Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿De quién es el Señor?

¿De quién es el Señor?

por Un alma para el mundo

 

            La pregunta parece absurda, pero no lo es. Me explico. Indudablemente el Señor vino para todos. A todos le ofreció la oportunidad de pertenecer al grupos de sus amigos (“Seréis mis amigos si hacéis lo que yo os mando”). Multiplicó los panes para todos. Curó a muchos sin pedirle “el carnet de identidad”. La nueva familia que él crea en torno así, la Iglesia, es abierta, caben todos los que de buena voluntad quieren seguir el camino de la Verdad, de la Justicia, del Amor… Todos estamos llamados a ser bienaventurados… “Venid a mí todos los que estáis cansados…”. Está claro que Jesucristo no es “propiedad” de ningún grupo. Pero a veces da la sensación de lo contrario. ¿Por qué digo esto?

 

            Las “familias” espirituales y apostólicas dentro de la gran Familia que es la Iglesia están, así debe ser, al servicio de Dios y de los hombres. Jesucristo vino proclamando la libertad (“La Verdad os hará libres”), pero da la impresión que algunas  “familias”, algunas realidades eclesiales de todos los tiempos, han querido apropiarse del Señor, lo han encerrado en sus cenáculos, y no se puede acceder a Él sin permiso. Mi Dios es mío, dicen algunos. Tú no eres de los nuestros, dicen otros. Y, como los Apóstoles, quieren impedir que expulsen demonios o hagan milagros sin la autorización debida.

 

            El Señor suscita en su Iglesia carismas, devociones, presencias espirituales fuertes (v.g. revelaciones privadas, apariciones, etc.) para todos. Pero enseguida surge la apropiación indebida, y con ella la competencia, las celotipias, la “propiedad privada”, el exclusivismo. E izamos la bandera para que todo el mundo sepa que el territorio, esa realidad espiritual, es mía, y nadie puede acceder a ella sin un salvoconducto que expido yo. Y me apropio de la imagen, de la oración, del lugar sagrado, de la devoción… Todos los demás son intrusos, advenedizos, forasteros sin permiso de “ciudadanía”.

                Una cosa es el carisma, la vocación que uno pueda sentir para servir a Dios y a los demás por un camino concreto, y otra pensar que solo ese camino es el único  válido para acceder a Dios. El Señor hace una oferta para que todos puedan acceder a la santidad, los medios para ello son eso, medios. Muy variados por cierto, pero todos tienen un denominador común basado en el Evangelio. Los que van por otro camino son muy libres para hacerlo si Dios los llama, pero el campo de batalla es el mismo, y debemos luchar codo con codo, cada cual con su armamento y munición, pero con el mismo objetivo.

                Gracias a Dios la Iglesia nos va aclarando las ideas. Y en ella nadie debe ser enemigo ni competidor de nadie. Mi Dios es tu Dios. La Biblia es común para todos. La Eucaristía, y el resto de los sacramentos están a disposición de cualquier fiel. Todos estamos llamados a la santidad, y nadie puede decir “esto no es para mí porque yo no pertenezco a nada”. Pertenecemos a la Iglesia, y eso es suficiente. Y dentro de la Iglesia hay recursos para ayudarnos a caminar en la misma dirección.

                En definitiva: Dios es de todos. La Iglesia es de todos. El Señor es el único Señor. “Yo soy el que soy”. Y todos gozamos de los mismos derechos y obligaciones. De la mano debemos avanzar en este Año de la Fe.

 Juan García Inza

juan.garciainza@gmail.com

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