino aprovechar el interés del tema para trasladar una reflexión, con unos consejos que deberíamos seguir en cualquier situación similar, con independencia del momento y del territorio así como de otras circunstancia.
El Bien ha vencido y vencerá
Es lógico que si nos preocupa la dignidad humana y queremos que no se vulnere el principio de no agresión, deseemos que, lo antes posible, haya medidas jurídicas que acaben con el abortismo en los Estados Unidos (en otras palabras, queremos que la mayoría de jueces del Tribunal Supremo fallen en contra de la muerte).
Pero si acaso la decisión fuese la contraria o se demorase de manera indefinida, ad infinitum, no hemos de darnos por vencidos, aunque movidos por la compasión y la generosidad, sigamos haciendo todo lo posible para que no se lleve a cabo ningún aborto más en este mundo (dentro y fuera de la política y la prensa).
No estamos hablando de un bien material que legítimamente puede fracasar en el mercado, porque pierda interés o haya una mayoría de individuos que, libremente, no lo aprecian, de modo que los indicadores nieguen rentabilidad alguna para quienes pretenden beneficiarse mediante su fabricación y/o distribución.
Ni siquiera estamos hablando de una tendencia de moda. El asunto guarda relación con una serie de conceptos cuya abstracción debe de ser posible si se es lego en cuestiones tomistas. Hablamos de un componente de la Verdad (algo a lo que se llega de manera natural, sin ataduras, sin necesidad de invenciones artificiales peligrosas) que encarna el Bien.
El Bien también nos permite entender qué es justo o injusto. Incluso tenemos una Ley no artificial, derivada de Dios, que trata de garantizar una buena moral. Por ello es que se estipula, en las Tablas de Moisés, que bajo ningún concepto hemos de matar (dicho a secas, sin más).
Hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos, con lo cual, no tiene sentido tratar de hacer un mal uso de nuestro libre actuar y discernir como para acabar aniquilando la existencia física de alguien por mero placer o deseo, sin que se trate de algo indeseado que resulte del legítimo deseo de defensa personal.
De hecho, pese al avance de la dictadura del relativismo, tal y como se refirió Benedicto XVI a los frutos del naturalismo de Descartes, la fuerza de la naturaleza mantiene en vigor verdades como el Bien. Da igual cuánto nos esforcemos para llevar a cabo lo contrario. Incluso se ha de tener en cuenta la importancia del factor de la conciencia.
Ergo, nada coyuntural o circunstancial ha de llevarnos a rendirnos ante la disyuntiva de la defensa de las buenas causas, tales como la santidad de la vida humana. Desgraciadamente, el Demonio, que representa el Mal, lleva a cabo una serie de pulsiones contra el Bien.
Con lo cual, hemos de mantener una mentalidad de cruzado, desde la más absoluta honestidad. Sí, sabemos que corremos el riesgo de ser censurados o arruinados civil o económicamente. Pero nuestras conciencias han de estar totalmente tranquilas, les guste o no a quienes hacen el juego al Mal, a quienes aportan a las causas revolucionarias.
Pase lo que pase, estamos defendiendo algo bueno. No estamos "metiéndonos en berenjenales", sino obrando como es debido, por nuestro deber moral de ser compasivos y respetuosos con el prójimo. Y sí, ante todo ello hay que tener esperanza, ya que de lo contrario, estamos ayudando temporalmente a los malvados negacionistas del Bien.
Nada que represente el Bien dejará de serlo por mucho que intenten censurarnos, arruinarnos, destruirnos o encarcelarnos. Haremos lo que debamos, confiando en el Espíritu Santo, para velar por el Bien, como hicimos en su momento contra exterminios revolucionarios del calibre del Holocausto, el Holodomor y Paracuellos.