Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Dos encuentros con el maligno

Dos encuentros con el maligno

por Un alma para el mundo

 Encuentros de un exorcista con el diablo.

Tal y como venimos diciendo en capítulos anteriores DOMENICO MONDRONE S.I, tuvo una singular experiencia que cuenta en su libro: UN EXORCISTA ENTREVISTA AL DIABLO

1ª Edición Española 2004 (traducido de la 31 edición Italiana 1976). Editorial PRO SANCTITATE. Roma

 Expusimos ya los preámbulos de esta historia. Publicamos hoy los dos primeros encuentros con el ánimo de saber más sobre las artimañas del Maligno, aunque me tachen de ingenuo. Pero yo creo que el Diablo existe.

 PRIMER ENCUENTRO

Aquella misma tarde, después de una cena más bien rápida y desganada, me retiré a mi cuarto a despachar un poco de correspondencia.

 Después de media hora me puse a recitar la última parte de la "Liturgia de las horas». Hice devotamente la señal de la Cruz y comencé:

 ´Jesús, luz de luz, - sol sin ocaso, -tu iluminas las tinieblas, - en la noche del mundo,- En Ti, Santo Señor - buscamos descanso- de la fatiga humana, - al fin del día"...

 Noté esta vez, que cuanto más iba adelante, más crecía en mi el deseo de retrasar aquella oración habitual. Sentidos y gustos nuevos fluían de aquellas palabras antiguas y simples.

 Al final, besé el breviario y lo puse aparte. ¿Y ahora qué hago? Algunas veces apunto notas rapidísimas en mi diario; intenté hacerlo pero pronto se me pasaron las ganas.

 Volviéndome, mi mirada se encontró con la imagen de la Virgen, ante la cual aquella tarde había ido a orar. Tuve deseos de entretenerme con Ella y, cogido el rosario del bolsillo, me hice la señal de la cruz. Las Ave María me venían dulcísimas como una íntima toma de contacto con Ella. No había terminado aún la primera decena, y ya me encontraba sentado y con la pluma en la mano. ¿Cosa extraña? ¿Para hacer qué? Un bloque de papel estaba allí sobre la mesa: ¿Comenzar a escribir algo sobre aquella diablura? No pensaba en esto en absoluto. No tenía nada concreto en mi cabeza y la fantasía no parecía ayudarme.

 Para hacer cualquier cosa, tomé el bloque de papel y escribí en lo alto: «Entrevista con Satanás". ¿No? corregí. Mejor decir: «con el Maligno". Este segundo apelativo es menos común y de un sentido más inmediato. Y permanecí con la pluma en el aire.

 En aquel mismo instante advertí a lo largo de la columna vertebral una imprevista sacudida de frío que inmediatamente me envolvió todo entero.

 Al lado de la escribanía, a la izquierda, la ventana estaba completamente abierta, instintivamente me levanté para cerrarla. Advertí sin embargo que de fuera venía un aire caliente. Era la tarde de una jornada calurosa de septiembre.

 Mientras me tocaba las mejillas, la frente, mirando si tenía síntomas de fiebre, una hoja más bien fría me atravesó y tuve un extraño asalto de miedo. Me senté, permanecí un rato sobre mí mismo, después intenté acostarme en la cama. No logré moverme. Me sentía clavado a la escribanía, no porque alguien me hiciese violencia desde fuera, sino por un sentido de inercia total: una especie de pegamento.

Invoqué mentalmente a la Virgen que me miraba a unos metros de distancia de la pared y tuve una caricia imprevista de paz.

Mientras en mi interior daba gracias a la Madre Celestial, la silla, la escribanía, casi toda la habitación sufrió un sobresalto misterioso.

"Has pedido entrevistarme, aquí estoy”

 

Era una voz lóbrega, áspera, metálica. Una voz que no supe precisar de qué punto venía, pero que desencadenó en mí un largo y muy fuerte escalofrío de miedo. Permanecí algunos minutos sin respiración, después tomé fuerzas.

“Pero ¿quién eres tú?".

 “No seas estúpido, ¡soy yo!"

 No había pensado nunca de poder pasar con mi entrevista del plano de la fantasía al de un tú a tú con el Maligno.

En un ángulo de la escribanía había un rosario e instintivamente lo cogí como si fuese un arma de defensa,

 "iTira fuera esa tontería, si quieres hablar conmigo!”

 “¿Tontería?..."

 "iExcrementos de cabra colocados juntos!”

