No tener miedo a las grandes personalidades

Debido a ciertos conflictos y rupturas que se dieron en el pasado reciente de la historia de la Iglesia, se ha optado por elegir para los diferentes cargos episcopales y pastorales a personas de muy bajo perfil, es decir, sin la capacidad de volver a ilusionar al mundo a través de la propuesta concreta que trae consigo la fe cristiana. Ser callado, indiferente y sumiso, no tiene nada que ver con la sencillez y la humildad. Al contrario, refleja una falta de interés y amor por la Iglesia. Por grandes personalidades, no me refiero a un grupo de adictos al poder o a una élite hipócrita, sino a una nueva generación de hombres y mujeres capaces de ganarse un lugar en la esfera pública, a partir de su entrega, decisión y coherencia al servicio de la fe. Si hay algo que se le reconoce al Papa Pío XII, es que durante su pontificado no tuvo miedo de elegir a grandes personalidades para asumir cargos episcopales u otras áreas pastorales, pues siempre estuvo a favor del resurgimiento del liderazgo católico.

No es lo mismo un Obispo lejano y apático, que el que sabe llegar al corazón de las personas a través de su vida y predicación. Las grandes figuras se gestan a partir de la entrega y del servicio, sin embargo, hay que reconocer que actualmente se les tiene miedo y hasta un cierto grado de rencor. Hoy cualquiera que destaque por su vida y opciones pastorales, es presa de las críticas y de la sospecha lo que, a su vez, provoca que se opte por elegir a los que no dan ningún problema, al estar inmersos en la comodidad de sus propias inercias. Lo vemos, por ejemplo, en el caso de muchos de los responsables de las diferentes instituciones católicas. En vez de elegir al que se encuentra más decidido y preparado, se le da preferencia al prepotente y al que no tiene ninguna propuesta que hacer.

Necesitamos cambiar las reglas del juego. No se trata de ser provocadores o selectivos, sino de saber discernir y ayudar al resurgimiento del liderazgo católico. Lo anterior, es pieza clave para continuar impulsando la ardua tarea de la nueva evangelización. Se puede tener una gran personalidad y, al mismo tiempo, vivir con alegría, gratitud y humildad.