Peculariedad del amor que nos tiene Dios
por Déjame pensar
Recordamos en el artículo anterior que Dios nos eligió en Cristo a cada uno de nosotros, antes de la creación del mundo. Y nos sigue amando con un amor que nos alcanza como personas concretas que somos. Para ser breve, diría que Dios no tiene “universales”, colectivos así llamados por los filósofos. Como nuestra inteligencia es limitada, hemos de apelar a los universales para expresar nuestra atención o nuestra relación, o nuestro amor a otros, cuando son muy numerosos. Así, si no podemos tener presente en nuestra inteligencia a cada uno, hablamos del amor a la familia y, de modo semejante, a los amigos, a la Iglesia, a la patria. Pero Dios nos ama a cada uno, no tiene universales, porque su inteligencia es infinita y no nos despersonaliza en grupos.
En nuestra cultura, que abunda en asociaciones, grupos, federaciones, etc. es importante que, al hablar de la santidad ahora, tengamos muy presente que, para el Padre Dios, somos únicos, irrepetibles.
Y esa mirada se refiere también evidentemente al ambiente cultural que nos rodea. Y lo digo, porque las corrientes que pretenden secularizar nuestra cultura, laicizarla, alejarnos de cualquier valor trascendente, fundamentalmente de Dios, también ahora en nuestra España, pueden inducirnos a creer que la santidad es más difícil que en otras épocas de la historia. ¿Todos nos vemos lejos de la santidad? Si ello quiere decir que nos es imposible, nos equivocamos. Si pensamos que vamos haciendo camino, por muy lejos que nos encontremos de ella, estamos en lo cierto. Cada día de nuestra vida es una ocasión que Dios nos regala, para que nos sigamos acercando a Él...
Acercarnos, puesto que no consideramos tener suficiente intimidad con Él, pero sabemos que nos espera cada día, a partir del grado de amor que podamos tener. San Juan de al Cruz, que tanto supo del amor a Dios, nos dirá que la medida de nuestro amor no es tanto el que apreciamos tener, sino de la medida del deseo de crecer en ese amor, del anhelo de alcanzarlo, la añoranza de mayor amor, esa es la medida del amor.
A esa actitud alude Jesús como una bienaventuranza: Tener hambre y sed de santidad. Ser justo es ser santo. Así, pues, la respuesta a la pregunta de si podemos ser santos, se convierte en la pregunta de si tenemos hambre y sed de serlo. Es la respuesta de Jesús en la cuarta bienaventuranza.
He dicho que “esa mirada que da vida” se dirige también a nuestra existencia en la cultura actual . Una cultura que sufre un cambio profundo por las concausas que pretenden alejarla de Dios, unas impensadas, otras intencionadas.
La personalidad humana puede caer en la forma suprema de ausencia, que es la carencia en nuestra conciencia de la presencia de Dios. Dijo Julián Marías , en uno de sus últimos libros (“La perspectiva cristiana”) que la vida humana ha de tener sentido, aunque no se vea claramente cuál, puesto que el sentido pertenece a la realidad de la vida humana. “El hombre –dice- hace su vida. La elige, no es creador de ella, pero sí autor de ella. Y ello nos conduce a un convencimiento que nos brota del hondón de nuestra alma. Que la vida terrenal en este mundo aparece como elección de la perdurable”. Y añade lapidariamente: “Consiste en decidir “ahora” quién va a ser “siempre”.
Querer arrancar las raíces cristianas de nuestra civilización, supone olvidar –dice en el mismo libro.- que “desde hace dos mil años, el hombre tiene algo radicalmente nuevo, que no se acaba de poseer, sino por partes, con desamor, abandonos, infidelidades. Algo que está delante de nosotros, como algo que hay que conquistar. Algo, no se olvide, que está frente a nuestra libertad sin forzarla. La perspectiva cristiana”.
Otro actual teólogo afirma brevemente que la historia de la humanidad tiene una concreta “Nota Bene”, que es la encarnación de Jesucristo, el Verbo de Dios. Una “Nota Bene” que quiere ser olvidada por algunos.
En nuestra cultura, que abunda en asociaciones, grupos, federaciones, etc. es importante que, al hablar de la santidad ahora, tengamos muy presente que, para el Padre Dios, somos únicos, irrepetibles.
Y esa mirada se refiere también evidentemente al ambiente cultural que nos rodea. Y lo digo, porque las corrientes que pretenden secularizar nuestra cultura, laicizarla, alejarnos de cualquier valor trascendente, fundamentalmente de Dios, también ahora en nuestra España, pueden inducirnos a creer que la santidad es más difícil que en otras épocas de la historia. ¿Todos nos vemos lejos de la santidad? Si ello quiere decir que nos es imposible, nos equivocamos. Si pensamos que vamos haciendo camino, por muy lejos que nos encontremos de ella, estamos en lo cierto. Cada día de nuestra vida es una ocasión que Dios nos regala, para que nos sigamos acercando a Él...
Acercarnos, puesto que no consideramos tener suficiente intimidad con Él, pero sabemos que nos espera cada día, a partir del grado de amor que podamos tener. San Juan de al Cruz, que tanto supo del amor a Dios, nos dirá que la medida de nuestro amor no es tanto el que apreciamos tener, sino de la medida del deseo de crecer en ese amor, del anhelo de alcanzarlo, la añoranza de mayor amor, esa es la medida del amor.
A esa actitud alude Jesús como una bienaventuranza: Tener hambre y sed de santidad. Ser justo es ser santo. Así, pues, la respuesta a la pregunta de si podemos ser santos, se convierte en la pregunta de si tenemos hambre y sed de serlo. Es la respuesta de Jesús en la cuarta bienaventuranza.
He dicho que “esa mirada que da vida” se dirige también a nuestra existencia en la cultura actual . Una cultura que sufre un cambio profundo por las concausas que pretenden alejarla de Dios, unas impensadas, otras intencionadas.
La personalidad humana puede caer en la forma suprema de ausencia, que es la carencia en nuestra conciencia de la presencia de Dios. Dijo Julián Marías , en uno de sus últimos libros (“La perspectiva cristiana”) que la vida humana ha de tener sentido, aunque no se vea claramente cuál, puesto que el sentido pertenece a la realidad de la vida humana. “El hombre –dice- hace su vida. La elige, no es creador de ella, pero sí autor de ella. Y ello nos conduce a un convencimiento que nos brota del hondón de nuestra alma. Que la vida terrenal en este mundo aparece como elección de la perdurable”. Y añade lapidariamente: “Consiste en decidir “ahora” quién va a ser “siempre”.
Querer arrancar las raíces cristianas de nuestra civilización, supone olvidar –dice en el mismo libro.- que “desde hace dos mil años, el hombre tiene algo radicalmente nuevo, que no se acaba de poseer, sino por partes, con desamor, abandonos, infidelidades. Algo que está delante de nosotros, como algo que hay que conquistar. Algo, no se olvide, que está frente a nuestra libertad sin forzarla. La perspectiva cristiana”.
Otro actual teólogo afirma brevemente que la historia de la humanidad tiene una concreta “Nota Bene”, que es la encarnación de Jesucristo, el Verbo de Dios. Una “Nota Bene” que quiere ser olvidada por algunos.
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