Cumplimiento de los mandamientos
Es una pena que llevar una vida cristiana…, para mucha gente, que se titulan creyentes, no signifique más que guardarse del pecado. Pero de hecho, guardarse del pecado es sólo un lado de la moneda de la virtud. Es algo necesario, pero no suficiente.
Quizá esta visión negativa de la religión, a la que se la contempla como una serie o catalogo de prohibiciones, explique la falta de alegría en su cristianismo de muchas almas bien intencionadas, aunque equivocadas. Guardarse del pecado es el comienzo básico, pero el amor a Dios y el amor al prójimo van mucho más lejos. Tenemos que ser ambiciosos, soñar e intentar un máximo, para que así al menos consigamos un mínimo que nos salve, pero sí de entrada somos tacaños y nos limitamos solo a dar lo que consideramos un mínimo estrictamente indispensable para pasar la prueba, estemos seguros que nunca la superaremos, porque en esta vida el que camina bordeando algo termina por traspasar el borde que quiere evitar.
Tenemos que entregarnos generosamente, entre otras razones porque no olvidemos que la naturaleza de la prueba es de amor, y el que pone límites a su amor, decididamente es incapaz de amar debidamente, porque el amor es siempre una entrega absoluta sin límite alguno. Limitarse a cumplir estrictamente los mandamientos, sería como caminar, por el borde de la frontera o línea entre la salvación y la condenación. Y si al final, el saldo que se le ofreciese al Señor, fuese solo el de haber cumplido sus mandamientos, poco méritos le podríamos presentarle, si tenemos en cuenta lo mucho que podemos hacer, en relación con lo poco que hacemos.
Como antes decíamos, es algo bien sabido, que el que vive y camina al borde, termina al final traspasando la línea de ese borde. Y en materia espiritual, con más razón, hay que vivir alejado del borde, ya que todo ser humano, tiene continuamente a su lado la tentación, personificada por el maligno, que siempre está pendiente de aprovechar la más mínima oportunidad, para darnos un empujón que nos obligue a traspasar el borde.
Resulta siempre peligroso, dejarse uno que se le acerquen tanto, los pitones del toro, tal como dicen los matadores y novilleros. El que juega con fuego termina quemándose. En la vida humana es siempre prudente, en todos los asuntos que nos conciernen, tomarse en todo un margen de seguridad, y no digo ya nada, en la vida espiritual y más en relación al principal asunto, que nos traemos entre manos y que es, en el que más nos jugamos: ¡La salvación eterna!
El Señor nos ha señalado unas normas de mínimos, pero no nos ha puesto coto alguno a los máximos que queramos realizar. En términos estudiantiles, una cosa es aprobar por los pelos y otra aspirar a nota. Pero inclusive, para poder salvarse, por los pelos, limitándose al cumplimiento de los mandamientos del Señor, necesitamos que Él nos ayude con sus divinas gracias. Porque tengamos en cuenta eso que Él nos dejó dicho: “Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo: ¡que difícilmente entra un rico en el reino de los cielos! De nuevo os digo: es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos. Oyendo esto, los discípulos se quedaron estupefactos y dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse? Mirándolos, Jesús les dijo: Para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible”. (Mt 19,23-26). Mucho se ha especulado sobre este pasaje evangélico, muchas veces tomándolo al pie de la letra. Pero primeramente conviene aclarar, que el Señor, más de una vez hace uso de las hipérboles para poner más énfasis en sus aseveraciones.
En los evangelios tropezamos de vez en cuando con una serie de hipérboles. Por ejemplo cuando el Señor dice: “¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?”. (Mt 7,1). ¿Es que acaso cabe una viga en un ojo humano?, o cuando Nuestro Señor dice: “Guías Ciegos, que coláis un mosquito y os tragáis un camello”. (Mt 23, 24). ¿Se puede alguien tragar un camello? Otra hipérbole la tenemos cuando el Señor dice a sus discípulos: “Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños”. (Lc 17,1-3). El que haya visto alguna vez una antigua piedra de molino, comprenderá fácilmente, que es imposible ponerla en el cuello alguien. También tenemos otra hipérbole del Señor cuando en el momento de su prendición, recrimina a San Pedro por el uso de la espada y le dice: “Vuelve tu espada a su lugar, pues quien toma la espada, a espada morirá. ¿O crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles? (Mt 26,52-53). Una legión romana tenía como mínimo 10.000 legionarios. Doce legiones suponían unos 120.000 legionarios, en este caso serían ángeles, para hacer frente a un reducido grupo que se calcula que podrían ser entre 20 y 40 miembros, entre sirvientes del sumo sacerdote y soldados romanos, que él sumo sacerdote le había pedido a Poncio Pilatos.
Pero el problema de los ricos, desde luego que existe, porque se pueden poseer riquezas y salvarse, pero siempre que el apego a ellas no exista, y sobre ellas esté el amor al Señor. Y es de aclarar que el tener riquezas no es una entrada segura en el infierno, pero tampoco el ser pobre es tener ya un pasaporte para ir al cielo. El problema radica en el desapego que se ha de tener sobre las riquezas, cosa harto difícil de lograr si es que estas se poseen abundantemente. En todo caso no hay que olvidar que la posesión de riquezas, ata mucho e impide el desarrollo de la vida espiritual, al que las posee y es por ello que el Señor quiso llamar la atención en este tema usando la hipérbole de camello y el ojo de la aguja. Su pongo yo, que para desvirtuar las palabras del Señor y alagar a los ricos, se han dado varias explicaciones que carecen de fundamento, como la que en la muralla de Jerusalén, había una puerta estrecha por lo que a un camello le costaba entrar y otras por el estilo.
El secreto del cristiano para su salvación radica, en que cuanto menos confíe en sus propias fuerzas para salvarse, tanto más tendrá a su disposición la ayuda y la gracia de Dios, sin la cual la salvación es imposible. No es posible salvarse uno solo con sus propias fuerzas, es necesario contar con Dios para el cual, todo le es posible. Salvarse quiere decir, liberarse del mal, y ello es imposible de lograrlo sin contar con la gracia divina.
El Señor, nos dejo dicho: "Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan”. (Jn 15,5-6). Sin la gracia preveniente de Dios no podemos hacer absolutamente nada en el orden sobrenatural, y en este sentido puede decirse que todo el proceso de nuestra santificación se reduce, por nuestra parte, a la oración y a la humildad; la oración para pedir a Dios esas gracias prevenientes eficaces, y la humildad, para atraerlas de hecho sobre nosotros
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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