 ¡Si para ti es una tontería, yo lo beso y para tu desprecio lo enrollo entorno a mi muñeca, como defensa. Veo que te da miedo, bellaco!

 ¡Eso para mí es una guillotina!..

 “¡Mejor aún, y gracias por habérmelo dicho!”

 He intentado muchas veces explicarme cómo percibí aquella voz tan cercana, que no venía de ningún punto preciso de la habitación ni salía de mi interior. Sin embargo, lo comprendía claramente, siempre en un tono amenazador y desdeñoso y cargado de una rabia especial.

 “¿Cómo es que has venido? ¿Quién te envía?”

 "He sido obligado".

 “¿Por quién?” Siguió un silencio tenso.

 “Vamos ¿obligado por quien?”

 “¡Por aquella!”

 “Gritó esta respuesta con un desprecio y con un odio indescriptibles."

 “¿Quién es ella?" Sin embargo, había comprendido.

 “¡No diré jamás su nombre!´

 «¿Te quema tanto?«

 "¡La odio infinitamente!",

 “Porque es la criatura más alta y más santa…”

 Masticándose las palabras con rabia: "¡Él la ha querido así para mi desprecio, para que fuese mi más aplastante humillación!”

 Permanecí atolondrado. “¿Cómo es posible? ¿Eres el padre de la mentira y dices una verdad tan grande? ¿No te das cuenta que ésta es una alabanza inmensa?”

 Mi pregunta quedó sin respuesta. Por esta vez esto fue todo.

                               

SEGUNDO ENCUENTRO

                                                                                                                          Pasaron algunos días sin que sucediese nada nuevo. No sabía qué pensar. No tenía la valentía de invocar la vuelta de un tan singular interlocutor. Aquel primer encuentro había dejado en suspenso más de una pregunta. Pero fue cortado en lo mejor. Aquella última respuesta, sin embargo, tan inesperada, me dejó una alegría grande.

 Una mañana, apenas había terminado de celebrar la Misa, tuve un deseo insólito de ir rápidamente a casa. Mi empujaba el extraño indicio de algo no acostumbrado.

 «Aquel mensajero debe estar ya aquí, pensé. Correcto, he aquí los acostumbrados escalofríos de frió helado. No me había equivocado.

 Me senté, invoqué mentalmente a la Virgen y esperé.

 "Estoy aquí. ¿Qué más quieres preguntarme?".

 Parece que aquel ser tenebroso hubiese sido puesto a mi disposición.

 

“Antes que nada, debo agradecerte el alto elogio que la última vez hiciste a la Virgen. Me impresionó mucho tu respuesta. Y todavía no logro explicarme como se te haya podido escapar”.

  “Es ella que me obliga a hablar así, ¿lo quieres comprender? Ella me obliga. Lo hace para contentarte y para humillarme. Pero tú,- recuérdalo - me las pagarás. Tú no lograrás comprender jamás qué tortura es para mí tenerla que obedecer obligándome a decir ciertas verdades. Yo odio la verdad, porque la verdad es Él, ¿comprendes? Tu permaneces horrorizado ante los tormentos a los que tantos subalternos míos someten a sus condenados políticos, recurriendo a la píldora de la verdad, al lavado de cerebro - todos son inventos míos, para que lo sepas - para llevarles a la autocrítica y a sacarles sus confesiones preestablecidas. Peor es el suplicio al que soy sometido por aquella para llevarme a escupirte en la cara ciertas verdades. Por eso, te repito que me las pagarás”.

 "Gracias también por esto que me dices; pero si Ella está conmigo, tú no me das miedo”.

 “Te he dicho que me las pagarás".

 "De acuerdo. Pero continúa hablándome de Ella".

 "Es mi más implacable enemiga".

 “Lo creo: Es la Mujer destinada a darnos a Jesús, nuestro Redentor, el reparador de todas tus maldades, especialmente por habernos regalado el pecado y la muerte. Y Ella, por virtud de su Hijo, para tu humillación, ha vencido todo esto".

 Un largo silencio de espera.

 “Comprendo que no tengas mucho deseo de hablar de María. Eres infinitamente soberbio y el recuerdo de Ella es demasiado humillante para ti. Dijiste bien, es tu humillación más grande. Pero, en nombre de Ella, responde. ¿Creíste haber obtenido una victoria plena arrebatándonos a nuestra madre Eva? ¿Ni siquiera sospechaste que Dios te habría vencido con María? Una Madre infinitamente más grande que la que nos arrebataste y con la cual nos mandaste a la ruina. Dios nos ha dado a María y la ha hecho Madre suya".

