¿Profetas o anarquistas?
¿Profetas o anarquistas?
por Duc in altum!
Autodenominarse profetas, al tiempo que se promueve el aborto, resulta una contradicción en todo el sentido de la palabra. ¿Hay profecía sin obediencia? La respuesta es que no es posible, pues sin el magisterio de la Iglesia, sería muy fácil confundirse, haciendo que la fe, la verdad cristiana, se reduzca a una mera apreciación personal. No podemos decir que tenemos más experiencia que la propia comunidad eclesial que cuenta con una tradición milenaria, una sabiduría que se ha ido enriqueciendo con el paso del tiempo. Siguiendo la teología paulina, los profetas son un don del Espíritu Santo, sin embargo, tienen que ser congruentes con el Evangelio, cuyos puntos esenciales se encuentran perfectamente resumidos en el Credo. Cuando escuchamos a un laico, religioso, religiosa o sacerdote defender lo indefendible, lo que Jesús ya dejó más que claro, la pregunta que salta a la vista es, ¿qué hacen en la Iglesia si nadie los obliga a permanecer en una institución que les parece tan terrible? Ciertamente, hay que tener cuidado, pues tampoco se trata de renunciar a la autocrítica, sin embargo, una cosa es reconocer los pecados internos y otra muy diferente es descalificar todo aquello que venga del Papa, de los concilios, de los sínodos, etcétera, por el simple hecho de sentirse más buenos e inteligentes que los demás. El cristiano, busca a Jesús y no a los que defienden o sostienen una fe llevada a los extremos, especialmente, a la falta de identidad, claridad y significado.
Ser profeta es leer la realidad a través de los ojos de Cristo, acompañados por la guía pastoral y espiritual de la Iglesia. Irse o aventurarse por la libre, no asegura nada, pues es muy fácil terminar buscándose a uno mismo, en lugar de entrar en contacto con Dios, quien nos habla a través de las personas y de las circunstancias. Profeta no es el provincial que permite todo al interior de su provincia, como tampoco lo es el laico que teme desafiar a lo políticamente correcto. No se trata de andar buscando culpables, acusando a diestra y siniestra, sino de permitir que lo católico siga siendo católico.
Hay que ser fieles a la verdad revelada y, a su vez, explicada por el magisterio que nos acompaña pedagógicamente. Sería ilógico creer que lo sabemos todo, que no necesitamos de nadie. El profeta se deja formar, encauzar y educar. No dice o hace lo primero que se viene a la cabeza, sino que sabe discernir, identificar los pros y contras, haciendo de la oración la clave de su vida. A los ojos de Dios todos somos iguales, sin embargo, a nivel Iglesia es necesario que las responsabilidades se jerarquicen, pues de otra manera no habría condiciones para trabajar el ejercicio de la misión. Desde la primera comunidad cristiana, la de los doce discípulos, se dio. No olvidemos la confianza que Cristo puso en el apóstol Pedro. Por lo tanto, anunciar el Evangelio, rechazando la autoridad de la Iglesia, es como intentar nadar sin agua.
Pensar que los profetas son aquellos que sienten repulsión por la liturgia, por lo sagrado, quedándose en una especie de “fondoguez” eclesial, refleja ignorancia y un escaso sentido reflexivo. Por ejemplo, normalmente se cita a Mons. Oscar Arnulfo Romero (19171980), como estandarte de los progresistas, sin embargo, no tiene nada que ver, pues fue fiel a la Iglesia, nunca la desobedeció, sino que creativamente supo desarrollar una labor pastoral excepcional. Para Mons. Romero, a pesar de lo que tuvo que sufrir, no había oposición entre Iglesia y jerarquía, pues lo asumía como un todo, que si bien siempre necesita purificarse, constituye el vínculo entre Cristo y cada uno de nosotros.
Tiene lógica. En lugar de abandonarnos a nuestras propias ideas y posturas, conviene “Sentire cum Ecclesia” (sentir con la Iglesia), sin que esto signifique dejar que otros piensen por nosotros. Seamos los profetas que el mundo necesita, sin romper o chocar con la unidad, cayendo en la anarquía.