Sábado, 28 de diciembre de 2024

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María en el misterio de Pentecostés

María en el misterio de Pentecostés

por Duc in altum!

El Espíritu Santo, es decir, aquél que es invisible a nuestros ojos pero visible a partir de sus efectos en la naturaleza, las personas y las circunstancias, favoreciendo la experiencia de Dios en la vida de los hombres y de las mujeres de cada época, marcó de manera especial el camino e historia personal de María. Ella aceptó ser parte de la causa del Espíritu Santo, convirtiéndose en la madre de Jesús y, desde ahí, acompañando a los primeros discípulos tras la ascensión de su hijo al cielo. Si bien es cierto que Cristo involucró a Pedro y, posteriormente, a Pablo en la continuación de su proyecto, no es menos cierto que en los momentos más críticos, es decir, cuando la fe corría el riesgo de extinguirse ante la persecución de las autoridades judías, fue María quien se mantuvo firme y se quedó con los discípulos hasta las últimas consecuencias, asumiendo un liderazgo silencioso pero verdaderamente significativo. Fue una mujer la que inspiró valor a las primeros seguidores de Jesús, mientras esperaban el cumplimiento del misterio de Pentecostés: “todos ellos perseveraban en la oración y con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch. 1, 14). Como dijo el Papa Benedicto XVI durante el rezo del Regina Caeli correspondiente al 23 de marzo del año 2010, “no hay Pentecostés sin la Virgen María”. Dicho en palabras del Venerable P. Félix de Jesús Rougier, “con ella todo, sin ella nada”. ¿Quién mejor que María para sostener la fe del primer Papa de la historia y de los discípulos que habían entrado en contacto con Jesús pero que tenían miedo de correr su misma suerte? Ella que había contemplado el rostro vivo de Cristo estaba dispuesta a permanecer firme en lo dicho, es decir, en aquella respuesta positiva que había pronunciado durante la anunciación. Si hay algo que debemos valorar e imitar del ejemplo de la Virgen María es su fidelidad a prueba de todo. Una mujer valiente y abierta al proyecto de Dios.
El Espíritu Santo no es una simple devoción de una región o país del mundo. Se trata de una de las tres personas de la Santísima Trinidad. María lo entendió y vivió de esta manera. En ella, encontramos las claves para mejorar nuestra relación con el Espíritu Santo. En primer lugar, confiando cada vez más en su ayuda pues aunque vivimos en tiempos marcados por las crisis, hemos de dar el paso de creer que detrás de todo lo malo o negativo que pudiera entristecernos, nos encontramos con un Dios que nos anima a descubrir nuevas oportunidades en las dificultades. María vivió la crisis que llevó a su hijo a la cruz y, a pesar de esto, fue capaz de creer y de rediseñar la historia, promoviendo una cultura de la vida. El Espíritu Santo no es algo abstracto sino alguien que nos llama a la confianza, a recuperar la fe que quizá hemos perdido con el paso de los años. En segundo lugar, no hay que perder de vista la necesidad de ser constructores de su reinado en medio del mundo, es decir, en los diferentes contextos de la vida. Si hemos encontrado en el Espíritu Santo la fuerza y el sentido que andábamos buscando ¿por qué no ilusionarnos y compartir esa alegría y felicidad con el mundo de hoy? Como María, podemos ser constructores de un nuevo Pentecostés en nuestra familia, trabajo e Iglesia. Antes de cambiar a los demás, empecemos por nosotros mismos.
En María se puede apreciar la realización del misterio de Pentecostés. Lo vemos en su valor para sostener a los discípulos, acogiéndolos con cariño e ilusión. Como ella, busquemos un espacio para entrar en contacto con Dios haciendo un repaso de nuestra historia personal. Dejemos que el Espíritu Santo sea quien nos acompañe en medio del recorrido que nos espera. Él es quien nos perdona y entrega una nueva oportunidad para generar un cambio positivo.
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