No os olvidéis de pedir por los sacerdotes
No os olvidéis de pedir por los sacerdotes
Hoy, día de San José, el santo custodio de Jesús, es el momento oportuno para pensar un poco en los sacerdotes. Necesitamos que penséis un poco en nosotros cuando oréis. En la Iglesia estamos estrenando tiempos nuevos. Todo un “huracán” silencioso está soplando a nivel mundial. Pero hay que evitar los “anticiclones” que no dejan pasar el aire renovador que limpia la atmósfera. Los sacerdotes somos los que debemos dar impulso al soplo el Espíritu desde nuestra vida y acción pastoral. Y al mismo tiempo todo fiel cristiano, allí donde se encuentre. Pero hoy quiero detenerme más en el sacerdote.
La renovación de la Iglesia, en gran medida, pasa por la vida y acción de cada sacerdote que, a pesar de sus limitaciones y miserias, hace posible la presencia de Jesucristo y el amor misericordioso de Dios. En un ambiente fuertemente anticlerical, los sacerdotes hemos de llevar la antorcha encendida de nuestra vocación ministerial. Pero precisamos el acompañamiento del pueblo fiel. Hemos de querer a todos, pero el sacerdote también necesita ser querido como lo que es.
El sacerdote ha de tener ojos grandes,
Que sepan ver con mirada comprensiva y compasiva.
Ha de tener oídos abiertos,
Para escuchar palabras,
Para escuchar gemidos, para captar anhelos.
Sus pies ligeros,
Para acudir prontamente a la llamada.
Que sepa acercarse y sepa estar,
No solo físicamente, sino con ternura y empatía.
Sus manos serviciales y cariñosas,
Como las del buen samaritano.
Y su corazón grande, entrañable,
Para meter en él los problemas del amigo,
Del vecino, de todos los hermanos.
Sobre todo, sea hombre de fe,
Que se sienta enviado de Cristo
Y de la comunidad parroquial,
Que haga de su tarea un ministerio,
Que su presencia misma sea una buena noticia,
Y que descubra en todos los encuentros las huellas de Dios.
(Rafael Prieto, “Yo creo, yo espero en el amor”, pg. 91)
Para que todo ello sea una realidad necesitamos orar los sacerdotes, y que los fieles oren con nosotros. Así oraba un sacerdote:
Señor mío Jesucristo,
Sé que no es importante que yo lo logre,
Que yo sea alabado, que coseche éxitos y se me reconozca;
Sé que hay una sola cosa importante:
Que no obstaculice tu camino,
Que sea instrumento tuyo,
Que conduzca a los hombres no a mí, sino a ti.
Señor mío Jesucristo,
Líbrame del delirio de pensar que yo he de salvar al mundo.
No permitas que me olvide de que tú ya lo has salvado
Y de que yo no estoy acabado
Cuando mis fuerzas no me permitan servirte.
Yo soy la ventana, tú eres la Luz…
Esto me infunde valor para la potestad que tú has depositado en mí,
En mi debilidad y en mi pobreza.
¡Sí, tú en mí!
¡Tan alegre, tan serena y genuina llega a ser mi vida,
Cuando pienso que decididamente te tengo en mí!
(Karl-Heinz Menke)
A san José le pido en este día que nos ayude a todos los sacerdotes a ser buenos custodios de Jesús, de María, de la Iglesia, de esa grandeza que Dios ha puesto en nuestra alma para obrar siempre en Su Nombre. Y a vosotros, queridos fieles laicos, que tengáis un recuerdo para nosotros en vuestra oración. ¿Es mucho pedir?
Juan García Inza