Placer, moral sexual y sacrificio
Placer, moral sexual y sacrificio
por Duc in altum!
No pocas personas piensan que los cristianos somos un grupo de personas aburridas y con una alergia “medieval” a todo lo que tenga que ver con el placer, sin embargo, vale la pena aclarar algunas cosas para superar la imagen distorsionada que se tiene a nivel social sobre nuestra fe. Tenemos la capacidad de disfrutar a través de los sentidos. Por ejemplo, cuando saboreamos (sentido del gusto) un helado de chocolate o vamos al cine (sentido de la vista) para distraernos y entrar al tema de la película. Dios se ha valido del placer para hacer que la vida sea más agradable y ligera. Ahora bien, no solo hay placeres relacionados con los sentidos que forman parte integral del cuerpo, sino también con la dimensión espiritual de nuestra persona. Santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, disfrutaba realmente de la intensidad con la que oraba apasionadamente. Sus éxtasis son una prueba irrefutable de aquello que experimentaba al conectarse con el cielo y lo trascendente de la vida ascética. Por esta razón, el placer no debe ser entendido como algo oscuro o negativo.
Los problemas empiezan cuando el placer se convierte en una esclavitud personal, equivalente a una adicción, pues resulta contrario a la libertad y a la responsabilidad que debemos tener. Si soy de buen comer no hay ningún problema pero si lo hago incluso cuando ya no tengo hambre o apetito caigo en la gula y, por ende, me quedo anclado a una serie de excesos que van en contra de la salud física y espiritual. Luego entonces, el pecado no radica en el placer sino en la falta de sentido para orientarlo y vivirlo con equilibrio. Desde luego, hay de placeres a placeres. Si se trata de un asesino en serie que disfruta hacerle daño a las personas no se puede decir bajo ninguna circunstancia que se trate de un gusto, pues es producto de una mente desviada de la ley y de la moral. Ahora bien, ¿cómo disfrutar sanamente de los placeres? La respuesta está enclavada en el sentido cristiano que tiene el sacrificio. Sacrificarse, como en alguna ocasión le dijo San Francisco a Santa Clara de Asís, no es autolesionarse o superar los límites de la prudencia, sino valerse de la voluntad para evitar que los gustos se conviertan en necesidades. El sacrificio nos sirve para mantener el equilibrio y la sobriedad. Dejar periódicamente lo accesorio para concentrarse en lo esencial y, desde ahí, ofrecerlo como un acto de amor a favor de los demás. Lo anterior, a ejemplo de Jesús.
En lo que se refiere a las relaciones sexuales es evidente que el placer juega un papel muy importante y que el erotismo permite romper con la monotonía. Esto no quiere decir que todo esté permitido, sino que para entregarse y formar un solo cuerpo (a través del acto sexual) es necesario el factor amor y, desde luego, el compromiso a partir del sacramento del matrimonio. En otras palabras, el placer sexual debidamente orientado y llevado a la madurez no tiene nada que ver con el pecado, pues se encuentra incluido en el diseño de nuestro cuerpo y vale la pena disfrutarlo. Lógicamente cuando las relaciones sexuales caen en el terreno de la infidelidad o de la mecánica sin amor, estamos ante un problema de conciencia, pues no se puede estar jugando y mucho menos usando a las personas. El placer sexual entre un hombre y una mujer no representa ningún problema, siempre y cuando, se cumpla con los fines del matrimonio, habiendo llevado un noviazgo lleno de entrega e ilusión por el futuro de la relación. Tomar de la mano a la novia, besarla o abrazarla con respeto, es una forma válida de irse preparando gradualmente para lo que podría convertirse en una unión afectiva y sexual por medio del vínculo matrimonial.
En síntesis, los placeres forman parte de la vida y son un regalo de Dios, sin embargo, para que no se conviertan en un problema o esclavitud personal hay que poner en práctica el sentido del sacrificio para fortalecer nuestra voluntad y, desde ahí, ser personas libres, plenas, felices e identificadas con el proyecto de Jesús.
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