Mentes estrechas y corazones de piedra

                 Estamos ante una de las lecciones más sublimes que nos ha dado el Papa Teólogo  Benedicto-XVI-J-Ratzinger.  El no se considera lo importante. Los fines de la Iglesia de Jesucristo están por encima, muy por encima, de su persona, de su cargo, de su prestigio.  Cuando ha visto que no puede servir a la causa del Evangelio desde el puesto que un día le asignó el Espíritu, se hace a un lado para que otro tome el mando. Esto se llama grandeza de ánimo, santidad, espíritu de servicio.

                Pero muchos no quieren entenderlo así, y le buscan motivos bastardos. Que  si “ha tirado la toalla”, dice un periódico. Que si “se ha bajado de la cruz” dice otro. Que si ha sido un acto de cobardía, comenta un universitario. ¡Qué habrá visto para salir corriendo!, comenta otro... Son los que llevan la boina tan calada que ni entran si salen ideas dignas de personas inteligentes.  Y los que tienen el corazón tan duro que apenas saben apreciar un gesto precioso de generosidad del  mayor teólogo del siglo XX-XXI, que nunca ha presumido de sabio, y lo es. Que ha escrito la obra teológica de  mayor envergadura de los últimos tiempos, y sigue enseñando con la sencillez de un catequista.

                Está visto que a muchos les sigue pasando como aquellos del Evangelio, que atribuían los milagros de Cristo al poder de Belzebú. Y aunque un muerto resucite lo atribuirán a la magia y los poderes astrales.  Y siempre buscan los tres pies al gato con tal de no apearse del burro de su ignorancia ideológica. Pero ya se cuenta con ello. Benedicto XVI ha preferido lanzarse al atrio de los gentiles y ser mal interpretado, a que la Iglesia sufra su falta de vigor y de fuerza física, que no mental.

                Dentro de unos días cambiará su sotana blanca para retomar el hábito negro de su condición de Cardenal-Capellán de un convento de clausura. Testimonio enorme de pobreza, de desprendimiento. Cuando los Sres. Cardenales se reúnan en Cónclave en la Capilla Sixtina, el se reunirá con el Señor en el Sagrario de su convento para orar por el nuevo Papa. Y cuando sea elegido, irá humildemente a postrarse a sus pies y llamarle Santo Padre. ¡Cuánto tenemos que aprender!

                De entre los libros de J. Ratzinger que tengo en mi biblioteca, escojo uno pequeño, que pasa casi desapercibido, y se titula “La fraternidad de los cristianos”. Leo en la página 65: “Cualquier persona puede dirigirse al hombre Jesús, pero, al hacerlo, a quien habla en él es a Dios. Se deja de plantear pues la pregunta de cómo el hombre mudable puede hablar a un Dios inmutable y absolutamente otro. En Cristo, Dios ha tomado un trozo de este tiempo mundano y de la criatura mudable, la ha unido a él y ha abierto así definitivamente la puerta entre él y la criatura” .  Benedicto XVI, del mismo modo, y como Vicario de Cristo, ha querido tomar un trozo de su vida para unirla a El, y abrir definitivamente la puerta de entrada a un Reino que ya vislumbra, y que quiere seguir gozando en la plenitud de su belleza, sin las prisas que impone una tarea de tanta responsabilidad, para la cual ya no responde su cuerpo. Su nueva etapa será seguir gozando de ese Dios que él tanto ha estudiado y enseñado, en un ambiente de oración, rezando por toda la Iglesia.

                Ante este gran testimonio hay que abrir la mente y responder con un corazón sensible y agradecido. Hay que mirar más allá, más arriba.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com