Falta de confianza
En el orden material…, la desconfianza existente en las relaciones humanas son muchas veces culpables de los males que nos aquejan, pero para justificar esta aseveración, tendríamos que entrar a ver el origen de este clima de desconfianza, en que se vive hoy en día y este no es el tema de esta glosa. En el orden espiritual, también la desconfianza hace verdaderos estragos entre los creyentes y en cuanto a los no creyentes, al no creer en el orden espiritual, están marginados de esta situación.
Tanto en el orden material humano como en el espiritual, la confianza y la fe son parámetros íntimamente unidos. En la vida humana nadie tiene confianza en que alguien cumpla con una promesa hecha si el que ha prometido, tiene unos antecedentes de incumplimientos anteriores. La fe en esta persona no existe y subsiguientemente se desconfía de ella. En el orden espiritual, la confianza del creyente se basa en su fe en Dios. La confianza del creyente será siempre tan grande o pequeña tal como sea su fe en Dios. Es por ello que el no creyente, carece de toda confianza en Dios, pues niega la mayor que es la existencia del Dios.
La fe fuerte, siempre genera una fuerte confianza en el Señor y a sensu contrario la fe débil genera una débil confianza. El creyente que tiene una débil fe, desgraciadamente la tienen una inmensa mayoría de personas, tiene también una débil confianza en el Señor y al no confiar, su fe es raquítica y en consecuencia su vida espiritual también lo es y consecuentemente su fe no se fortalece y por ello no logra salir de su desconfianza en el Señor. Es como estar dentro de un círculo vicioso. ¿Y que es lo que entonces ocurre? Ocurre que en este caso, la persona pone más confianza para resolver sus problemas en las técnicas humanas, en los avances tecnológicos, y en ella misma, en sus propios conocimientos y esfuerzos, que en el Señor. Escribe Jacques Philippe: “Este es nuestro gran drama: el hombre no tiene confianza en Dios, y entonces, en vez de abandonarse en las manos dulces y seguras de su Padre del Cielo, busca por todos los medios arreglárselas con sus propias fuerzas, haciéndose así terriblemente desgraciado”.
El secreto de nuestra felicidad en este mundo, de nuestros triunfos y grandeza como miembros del Cuerpo místico de Cristo, consiste en que nuestro sarmiento esté siempre vinculado, que esté siempre unido a la vid y nos dejemos guiar y conducir por Él, que nunca nos aislemos de Él, y no tratemos de apoyemos en nosotros mismos. Que no nos abandonemos a una necia y orgullosa confianza en nosotros mismos. Todo lo que el Señor nos pide es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes por humildad y abandono, nos entreguemos a Él, que será siempre el que se ocupe de todo.
La carmelita descalza Santa Teresa Benedicta de la Cruz, -Edith Stein- escribía: “La confianza en Dios puede llegar a ser inamovible solo si se está dispuesto a aceptar todo lo que venga de la mano del Padre. Solo Él sabe lo que nos conviene. Y si alguna vez fuese más conveniente la necesidad y la privación que una renta segura y bien dotada, o el fracaso y la humillación mejor que el honor y la fama, hay que estar también dispuesto a ello. Solo así se puede vivir tranquilo en el presente y en el futuro”. La entrega al Señor de uno, solo es válida y real si se está dispuesto a la pérdida de todos los apoyos humanos, a no buscar en esta vida ninguna otra seguridad, que la que le puede dar a uno el amor y la confianza en el Señor. Entonces, el que así lo haga encontrará el camino de un abandono, cada vez más auténtico y real en las manos del Señor. No hay que tener miedo, el Señor nunca abandona, al que a Él se entrega. En Isaías, podemos leer: “¿Puede acaso una mujer olvidarse del hijo que amamanta, no compadecerse del fruto de sus entrañas? ¡Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría!” (Is 49,15).
