La ley de Murphy
Creo que podría resumir así todas las leyes de Murphy: nos acordamos de lo que nos va mal y no de lo que nos va bien. Nos acordamos de cuando la tostada cae del lado de la mantequilla o de cuando perdemos el tren en el último momento, pero no de la vez que entramos en la estación justo cuando este llegaba o cuando la tostada sobrevivió al temido hado murphiano.
Creo también que esto es parte de la ficción en la que las cosas salen bien por nuestro duro trabajo y excelsas cualidades. No podrían ir de otra manera. Cuando salen mal simplemente es mala suerte, y contra la mala suerte no se puede hacer nada. ¡Quién pudiera!
Hay gente que va más allá y aplican este rasero a Dios: se acuerdan de Él cuando las cosas pintan mal, pero se olvidan de Él cuando sus excelsas cualidades y su duro trabajo les llevan a lo más alto.
Están los que dicen: “Creía en Dios, pero entonces murió mi madre (o padre, hermano, primo...), que era una persona buenísima y con un gran corazón, me enfadé con Dios y perdí la fe” o los que se acuerdan de Dios cuando hay una catástrofe natural, pero no cuando ocurre algo bueno.
A estos sujetos les diría: ¡Ay, alma de cántaro!: si no agradeciste a Dios que te diera una madre tan buena, ni que aprobases la carrera, ni cuando conociste a esa chica tan especial, ¿cómo tienes tan poca vergüenza de acordarte ahora y para echarle el muerto, nunca mejor dicho? Pensemos antes, y hablemos después.
D´Artagnan