 "¿Pero por qué te obstinas tanto en hablarme de aquella? íDéjalo ya!”

 «Precisamente porque te fastidia tanto...”

 “Es una terrible desbaratadora de mis planes. Es una devastadora de mi reino. No me deja conseguir una victoria y ya me prepara una derrota. Me la encuentro siempre entre los pies. Siempre ocupada en atravesarse en mi camino, a suscitar fanáticos que la ayudan a arrebatarme almas. Allí donde más clamorosas son mis conquistas, en un silencio capilar ella multiplica las suyas. Pero ahora ha llegado el tiempo en que obtendré sobre ella victorias jamás vistas...”

 "¡Efímeras como las demás!”

 

*  *  *

Aún un breve silencio. “¡No serán efímeras!.. Esta vez será una victoria total. Creía estar al seguro en una fortaleza inalcanzable. ¡Ahora os he abierto una brecha que será peor que la primera!...”

 

 “¿Qué brecha? Pienso que corres demasiado. Estás muy seguro de ti mismo".

“Tengo de mi parte también a los teólogos. Los mis presuntuosísimos doctores, Si fuese capaz de amar, serían mis amigos más queridos. Vuestros cultivadores del dogma van abandonando una tras otra vuestras posiciones. Los he inducido a avergonzarse de ciertas fórmulas ridículas. A avergonzarse antes que nada de creer en mi existencia y en mi trabajo en medio a vosotros: Cosa para mí comodísima".

"¿Y con esto, crees?

«De este modo, las fábulas de la Inmaculada Concepción, de la Maternidad Divina, de la siempre Virgen, de la omnipotente llena de gracia están siendo desmoronadas como miserables necedades. Dentro de pocos años quedará solo el recuerdo - vergonzante recuerdo - de tan estúpidas leyendas. Mucho he debido esperar pero ahora ha llegado finalmente mi tiempo. íDefinitivamente ha llegado mí hora! ¡Si supieras lo bien que trabajan mis aliados: curas, frailes, doctores!... ¿Dónde están ahora los fanáticos de su culto, sus calenturientos simpatizantes?”

 *  *  *

Parecía que se hubiese marchado. Pero estaba allí, quizás en espera de mi reacción.

 “Lo sé: Has logrado reunir en torno de tantas verdades del Credo una polvareda irrespirable llena de confusión. Crees suprimir el sol sólo porque los has escondido detrás de cúmulos de nubes. Pero todo esto pasará. Bastará un soplo del Omnipotente para desbaratar todo lo que estás construyendo. Un soplo solo y Dios, en su Providencia, también de nuevo sacará bien del mal, Incluso de estas confusiones sabrá hacer brillar más espléndida la verdad”.

 "No te hagas ilusiones".

 "Sé que no me engaño. La fe me lo dice. Ni tú mismo, eterno mentiroso, crees en esta victoria final.

Tú te agitas porque sabes que Dios tiene medido el tiempo en el que, para sus designios, te deja exagerar. Tú sabes que el más poderoso es Él. Él tiene delante de Si la eternidad. En un instante te arrebatará de la mano tus victorias momentáneas. Eres el eterno fanfarrón ridículo. Te crees omnipotente, mejor aún quieres hacértelo creer a ti mismo, pero basta un signo de la cruz para ponerte en fuga, basta un poco de agua bendita para paralizar tu omnipotencia. La parábola del grano y de la cizaña ha sido dicha sobre todo para ti. Eres simplemente ridículo en tus bravuconadas. Eres un pobre perro atado a tu cadena. Tú no puedes nada más de lo que te permite Dios. Te lo permite para probar a sus elegidos en el tiempo, y derrotarle para toda la eternidad”.

“¡Qué elocuente eres! Has hecho una bella predicación para los papagayos de la parroquia. Tu reúnes palabras, yo cuento hechos".

 “Te estoy solamente descubriendo tu mentira. Tu historia concluirá como empezó. Tienes la estúpida presunción de creerte semejante a Dios. Te rebelaste y Dios en aquel mismo instante, con un soplo te precipitó a ti y a los tuyos en los abismos infernales. Bastó un movimiento de su voluntad para fulminaros a todos, para transformaros de ángeles en horribles demonios".

“Todavía un trozo de predicación”.

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