Cristo esta vivo. El milagro de la Eucaristía (4)
Cristo esta vivo. El milagro de la Eucaristía (4)
La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica.
Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.
Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: «Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi Sangre...»
Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año.
Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración. «La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor» (MF).
Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
JESÚS ESTÁ VIVO
Algunos comentan a veces: «No siento nada en la Misa. Es aburrida. Saco mucho más de un encuentro de oración que está lleno de vida y donde me siento bien.»
Pero hay que tener en cuenta que: La fe y los sentimientos son dos cosas distintas. No hay un lugar en la Palabra de Dios donde Jesús haya dicho: ´Por sus sentimientos serán salvados´ o ´Por sus sentimientos serán sanados´. Él habló de fe. La fe es creer en lo que no vemos. Jesús dijo: ´Bienaventurados los que creen sin haber visto.´»
Este es nuestro gran reto como católicos. No podemos explicar la Eucaristía porque es un milagro y un misterio. Lo que cuenta no es entender con la mente, sino creer con el corazón. No son los sentimientos los que hacen presente a Cristo en la Eucaristía. Es el poder del Espíritu Santo actuando a través del sacerdote ordenado lo que hace a Cristo presente para nosotros en la Eucaristía. Puede ser que yo no sienta nada, pero aun así, Jesús está ahí.
Necesitamos pensar en lo que Jesús hizo. Si leemos Juan 6, veremos que Jesús no dijo: «Bueno, esto parece pan sagrado» ni «Este pan será bendito». No, Él dijo: «Este es el Pan vivo bajado del Cielo. Aquel que coma de mi Carne y beba de mi Sangre tendrá Vida Eterna». Y en los relatos de la Pascua en Mateo, Marcos y Lucas, Jesús dice: «Esto es mi Cuerpo que será entregado por ustedes. Esta es la Sangre de la nueva alianza que será derramada por muchos para el perdón de los pecados».
La Misa y la fe en la Eucaristía no tienen nada que ver con los sentimientos. Estoy seguro de que los apóstoles no sintieron nada extraordinario cuando fueron desafiados a tener una fe así, cuando tuvieron que creer algo que todavía no habían visto y tampoco podían entender. Lo mismo sucede con nosotros cuando vamos a Misa. Asistimos a la Eucaristía cada domingo con la fe de Pedro y decimos: «Creo que este es el Cristo vivo que ha bajado hoy a nuestro altar. En verdad voy a recibirlo».
Si creo verdaderamente que la Misa es un encuentro con Jesús vivo, me daré cuenta de que este se da de dos maneras muy concretas y poderosas. Encuentro a Jesús a través de la proclamación de la Palabra de Dios. El diácono o sacerdote que proclaman el Evangelio de hecho me están entregando una Palabra viva que me purifica, me sana, me libera. Cuando recibo la Eucaristía, recibo el alimento para mi alma.
En la mesa del Señor, recibo dirección y guía para mi camino en la vida. En la Eucaristía, recibo el alimento que me fortalece para vivir lo que acabo de escuchar en la proclamación del Evangelio.
Sigue habiendo milagros, muchos milagros cada día en la iglesia, el GRAN MILAGRO DE LA CONSAGRACIÓN. Y el sacerdote es el hombre escogido por Dios para hacer este milagro. Me contaron que una niña de un colegio fue a pedirle al sacerdote que hiciera el milagro de curar a su abuelita. Y el sacerdote le respondió: Dios me ha encargado que solo haga un milagro al día, y este ya lo he hecho al celebrar la Misa. La niña lo comprendió, pero fue tan pilla que al día siguiente fue a ver al sacerdote antes de que celebrara la Misa. Hay mucha fe en este caso, tanto en el sacerdote como en la niña.
¿De verdad crees que Cristo está vivo? ¿En qué se nota?