Camino de salvación
Solo hay un camino de la salvación, es el camino de la santificación. Podemos tomarlo o dejarlo, pero lo que resulta absurdo es pasarse la vida, recorriendo el camino, caminando siempre por el borde, poniendo unas veces los pies dentro del camino y otras fuera de él, queriendo al mismo tiempo nadar y guardar la ropa, o queriendo jugar con dos barajas. El Señor fue muy claro, pues más de una vez, así nos dejó dicho: "Nadie puede servir a dos señores, pues o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. (Mt 6,24). Y también nos dejó dicho: "El que no esta conmigo esta contra mi, y el que conmigo no recoge, desparrama”. (Mt 12,30). Y sin embargo uno mira a su alrededor, y desgraciadamente llega a la conclusión de que estas palabras del Señor han caído en saco roto. No hay nada más que coger un periódico o encender la televisión, para ver la realidad que nos rodea y que nos atrapan. ¡Ah! que difícil es, vivir envueltos en la infección de este mundo y gozar de plena salud, por haber logrado inmunizarse, decía el obispo Sheen.
Dice San Agustín, que: “En la tierra existen, y existirán hasta el fin del mundo, dos grandes reinos. La frontera entre ellos no divide a los hombres, ni tampoco a las sociedades, sino que se encuentra en el interior de cada alma humana. Dos amores crean estos dos reinos: el amor propio llevado hasta el desprecio de Dios y el amor de Dios llevado hasta el desprecio de uno mismo”. No nos engañemos no, es imposible servir a dos señores, tal como el Señor ya nos dijo y a su vez en otro versículo evangélico también nos dejo dicho: “Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.”. (Jn 15,4). Y a continuación añadió: “Yo soy la vid. vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos”. (Jn 15,5-8).
Es imposible, querer santificarse, es decir, seguir el camino para ser santo, si el camino no se recorre pegado a la Vid, que es la que nos marca el recorrido, nos alimenta, nos guarda y nos guía. Y Él, el Señor, ha querido recorrer el camino antes que nosotros para que viésemos que no es tan difícil caminarlo, que con perseverancia y amor, el camino siempre es llevadero: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, 30* pues mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mt 11,29-30). Cierto es. que el demonio no para de hostigarnos, por ello San Pedro dejó escrito en su segunda epístola: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8). Pero todas las tentaciones son vencibles, ninguna puede ser más fuerte que nuestra voluntad de desecharla, pues las fuerza del demonio aunque sea mucho mayor que las nuestras están limitadas por la voluntad de Dios, ya que Él nunca permite que seamos tentados con fuerza superior a nuestra capacidad de rechazo. Así San Pablo escribía: “Dios es fiel, y no permitirá que seáis tentado más allá de vuestras fuerzas: antes bien, junto con la tentación os dará también la ayuda para soportarla”. (1Cor 10,13).
Vencer al mundo no es tan difícil como a muchos les parece. Lo que desde luego es imposible es vencerle sin renunciar a lo que él mismo nos ofrece. Precisamente sus ofertas son tentadoras, como lo es para los peces el cebo que el pescador pone en el anzuelo. Las ofertas del mundo son halagüeñas, pero detrás de ellas está siempre el anzuelo del demonio. Con unos, el demonio usa redes, pues son fáciles de pescar y entran como borregos en el establo, con otros los hay que se le resisten más y entonteces les da un tratamiento preferente y personalizado, no usa la red general, sino el anzuelo. En la medida en que una persona va avanzando más en el desarrollo de su vida espiritual, las tentaciones son más sofisticadas; el demonio las personaliza, porque a su juicio esa persona merece una especial atención, no sea que se nos afirmen más en el camino de la santificación y la liemos porque cada vez será más difícil vencerla. Ya no se tratará de burdas tentaciones, que se apoyen en burdos deseos sexuales, envidias, antipatías, o deseos de posesión material, sino que satanás cargará más la mano en temas de fe y caridad. El demonio sabe perfectamente que si destruye en un alma la fe, todo lo demás, el desmoronamiento de esa alma, le vendrá dado a continuación
Fe. Esperanza y Caridad, son como sabemos las tres virtudes básicas de nuestra vida religiosa. No es casual el orden en que están enunciadas, puesto que la fe es la base de todo. Sin fe es imposible tener esperanza alguna, puesto que la esperanza nos la dona el que existe Dios y si no creemos que existe es imposible que nazca la esperanza. Por otro lado tenemos la caridad que es el amor. Difícilmente podemos esperar recibir amor o amar a alguien en quien no creemos que exista. Pero si tenemos fe, de ella se generará enseguida la esperanza y el amor. Las tres virtudes son tan fundamentales y están enlazadas entre si de tal forma, que el aumento o disminución de la fuerza de una cualquiera de ellas en un alma, da origen al aumento o disminución de la fuerza de las otras dos. Las tres funcionan al unísono.
En el recorrido de nuestro camino, para lograr alcanzar la santificación, que nos abrirá las puertas del cielo, la fe y el amor son las dos alas de las que dispone nuestra alma, para volar hacia el cielo. Pero si tenemos en cuenta lo anteriormente ya dicho veremos que de las tres el amor, es la más fundamental, porque tal como nos dice San Juan: “Dios es amor y solo Amor” y en este sentido él mismo también nos escribe diciendo: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16). Por ello si adquirida la fe, uno vive y permanece en el amor a Dios, Dios permanecerá en él y al final del camino lo tomara en sus brazos para llevarle a la eterna felicidad de su amor.
Al recorrer el camino es en esta vida, tendremos dificultades, pero también tendremos siempre, la protección del Señor y tal como nos dice San Pablo en su segunda epístola a Timoteo: “Verdadera es la palabra: “Que si padecemos con El, también con El viviremos. Si sufrimos con El, con El reinaremos. Si le negamos, también Él nos negará. Si le fuéramos infieles, El permanecerá fiel, que no puede negarse a si mismo”. (2Tm 2,11-13).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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