Viernes, 22 de noviembre de 2024

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La menos practicada de las virtudes

por El Blog de Juan del Carmelo

            Tres son las virtudes teologales Fe, Esperanza y Caridad. Y desde luego hay que reconocer, que de las tres, la menos practicada es la esperanza. Esta falta de práctica por los cristianos, me parece que tiene su origen, en el desconocimiento que se tiene de ella, y no solo en cuanto a los beneficios que su práctica nos reporta a nuestra vida espiritual, sino también a lo que es peor el desconocimiento que algunos tienen en cuanto a su naturaleza. Todo el mundo sabe lo que es la fe, que es un don que se tiene o se carece de él y lo que es el amor, que aquí nos representa el término caridad… pero la esperanza ¿para que nos sirve?

 

            Nosotros como personas, tenemos una vida corporal y otra espiritual. El hecho de ser y existir corporalmente, nos es evidente; no tenemos más que mirarnos y vernos nuestras manos, nuestros pies…etc., es evidente que somos cuerpo, porque lo ven los ojos de nuestra cara y los ojos de las caras de los demás cuando nos miran, por lo que consecuentemente existimos, nuestro cuerpo existe, ¡No hay duda!, pero…existe por ahora, porque vemos que no es inmortal, ya que según vamos avanzando en edad vamos entrando en contacto la muerte de otras personas queridas o ignoradas, lo que nos hace ver con claridad, que aquí es este mundo nadie se queda para siempre. Y esta reflexión, es la que nos hace pensar, que según nos han dicho desde niños, somos personas y no animales, porque tenemos un alma inmortal. La persona consta de dos partes una mortal y visible y otra inmortal e invisible a los ojos de nuestro cuerpo mortal.

 

            Se nos dice también, que existe un Ser supremo, que es reconocido por casi todos los 6.000 MM de habitantes, que más o menos creo recordar, que ahora tiene este lugar llamado mundo, donde habitamos. Y este Ser supremo, no se relaciona con la parte material de nuestro ser, es decir con nuestro cuerpo, sino con la parte invisible y eterna llamada alma. No todo el mundo de estos 6.000 MM de habitantes reconocen un solo camino para relacionar su alma con el Ser supremo, pero una gran mayoría que se titulan cristianos, y a este Ser supremo lo denominan Dios. Existe también un minoría que niegan que la persona humana tenga alma y la equiparan a los animales, negando la existencia de este Ser Supremo. No es cuestión de este tema, explayarnos en estas consideraciones, esbozadas solamente para poder trazar una línea entre los seres humanos que tienen fe y los que no la tienen. 

 

            Pero existen muchas clases de fe, de acuerdo con varios criterios, pero aquí el que nos interesa es el que marca o identifica nuestra fe de cristianos católicos, con respecto a la fe de otros caminos, no correctos que se utilizan para tratar de llegar a Dios. Para nosotros es muy válida una de las varias definiciones de la fe dada por San Juan de la Cruz, que nos dice: “La fe es el medio inmediato y adecuado en la inteligencia por el que el alma puede llegar a la unión divina de amor”. Y con esta definición de la fe, San Juan de la Cruz, nos abre la puerta de la tercera virtud teologal, en su enunciación, que es el amor.

 

            Si partimos de la base enunciada por San Juan evangelista, de que: “Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en é1”. (1Jn 4,16). Inmediatamente nos damos cuenta de la importancia del amor en la persona humana, esencialmente el de su alma, pues es a través de ella es como contactamos con nuestro Creador y Señor. Para nosotros el amor es el Todo de todo, porque si Dios es amor y solo amor, solo por medio del amor podremos llegar a Dios, y solo por medio del amor podremos llegar a integrarnos eternamente en la felicidad que emana del Rostro e Dios. Y como quiera que una de las características varias que el amor tiene, es la reciprocidad, nosotros estamos aquí para superar una prueba de amor, para demostrarle al Señor que recíprocamente a su amor nosotros también le amamos y deseamos cumplimentar su voluntad, que es la forma que tenemos para demostrar nuestro amor a Él.

 

            Y habiendo ya escrito, sobre esos dos pilares en los que se apoya nuestra vida espiritual, la fe y el amor, necesarios para nuestra salvación y eterna felicidad, vamos a ocuparnos de la tercera virtud, de la poca practicada esperanza. Según el sacerdote norteamericano Leo J. Trese, la esperanza se define como: “La virtud sobrenatural con la que deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven, y los medios necesarios para alcanzarla. En otras palabras nadie pierde el cielo si no es por su culpa. Por parte de Dios nuestra salvación es segura”. Como se ve las tres virtudes tienen un objetivo común y desde distintos ángulos, cooperan a la realización de mismo, que en esta vida es la salvación eterna, y una vez obtenido este objetivo, tanto la fe como la esperanza habrán desaparecido. La fe transformada en evidencia y la esperanza en realidad conseguida. Solo el amor jamás desaparecerá porque el amor es generado por la propia naturaleza de Dios y Dios nunca ha tenido principio ni tendrá fin.

