Consecuencias de una cultura errónea
por Déjame pensar
Los creyentes queremos que el hombre sea consciente, para poder vivir de sus auténticos valores. Pero para muchas ideologías actuales, el hombre es un animal más, y nada hay en él que no sea pura materia.
Con estas premisas, ¿cómo podemos halar de valores en el hombre? Es decir, ¿qué sentido tiene hablar de nobleza, fidelidad, sacrificio, amor desinteresado, limpieza de corazón?
Nos dirán que todo esto no es observable, ni experimentable, ni mensurable. Y que, cuanto escapa a un concepto de ciencia de lo puramente material o útil (técnica), no es digno de ser tenido en cuanta por la inteligencia.
La idea es clara: la ciencia no sabe de valores, luego no es posible un conocimiento racional de los mismos. Responden a opciones puramente subjetivas o sociales, expresan emociones, pertenecen al mundo de lo inexpresable y de lo “mítico”.
Pero sucede que, para actuar como auténtico hombre, éste ha de saber antes qué es. Y no lo puede saber si se cierra a lo que le trasciende, a Dios. Solamente cuando el hombre tiene pleno sentido de su existencia –viene de Dios y retorna a Dios-, se sitúa dentro de las coordenadas reales de su existencia y puede entender verdaderamente a sí mismo y, consiguientemente, actuar en plenitud como hombre, tanto en su propia realización, como en sus relaciones interpersonales, y en su actitud hacia la naturaleza.
Me atrevo a afirmar que, cuando el hombre se cierra a todo sentido trascendente, la materia que le rodea y que forme parte de sí mismo, tiene suficiente fuerza para rebajar al hombre a su condición de “cosa”...
El hombre entero peligra, cuando rechaza su condición de criatura. Y más, cuando como ahora, la razón técnica es extraordinariamente poderosa e inventiva en todos los terrenos. Es voluntad de Dios que la utilicemos, pues nos mandó, en el inicio de la creación, dominar la tierra. Pero lo hemos de hacer no marginando su plan y su voluntad.
De lo contrario, ciencia y técnica carecen de sabiduría. Saben “cómo hacer” todo, pero ignoran el “para qué” –el sentido, adonde va la humanidad- de cuanto hacen. Carecen del sabor de la verdad. Se equivocan acerca del ser del hombre. Carecen de la alegría del bien, porque son utilizadas contra los valores mismos del hombre.
No me importa repetir lo que dije en mi anterior artículo: La negación del estado de criatura –relación filial con Dios- es algo así como el principio del pecado: ser rebelde contra la realidad de la propia existencia y contra el Señor de la vida.
Con estas premisas, ¿cómo podemos halar de valores en el hombre? Es decir, ¿qué sentido tiene hablar de nobleza, fidelidad, sacrificio, amor desinteresado, limpieza de corazón?
Nos dirán que todo esto no es observable, ni experimentable, ni mensurable. Y que, cuanto escapa a un concepto de ciencia de lo puramente material o útil (técnica), no es digno de ser tenido en cuanta por la inteligencia.
La idea es clara: la ciencia no sabe de valores, luego no es posible un conocimiento racional de los mismos. Responden a opciones puramente subjetivas o sociales, expresan emociones, pertenecen al mundo de lo inexpresable y de lo “mítico”.
Pero sucede que, para actuar como auténtico hombre, éste ha de saber antes qué es. Y no lo puede saber si se cierra a lo que le trasciende, a Dios. Solamente cuando el hombre tiene pleno sentido de su existencia –viene de Dios y retorna a Dios-, se sitúa dentro de las coordenadas reales de su existencia y puede entender verdaderamente a sí mismo y, consiguientemente, actuar en plenitud como hombre, tanto en su propia realización, como en sus relaciones interpersonales, y en su actitud hacia la naturaleza.
Me atrevo a afirmar que, cuando el hombre se cierra a todo sentido trascendente, la materia que le rodea y que forme parte de sí mismo, tiene suficiente fuerza para rebajar al hombre a su condición de “cosa”...
El hombre entero peligra, cuando rechaza su condición de criatura. Y más, cuando como ahora, la razón técnica es extraordinariamente poderosa e inventiva en todos los terrenos. Es voluntad de Dios que la utilicemos, pues nos mandó, en el inicio de la creación, dominar la tierra. Pero lo hemos de hacer no marginando su plan y su voluntad.
De lo contrario, ciencia y técnica carecen de sabiduría. Saben “cómo hacer” todo, pero ignoran el “para qué” –el sentido, adonde va la humanidad- de cuanto hacen. Carecen del sabor de la verdad. Se equivocan acerca del ser del hombre. Carecen de la alegría del bien, porque son utilizadas contra los valores mismos del hombre.
No me importa repetir lo que dije en mi anterior artículo: La negación del estado de criatura –relación filial con Dios- es algo así como el principio del pecado: ser rebelde contra la realidad de la propia existencia y contra el Señor de la vida.
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