Cuando caminemos por nuestro camino espiritual debemos de lanzarnos en la entrega al Señor con los ojos cerrados y tener la plena seguridad, de que Él siempre nos agarrará, nunca nos dejará caer, porque Él contempla con amor y admiración, el alma que locamente se entrega a Él, pero para esta clase de loca entrega se necesita de mucha fe, una fe fuerte e inquebrantable, que nos dará la plena confianza de que cuando nos lancemos, Él nos agarrará. Si, llenos de preocupación tratamos de agarrar a Dios o de controlar como Dios tiene que agarrarnos, podríamos caernos. Y cuando uno se lanza en esta entrega, de una forma ciega, el Señor colma de gracias a todos aquellos que confían en El. Con esta confianza superaron los tormentos miles de mártires, a lo largo de todos los tiempos y entre los cuales se cuentan personas de todas clases género edad y condición. Él Señor puede permitir que algunas veces nos falte el dinero, la salud, el talento, las virtudes, pero nunca nos faltará Él mismo, ni su ayuda ni su misericordia. Y todo lo que nos permita acercarnos más estrechamente a Él, amarle más intensamente, amar más y mejor al prójimo y alcanzar la santidad.
De la misma forma que la confianza está íntimamente ligada con la fe, tal como antes hemos visto, es el caso de que esta intimidad se amplia con el amor y con la esperanza. Es decir, la relación de intimidad del parámetro confianza, es total con las tres virtudes teologales, las cuales como es sabido aumentan o disminuyen en el alma humana al unísono, y al unísono también, dada esta íntima relación, aumente o disminuye la confianza. Manifiesta Santa Teresa de Lisieux, que: “Solo la confianza será quien nos debe llevarnos al amor”. Y en este mismo sentido, recogiendo el pensamiento de Santa Teresa de Lisieux, también se manifiesta Jean Lafrance cuando escribe: “¡La confianza y nada más que la confianza! Es el único camino que llega al Amor”. En cuando a la segunda virtud teologal, la esperanza, solo hemos de recordar el principio, que dice: De quien no se tiene fe, nadie espera nada.
El A.T. está lleno de referencias a la fe y a la confianza. La más fundamental de todas es la que nos demostró nuestro padre Abraham. A este respecto el Cardenal Ratzinger en su libro "La Eucaristía centro de la vida" escribe: “Como él (Abraham) conocía a este Dios, sabía, aún en la oscuridad de su incapacidad de comprenderlo, que era alguien que ama; por ello pudo también, cuando ya nada resultaba comprensible, apoyarse en Él, sabiendo que justamente aquel que en apariencia le agobiaba era en realidad el que le amaba”. La convicción que tenía Abraham de que todo se lo debía al Señor le daba a Abraham una confianza inalterable. Nuestro padre Abraham era capaz de esperar cuando no había esperanza. San Pablo nos dice: “Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones, como se le había anunciado”. (Rm 4,18). Abraham sabía que toda su dicha era una gracia de Dios.
En los Evangelios explicita o implícitamente, el Señor nos exhorta a que confiemos en Él, así en los últimos momentos antes de su partida nos dejó dicho: “Id pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo”. (Mt 28, 19-20). Aunque no lo veamos con los ojos de nuestra cara, Él está aquí a nuestro lado, según su promesa y solo aquellos que tengan abiertos los ojos de su alma, sienten su compañía y lo ven espiritualmente en todas partes y materialmente en la Eucaristía. Entre otras varias referencias a que confiemos en Él, también, Él nos dijo: “Esto os lo he dicho para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad; yo he vencido al mundo”. (Jn 16,33). Y también en estos últimos momentos, nos refuerza la confianza que hemos de tener en Él anunciándonos la llegada del espíritu Santo. “Si me amáis observaréis mis mandamientos. Yo rogaré al Padre y Él os dará otro Consolador para que esté con vosotros siempre, el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce. Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará con vosotros”. (Mt 22,13-14).
Pero cuando con más rotundidad nos señaló que debemos confiar en Él, fue cuando nos dijo: "Por eso os digo: No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer o de beber, ni por vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quien de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo? Y del vestido, ¿porque preocuparos? Aprended de los lirios del campo, como crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Que comeremos, que beberemos o que vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán”. (Mt 6,25-34). Nada cabe añadir ante estas definitivas palabras del Señor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. ENTREGARSE A DIOS.- www.readontime.com/isbn=8460975940
- Libro. EN LAS MANOS DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461231331
- Cortar la cuerda. Glosa del 07-05-10
- Echar raíces. Glosa del 08-06-10
- Confiar… ¿en quién? Glosa del 17-12-10
- Confianza en el Señor. Glosa del 30-11-11
- Añadidura. Glosa del 06-08-11