Belleza corporal, belleza espirtual
O dicho con otras palabras: Belleza material de nuestros cuerpos y belleza espiritual de nuestras almas. ¡Hombre! pensándolo bien lo ideal sería, que tanto nuestros cuerpos como nuestras almas fuesen un dechado de perfección, pero todos sabemos que esto no es así. Con respecto a nuestros cuerpos, no todos somos guapos, con buen tipo, inteligentes, amables y cumpliendo aquel precepto de la primera Constitución española, la de Cádiz de 1812, que decía: …, los españoles han de ser buenos y benéficos, precepto este que raro es el español que lo haya cumplido en los 100 años transcurridos. Esto seria lo deseable pero como generalmente ocurre, nuestros deseos raramente se convierten en realidades palpables.
Lo normal en el orden material, no es que el o ella, tengan buen tipo y estatura, que sea de bellas facciones, agradable en el trato, tengan buen carácter, inteligencia, modestia, alegría, sea ocurrente, servicial,… ¡que se yo! Que sea la perfección consumada. Esto es lo que se desea en la adolescencia, pero pasan los años y se añaden otras exigencias, como por ejemplo, que tenga dinero o al menos que sea de familia acaudalada, con los estudios acabados, y de trato impecable…, Bueno lo que antes se llamaba un mirlo blanco. Y como el príncipe o la princesa azul, no existe, a medida que avanzan los años el listón de exigencias se va rebajando, y al final como dice el refrán: Nunca falta un tiesto para una flor y las parejas se van acomodado, con muchas sorpresas de extraños que ven como se cumple otro de los refranes que dice: La suerte de la fea la bonita la desea, y es que tal como dice otro refrán, ocurre que: Casamiento y mortaja del cielo baja. Y al final, lo más frecuente, hoy en día aunque no siempre, es que las cosas no salgan como ellos se imaginaban que iban a salir. Por ello de, aquí viene la etimología de la palabra novio, porque él no vió lo que se le venia encima. Lo que es fundamental, es que en las relaciones antes del matrimonio y sobre todo después de este, ambos tomen conciencia de que el matrimonio es un sacramento, y todo sacramento es una vía de suministro de gracias divinas, si es que se sabe aprovechar estas debidamente.
Lo ideal para no equivocarse, seria poder ver la belleza del alma de la persona que nos interesa, porque en orden a la belleza de un alma en estado de gracia, todo es diferente, pero esto no es posible en general a los seres humanos, salvo casos muy específicos, de los que luego nos ocuparemos. El alma humana no está a la vista de los ojos del cuerpo, aunque si lo están a la vista de los ojos del alma y por supuesto a los de Dios que todo lo ve. Sin embargo nosotros, del alma de los demás, si hay algo que podemos ver, y son los frutos que estas producen. Todos sabemos que fulano es un tacaño, que mengano, es una buena persona, aunque no se pase el día comiéndose los santos. El Señor, a propósito de los falsos profetas, nos dejó dicho: “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán”. (Mt 7,16-20).
Pero para captar debidamente el alma de los demás, hay que tener los ojos de la propia alma, bien abiertos. Con los ojos del alma ocurre lo mismo que con los ojos de la cara, hay muchas clases de agudeza visual. Los ojos de nuestra alma siempre tendrán mayor agudeza visual en cuanto mayor sea el desarrollo espiritual del alma y subsiguientemente su capacidad de discernimiento, pues un alma volcada en el amor a Dios, adquiere muchos dones y gracias, que para otros, son desconocidos. Se cuenta del Santo cura de Ars, que tenía tal visión de las interioridades de las almas que las veía bellas o mancilladas por el pecado, antes de que empezase la confesión y si alguna alma se olvidaba de algún pecado, él se lo recordaba con pelos y señales. Tenia siempre una larga fila de penitentes esperando para confesarse con Él y más de una vez, cuando pasaba delante de la fila para ir al confesionario cogía del brazo a uno o a una de la fila, y le decía Vd. pase delante que necesita la confesión más que todos los demás.
La diferencia fundamental que existe entre nuestro cuerpo y nuestra alma, radica en que si bien la belleza de nuestro cuerpo no podemos aumentarla, solo maquillarla, en el caso de nuestra alma, nosotros tenemos la posibilidad y capacidad para embellecerla hasta límites insospechados. San Pablo nos decía: “Por eso no desfallezcamos. Aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, en cuanto no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son eternas”. (2Co 4,1618).
Fulton Sheen escribía: “Hay más diferencia entre dos almas de esta tierra, una en estado de gracia y la otra no, de la que hay entre dos almas, una en estado de gracia en esta vida y la otra disfrutando ya de la bienaventuranza del cielo. La razón es que la gracia es el germen de la gloria, y algún día florecerá en gloria, así como la bellota algún día se transformará en roble. Pero el alma que no está en gracia no posee estas potencialidades”. Nuestras potencialidades son extraordinarias, porque tenemos la capacidad de ser portadores de la gracia divina; si pudiésemos ver todo esto quedaríamos asombrados.
El Señor le manifestaba a Santa Catalina de Siena: “Hija mía, si te mostrara la belleza de un alma en gracia, sería la última cosa que verías en este mundo, porque el resplandor de su hermosura te haría morir”.
La dignidad y la belleza de un alma en gracia, es exactamente la misma que refleja la gracia del Señor en ella, y si tuviésemos los ojos de nuestra alma lo suficientemente preparados podríamos llegar a captarla.
Santa Teresa de Jesús escribía en su obra “Las moradas”, que: “…, no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso adonde dice Él que tiene sus deleites”. No cabe duda un alma en gracia es un jardín para el deleite divino.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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- Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461179107
- Alma humana. Glosa del 27-0112
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- Las edades del alma. Glosa del 10-0110
- Belleza de un alma en gracia. Glosa del 01-0510
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