 

            Vivir en el amor del Señor, es vivir en la esperanza y si este amor lo desarrollamos y aumentamos, al mismo tiempo, estamos desarrollando y aumentando nuestra esperanza y nuestra fe, porque siempre las  tres virtudes teologales crecen y decrecen al unísono en el alma humana. San Agustín decía: Hasta que no veas el objeto de tu fe, es necesaria la esperanza para no desalentarse ni desesperarse. El teólogo dominico Royo Marín pone de manifiesto una lógica conclusión acerca de la esperanza, al decirnos que: “La esperanza teologal es imposible en los infieles y herejes formales, porque ninguna virtud infusa subsiste sin la fe…. No la tienen (la esperanza teologal) los condenados del infierno (nada pueden esperar) ni los bienaventurados en el cielo (ya están gozando del bien infinito que esperaban). Por esta última razón tampoco la tuvo Cristo acá en la tierra (era bienaventurado al mismo tiempo que viador)”.

 

            El hombre en la tierra, incluso viviendo habitualmente en gracia de Dios, tiene siempre un acentuado temor a la muerte y es precisamente, el fomento de la virtud de la esperanza, el más eficaz remedio que tenemos a nuestro alcance para combatir este temor. Si en nuestras lecturas y meditaciones nos ocupamos de elucubrar acerca de como será el cielo y nuestra vida allí, sazonado esto con un perfecto conocimiento hasta donde nuestra mente sea capaz de llegar, de cual es la grandeza de Dios  y la insignificante pequeñez de nosotros mismos, poco a poco practicando de este modo la virtud de la esperanza, iremos comprendiendo y aceptando que la muerte es solo una puerta que el Señor nos abre y que si hemos cumplido, en ese momento de la muerte se nos dirá: ¡Ea! Todo sufrimiento acabó para siempre, comienza tu eterna felicidad.

 

            El temor a la muerte, más se le acentúa a las personas en la senectud y en la medida en que ven que inevitablemente el momento se acerca. Tres son los factores que a mi juicio y a bote pronto según escribo sustentan este temor: a.- El temor a lo desconocido. b.- El apego a las cosas de este mundo y c.- la debilidad de una esperanza no cultivada, debilidad esta que arrastra a tener una más débil fe.

Con respecto al primer punto, los humanos amamos la seguridad, de aquí nuestro afán por el dinero, pues lo vemos como un elemento que nos presta esa seguridad que deseamos. Lo desconocido nos crea inseguridad y aunque nos expliquen el contenido de una casa desconocida, entramos en ella con recelo y temor, y mucho más si es de noche, la oscuridad nos atemoriza, porque sin saberlo estamos hechos para la luz, pero no para la luz material que nos proporciona la materia del astro sol, o la artificial que  hemos creado y que ahora nos cuesta un ojo de la cara, pero ella nos sirve quitarnos la inseguridad que nos crea la oscuridad. Lo nuestro es la Luz divina, esa luz maravillosa de la que emana amor y que los apóstoles vieron en el Tabor. Dice Santa Teresa que, en una visión sublime, le mostró Nuestro Señor Jesucristo nada más que una de sus manos glorificadas. Y decía que la luz del sol es fea y apagada comparada con el resplandor de la mano glorificada de Nuestro Señor Jesucristo. Y añade que ese resplandor con ser intensísimo, no molesta, no daña la vista, sino que, al contrario, la llena de gozo y de deleite.

Con respecto al apego a las cosas de este mundo, todos estamos más o menos apegados. Si se trata de objetos materiales, casas, coches, objetos…, los dichoso recuerdos nos atan al pasado y nos impiden caminar libres al futuro, el apego es tan grande en algunos, sobre todo a las riquezas, que se diría que esperan ser inmortales y si no lo consiguen al menos se consuelan con la idea de ser los más ricos del cementerio.

            Pero esencialmente lo que de verdad nos falla, es nuestra fe, por que si está fuese monolítica, estaríamos plenamente seguros, de que lo que esperamos, es mucho mejor que lo que aquí ahora tenemos y estaríamos ansiosos de que llegase el momento de que nos abriesen la puerta de la muerte, que es la que nos separa del pleno amor a Dios. Desde luego que ha habido almas que la fuerza de su fe, de su esperanza y de su amor les ha hecho exclamar:

“Vivo sin vivir en mi,

                       pues tan alta vida espero,

que muero porque no muero”.

Y más adelante escribirá:

                                   “¡Ay, qué larga es esta vida!,

                                   ¡qué duros estos destierros!,

                                   ¡esta cárcel estos hierros,

                                   en que el alma está metida!.

                                   Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero,

                                               que muero porque no muero”. Santa Teresa de Jesús.

            Nosotros si queremos perder el temor a la muerte, solo tenemos el camino de pedirle al Señor, que nos fortalezca nuestra Fe, nuestra Esperanza y nuestro Amor, hasta el límite seamos capaces de desear.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL.- www.readontime.com/isbn=9788461179190

-        Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ.- www.readontime.com/isbn=9788461154913

-        Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461179107

-        Virtudes teologales. La Esperanza. Glosa del 31-07-09

-        ¿Vivimos esperanzados? Glosa del 24-07-10

-        ¿Tenemos desesperanza? Glosa del 27-03-11

 

            Si se desea acceder a más glosas relacionadas con este tema u otros temas espirituales, existe un archivo Excel con una clasificada alfabética de temas, tratados en cada una de las glosas publicadas. Solicitar el archivo a: juandelcarmelo@gmail.com

 

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