Gracia santificante
La gracia divina es absolutamente necesaria para poder cumplimentar los mandamientos del Señor. El Señor, hablando con motivo, de las dificultades que tiene el hombre para salvarse, dijo: “Jesús les dijo: Para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible”. (Mt 19,26). Lo cual, ya nos es bien patente a todos, que disponiendo de la gracia divina nos es muy difícil simplemente cumplimentar los mandatos del Seño, sin la gracia divina es imposible cumplimentar los mandamientos y sin el cumplimiento de estos es imposible salvarse. Así nos lo expresó el Señor por medio del evangelio de San Juan, en el cual podemos leer: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,910).
No es el caso de profundizar aquí en el tema del valor de la, ni exponer los variados errores y herejías que se han dado sobre este tema, a lo largo de la historia, esencialmente por parte de los protestantes. Lo que nos interesa aquí es tratar sobre los sacramentos, como fuente generadora de gracias divinas y de su distribución.
Dentro de una clásica definición se dice que: “Los sacramentos son signos sensibles instituidos por nuestro Señor para significar y producir la gracia santificante en el que los recibe dignamente”. De entrada vemos que hay en esta definición tres partes importantes que conviene analizar. Primeramente se dice que se trata de signos sensibles. De acuerdo con la forma en que Dios nos guía hacia Él, y sin olvidar nuestra naturaleza humana, el Señor nos proporciona su gracia invisiblemente a nuestras almas, por medio de símbolos materiales. Estos signos son los que constituyen la parte material visible de los sacramentos, los cuales son medios o canales de distribución de la gracia, la cual no es visible en sí pero si son visibles los frutos que ella produce en las almas.
La segunda parte de la definición nos hace referencia al nacimiento de los sacramentos, señalándose que estos fueron instituidos por Jesucristo. No todos los cristianos se encuentran de acuerdo con esta afirmación católica y las mismas prevenciones que mueven a los protestantes en el examen teológico de las divinas gracias, también las tienen frente a los sacramentos, de los cuales hay algunos a los que no les reconocen su origen divino y mucho menos reconocen el misterio de la Transubstanciación en la Eucaristía.
Jesucristo instituyó los siete sacramentos, y con su ascensión a los cielos, puso punto final a la institución de otros sacramentos, por lo que ni el papa, ni cualquier Concilio, puede crear un nuevo sacramento. Cierto es, que el Señor no especificó en todos sus detalles los siete sacramentos, pero sí dejó a su Iglesia como depositaria y dispensadora de los sacramentos: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. (Mt 16,1819).
Y en la tercera parte de la definición anteriormente vista, es donde se encuentra lo esencial, la esencia de los sacramentos: “…para significar y producir la gracia santificante en el que los recibe dignamente”. Los sacramentos indudablemente son fuente creadora y distribuidora de la gracia, pero hay varias clases de gracias, y entonces cabe preguntarse: ¿Qué clase de gracia producen los sacramentos? Lo primero y lo más importante es que generan la gracia santificante.
La gracia santificante, recibe también los nombres de gracia habitual o creada. En el Catecismo de la Iglesia católica, en el parágrafo 1.999 podemos leer: “La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizado-ra, recibida en el bautismo. Es en nosotros la obra de la fuente de la obra de santificación”.
La gracia santificante es la que nos eleva a la vida sobrenatural, a compartir la propia vida del Señor. Santo Tomás de Aquino, decía que: “La gracia santificante no es otra cosa que un comienzo de la gloria en nosotros”. Para el teólogo dominico A. Royo Marín: “Dios ama con amor sobrenatural absoluto al hombre que le es grato y caro; pero como el amor de Dios es causa de lo que ama, es por ello, que se produce, en el hombre que le es de esa manera grato, la razón de esa bondad sobrenatural, es decir, la gracia santificante”.
La gracia santificante, como acabamos de ver nos eleva al plano sobrenatural de lo divino, dándonos una participación física y formal de la misma naturaleza divina. Ella es el principio y fundamento de nuestra vida sobrenatural y la que nos hace verdaderamente hijos de Dios. Pero hay que advertir que la gracia santificante no es inmediatamente operativa por sí misma. Se nos da en el orden del ser no en el de la operación. Diviniza la esencia misma de nuestra alma como el fuego transforma en sí al hierro incandescente, pero se limita pero se limita únicamente a eso. La gracia no obra, no hace nada por si misma….Juntamente con ella, con la gracia santificante, Dios infunde siempre en el alma, una serie de energías sobrenaturales llamadas en teología virtudes o hábitos operativos, capaces de producir los actos sobrenaturales correspondientes a esa vida divina. Tales son las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo a los que hay que añadir el influjo de la gracia actual que los pone sobrenaturalmente en movimiento.
En la Encíclica divinum Illud munus, se nos dice que: “Necesitamos el nobilísimo cortejo de todas las virtudes que acompañan la gracia y también para completar nuestra vida sobrenatural los siete dones del Espíritu Santo. Estas virtudes y estos dones hacen el papel en nuestras almas de facultades sobrenaturales”
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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- Libro. MOSAICO ESPIRITUAL.- www.readontime.com/isbn=9788461220595
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