Lunes, 23 de diciembre de 2024

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En el nombre de Dios

En el nombre de Dios

por Un alma para el mundo

 

    De Dios se habla poco en la vida pública. Su nombre parece proscrito para muchos. Lo consideran un “tema” del pasado, como una superstición de mentes débiles. Ahora hay otras divinidades más modernas, más acorde con la cultura de los tiempos. Resulta que a estas alturas en que la humanidad parece tocar el cielo con las manos, muchos no saben nada de Dios, ignoran a Dios, culpan a Dios de todo, se ríen de Dios, blasfeman de Dios, y hasta lo convierten en un puro nombre sin fundamento.

     El conocido  escritor Saramago escribía en un artículo que Dios era un puro nombre, y que del uso que se haga de ese nombre depende el bien y el mal en el mundo. Ni los judíos, ni los cristianos, ni los musulmanes estamos en la verdad, según él, porque estamos adorando a un Dios que no existe, que es puro nombre, y que cuando la creencia en él lleva a extremos límites surge el fundamentalismo, y con él todos los males, como el que estamos viviendo en estos momentos.

    Este escritor, como tantos otros, habla de temas de fe sin tener fe, y de ese modo no entienden nada, y dogmatizan desde la más absoluta ignorancia. Uno  puede ser un buen escritor en su estilo, y llevarse premios, pero puede ser al mismo tiempo un ignorante en el terreno de la fe y de la teología y, por ello, dar opiniones absurdas y chocantes. La fe es un don de Dios, y cuando falta no vemos más allá de nuestras narices.

           Pero resulta que  ahora ya no se trata de negar a Dios. Eso ha pasado de moda. De lo que se trata es de borrar a Dios del diccionario.  Esta experiencia ya se hizo en Rusia en los momentos álgidos del ateísmo de estado. No olvidemos la lección.

           Muchos no sabrán que la hija de Jòsif  Stalin,  Svetlana, que vivió en directo la siembra agresiva del ateísmo propiciado por su padre, se convirtió al cristianismo.  Ella vivió la tragedia de una sociedad creyente a la que se le elimina a Dios como si fuera un maleante. Dice ella:   Cuando me hice mayor me di cuenta de que es muy triste vivir sin Dios en el corazón.

           Ella cuenta la tragedia que provocó en su alma la educación recibida con nula referencia al espíritu, a la trascendencia del ser humano: Fuimos educados por padres ateos, por una escuela secularizada, por toda nuestra sociedad profundamente materialista. De Dios no se hablaba. Pero hubo algo en la vida de Svetlana que mantuvo en su corazón un hilillo se fe, y fue  Ekaterina Djugashvili, su abuela paterna, mujer piadosa y trabajadora, que había soñado en hacer de su hijo Jósif Stalin un sacerdote, y estuvo estudiando para ello en el seminario hasta los 21 años. La abuela materna era también una mujer de profunda fe, y de ella los nietos oyeron por primera vez las palabras alma y Dios, que consideraba como los fundamentos mismos de la vida.

           De todos modos Svetlana llevó una vida muy disipada y sumida en aventuras turbulentas. Pero un día su hijo Iósif,  de dieciocho años, se puso gravemente enfermo, y abrumada por la situación, cuenta lo siguiente: Por primera vez en mi vida, a los 36 años, pedí a Dios que lo curara. No conocía ninguna oración, ni siquiera el “Padre nuestro”. Pero Dios,  que es bueno, no podía dejar de escucharme. Me escuchó. Después de la curación un sentimiento de la presencia de Dios me invadió… Con sorpresa de mi parte pedí a algunos amigos bautizados que me acompañaran a la iglesia. Y fue bautizada, clandestinamente,  el 20 de mayo de 1962, en la Iglesia Ortodoxa. Pero tras la aventura de su salida definitiva al mundo occidental, en un frío día de diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en pleno Adviento, la decisión esperada por largo tiempo de entrar en la Iglesia Católica, me brotó naturalísima… Los años desde mi conversión han sido plenos de felicidad… La Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria. El Sacramento de la Reconciliación es necesario recibirlo con frecuencia… ¿Y quién podría ser mi mejor abogado sino la Madre de Jesús?... (“20 Cartas para un amigo”).

           Esta es la prueba de que, cuando se siembra una semilla en el corazón, siempre termina por brotar con la Gracia de Dios. Y en su nombre los creyentes debemos aportar lo mejor que tenemos, nuestra fe, esperanza y amor en un Dios, que no es puro nombre, sino feliz realidad. Y en su nombre elegimos a nuevo Papa que nos ha de guiar por un mar agitado, pero con la esperanza de llegar siempre a buen puerto.

      Juan García Inza

      Juan.garciainza@gmail.com

 

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