Historia de un aguila
Historia de un aguila
por Juan García Inza
Rodeado de montañas y naranjos valencianos, con el mar en el horizonte, trato de llenar el silencio con la Palabra de Dios en unos días de retiro espiritual. Cuarenta sacerdotes, -alguno ha dejado los treinta grados bajo cero de San Petersburgo-, intentamos revisar el alma a la luz de Dios. Necesitamos vivir lo que predicamos, para predicar lo que vivimos.
El sacerdote director, antiguo oficial de caballería –los sacerdotes necesitamos una “doma” especial-, nos ponía para empezar el ejemplo del águila, uno de los animales que más años vive,. Cuando llega a cierta edad el águila se enfrenta a un dilema: O renovarse o morir. Con el tiempo le ha crecido mucho el pico, de manera que ya no lo puede casi utilizar. Las garras se han hecho tan enormes y retorcidas que no le es fácil agarrar a sus presas. Y las plumas tan pesadas que le cuesta trabajo volar. ¿Qué hacer para no morir de hambre? Renovar por completo todo su "armamento" y su plumaje para seguir volando y cazando. Parece que la historia que cuenta todo el proceso que dura muchos dias puede ser un mito. Pero lo que interesa de verdad es la realidad de la renovación fisica para seguir siendo águila real.
Y en verdad que esto es un tiempo de retiro: renovarse para seguir volando por la vida, y que se pueda cumplir lo que diría San Juan de la Cruz: “Volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”.
Nunca nos podemos considerar perfectos, o desanimados de haber empezado tantas veces sin éxito en nuestro empeño de mejorar. Cada día, cada año, hay que volver a empezar. Dios nos espera siempre al inicio de la carrera para darnos la salida, y en la meta para darnos el abrazo de Padre como al hijo de la parábola que vuelve de tierras lejanas.
Nuestro auténtico fracaso sería pensar que ya es tarde, que la vuelta es imposible. Sería dejar a Dios por mentiroso, ya que Jesús dijo – dice-, “Venid a mí los que estáis cansados, desanimados, agotados, que Yo os aliviaré”.
El sacerdote que viene de las estepas rusas, a donde se fue desde Toledo cuando pidieron voluntarios, nos contaba anoche el esfuerzo que han de poner los tres compañeros que viven juntos para atender solos su zona pastoral en un radio de acción de 2.000 kilómetros en condiciones durísimas. Y qué alegría les proporciona ver como aquellas gentes, sin sacerdotes toda su vida, han conservado la fe. Ellos mismos se bautizaban, rezaban sin saber leer, celebraban a su modo la fe con una liturgia sencilla, se postraban ante los iconos de Cristo y de la Virgen… Cuando llega el sacerdote el domingo que les toca, los reciben con hambre de Dios, con profunda alegría y emoción. Nos cuenta que los domingos que no pueden tener Misa, se reúnen para escuchar una Misa grabada en un magnetofón. Siempre la misma, pero para ellos como nueva cada día de fiesta. Esto es fe. Y una lección para los cristianos acomodados que no valoran la presencia de Dios cerca de sus casas.
Hay mucho que aprender del heroísmo de los que viven realmente de fe, sin el estímulo de tantos medios que nosotros tenemos a nuestro alcance. Por eso hay que remontar el vuelo, como el águila, para renovarnos seriamente si no queremos morir atrofiados para conseguir el alimento que tenemos tan cerca.
Seguimos contando con vuestras oraciones. Nosotros ya rezamos.
Juan García Inza