Evidencias de nuestra inhabitación trinitaria
A bote pronto, uno lee este título de encabezamiento y puede pensar: esto no va conmigo, porque esto es un tema más propio de almas, muy elevadas, y no va conmigo. Y se equivoca de cabo a rabo. Yo no sé por qué, esa prevención que se tiene, no ya por parte de las personas que viven de espaldas al Señor, sino por personas, con almas que viven habitualmente en estado de gracia, a leer o tratar temas elevados, que inmediatamente los califican como propios de místicos. Deben de pensar que todo lo que esta por encima de su nivel de vida espiritual, ya hay que dejarlo pues es algo propio de místicos, teólogos o frailes muy elevados que saben mucho.
Y esto no es así. No se puede pensar así, porque todo lo que se refiere a Dios, está siempre al alcance del más ignorante de sus hijos, ya que para entender y comprender las cosas de Dios, solo es necesaria una condición indispensable que es amar, no hace falta ningún tipo de conocimiento, solo amor. Hay un principio básico y es que a Dios se le alcanza con amor no con inteligencia. Amar, porque a Dios no se llega por medio de conocimientos teológicos, sino simplemente aceptando el inmenso amor que nos tiene a todos nosotros; a los que le amamos, y a los que les es indiferente, y también a los que le odian, a los que le buscan y a los que le ignoran. Dios nos quiere a todos en general, pero en especial a todos y cada una de sus criaturas, a ti, lector y a mí que te escribo, como si individualmente fuésemos cada uno de nosotros la única persona por Él creada y por ti solamente estaría dispuesto estaría dispuesto a recorrer nuevamente, las veces que fuese necesarias, el camino de su pasión y muerte, desde Gethsemaní, hasta el Gólgota.
En todo ser humano, que se encuentre en estado de gracia y amistad con el Señor, se cumplen sus palabras, cuando dijo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada”. (Jn 14,23). Estas palabras del Señor, las hemos oído o leído, más de una vez, pero rara vez, hemos tomado consciencia de la terrible importancia que tienen esta palabras en nuestras vidas. El Señor con estas palabras nos dice que tomará posesión de nuestro ser, porque si le amamos, Él nos va a amar de una forma especial, porque va a empezar a enseñarnos como se participa de su gloria. Estas palabras del Señor dan origen a lo que se denomina la Inhabitación de la Santísima trinidad en el alma humana Escribe el arzobispo vietnamita Nguyen Van Thuan, F. X., y nos dice: “A través de las palabras de la Escritura, es el verbo quien viene a habitar en nosotros y nos transforma en Él; verba en el Verbum…. El resultado es que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que es Cristo mismo quien viene a vivir en nosotros”. Pero es el caso que para tener conciencia de esto, hemos de buscar al Señor dentro de nosotros mismos. Y uno se pregunta: ¿Y esto como se hace? ¿Cómo podemos llegar a tener evidencia de que Dios inhabita dentro de nuestro ser?
Contestar a estas preguntas es lo que vamos a intentar hacer. De entrada diremos que no es cosa fácil, San Agustín exclamaba a este respecto: “Tarde te hallé, estabas dentro de mí y yo de te buscaba fuera”. Es de estimar que aquí como siempre ocurre, en el orden de las cosas del espíritu, es necesario tener paciencia mucha paciencia para no desesperar al tiempo de ser constantes y amar, mucho amor al Señor porque el amor, nuestro amor es una potente palanca que tenemos, junto con nuestra oración, para obtener todo lo que deseemos del Señor. Jean Lafrance nos dice: “Por eso, tenemos que orar, pues no tenemos otra cosa que pedir más que Pentecostés, es decir, la invasión de nuestro corazón por el Espíritu Santo”. Y continúa diciéndonos: “La dificultad viene de que no nos hacemos presentes a ese lugar de donde brota el Espíritu (de nuestro interior). Lo llevamos en nosotros, pero nuestra mirada no alcanza esas profundidades”. Solo se llega a alcanzar estas profundidades cuando nos demos cuenta, de que la gloria de Cristo nos santifica siempre desde el interior al exterior y no al contrario. Y continúa diciéndonos el P. Lafrance: “En el momento en que un hombre descubre este lugar, descubre también el centro de su vida y esta fuente puede empapar su entendimiento, su voluntad y su afectividad…. Este hombre ha encontrado la intimidad con Dios que vive en él: es feliz y vive en paz por eso es capaz de amar a los demás”.
Tenemos que ser dóciles a las inspiraciones y mociones de Espíritu Santo y hemos de abandonarnos en Él para que nos instruya, porque la iniciativa nunca va a ser nuestra. Así Jean Lafrance continua diciéndonos: “Cuando un alma se abandona al Espíritu Santo. Éste la educa poco a poco y la gobierna. Al principio no sabe dónde va, pero poco a poco, la luz interior la ilumina y le hace ver todas sus acciones y el gobierno de Dios en sus acciones, de manera que no tiene casi otra cosa que hacer que dejar obrar a Dios en él y que haga lo que le guste; de este modo avanza maravillosamente. … y a partir del momento en que un hombre ha adquirido verdadera conciencia de que lleva en él el fuego de la zarza ardiendo o el agua viva prometida por Jesús a la samaritana, está “amenazado” por la santidad, incluso en su cuerpo”. Y lo que ocurre es que si Dios inhabita en nuestra alma, en ella ha entrado y se establece el Reino de la Gloria de Dios, porque este reino siempre está, como es lo lógico donde está el Señor.
¿Y cuando una persona se da cuenta, toma consciencia de que el Espíritu Santo inhabita en ella, de alguna forma también toma consciencia de ser verdaderamente templo del reino de Cristo y ser también la gloria de Dios, porque su gloria vive ya en su alma. Es Henry Nouwen el que destaca esta nota de la persona que encuentra al Señor en la profundidad de su ser, cuando nos dice: “Bien lo primero es darse cuenta de que tú eres la gloria de Dios. En el Génesis se puede leer: “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida y resultó el hombre un ser viviente”. (Gn. 2, 7). Vivimos porque compartimos el aliento de Dios, la vida de Dios, la gloria de Dios. La pregunta no es tanto ¿cómo vivir para la gloria de Dios? sino ¿cómo vivir lo que somos?, cómo hacer verdadero nuestro ser más. “Yo soy la gloria de Dios”. Haz de este pensamiento el centro de tu meditación, para que lentamente se convierta no solo en idea sino en realidad viva. Tú eres el lugar en que Dios eligió habitar... y la vida espiritual no es otra cosa que permitir que exista en nuestro ser, el espacio en que Dios pueda morar en mí, crear el espacio en que su gloria pueda manifestarse”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
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- Libro. RELACIONARSE CON DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461220588
- Libro. SANTIDAD EN EL PONTIFICADO.- www.readontime.com/isbn=9788461266357
- Buscar a Dios en el Yermo o en el Desierto. Glosa del 12-08-09
- ¡Tarde te amé! Glosa del 22-09-10
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