Desierto en la Biblia
por Juan del Carmelo
En época de los primeros cristianos, estaba generalizado el hecho de ir al desierto…; esto era, como un medio seguro de encontrar a Dios y entregarse a él. Y ya antes en la Biblia se nos ofrecen en el A.T. varios ejemplos de las bondades del desierto, como medio seguro de adquirir un buen desarrollo de nuestra vida espiritual. Desde luego que el deseo de desierto, en el alma humana es un don divino, pero como todo don, que es una dación del Señor, esta se puede obtener, si es que de verdad se desea obtener, pues en materia de bienes espirituales, el mero deseo de adquirir alguno de ellos, es ya el inicio de su adquisición. Porque el Señor está siempre ansioso, de que prosperemos en el desarrollo de nuestra vida espiritual.
La vida actual, no parece ser la más adecuada para promover en nadie el deseo retirarse a un desierto, para meditar y entregarse al Señor. Las imágenes y noticias que queriendo o sin querer, nos inundan la mente y nos meten por los ojos, la TV, las películas, las revistas, los periódicos, los anuncios… etc. nos presentan la mayor parte de las veces, todo aquello que es perverso y ofensivo al Señor, y nos lo presentan, como algo normal y apetecible, y nos trastornan nuestras ideas, valores y convicciones, creándonos dudas acerca de si nuestra conducta es la adecuada, y lo que es peor creándonos dudas en nuestra fe. Esto no tiene nada de novedoso, pues nuestro enemigo, no para en su labor y de una forma u otra ha movido siempre sus hilos para obtener los resultados que desea.
En los primeros tiempos del cristianismo, había una tendencia a marcharse al desierto material para alcanzar un desierto donde amar a Dios en el ruido del silencio, donde encontrar a Dios con plena intimidad, pues se consideraba que la salvación era un problema exclusivamente personal, solo de cada uno y si los demás querían condenarse, haya ellos ese no era el problema de uno. Esta postura podríamos calificarla de un santo egoísmo, aunque no pienso que los Padres del desierto fuesen unos egoístas, como tampoco los son los actuales frailes, sean cartujos, camaldulenses o carmelitas del desierto. El que busca el desierto en su deseo de perfeccionar su entrega a Dios, no es un egoísta, porque tiene muy en cuenta el amor fraterno y día y noche está orando por sus hermanos.
A cada uno de nosotros, Dios nos ha situado en esta vida, en un plano familiar, social y económico, distinto y el Señor, en su infinita omnisciencia ha estimado nuestra posición en la vida, como la más conveniente a cada uno de nosotros, con miras a nuestra eterna salvación. Nosotros sí tenemos inquietudes eremíticas, hemos de considerar que si Dios lo estima bueno y pertinente, para el bien de nuestra alma, ya se encargará Él, de crear a nuestro alrededor un desierto espiritual, que nos aísle, del torbellino de imágenes y de información con que se nos acosa. En cuanto a la posibilidad de un desierto material, es de ver, que tampoco esto es un algo irrealizable hoy en día. Tenemos en fechas recientes, el ejemplo del Beato Charles de Foucauld, que se retiró al desierto del Sahara en 1900, cuando fue ordenado. Su biografía es recomendable leer a quien tenga inquietudes en esta materia.
En la Biblia, en el N.T. tenemos, como el más importante ejemplo de retiro, el de los cuarenta días del desierto del Señor, después del bautizo en el Jordán. Aunque la epístola de los hechos de los apóstoles, no nos detalle ningún caso, es de suponer por ejemplo, que San Pablo después de su bautizo por Ananías en Damasco, el Espíritu Santo entró en él, y posiblemente él se retirase en cuarentena, tal como hizo el Señor después de su Bautizo.
También en el N.T. se nos relata el conocido retiro de San Juan Bautista. El Señor refiriéndose a él dijo: “Yo os digo; no hay entre los nacidos de mujer, profeta más grande que Juan; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él”. (Lc 7,24-28). En el A.T. solo nos da datos acerca del anuncio del nacimiento de San Juan Bautista y de su padre Zacarías que por desconfiar de las palabras del ángel, quedó mudo, hasta el nacimiento de su hijo. Es entonces cuando recobra el habla y de gozo entona el Benedictus en alabanza al Señor y refiriéndose a su hijo el Precursor. Después del nacimiento de San Juan, prácticamente no sabemos gran cosa. Y ya después en los Evangelios, aparece en las orillas del Jordán bautizando con agua: ”Y le preguntaron: ¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia. Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando”. (Jn 1,19-28).
El Señor y San Juan Bautista, eran prácticamente de la misma edad, apenas unos seis meses de diferencia y sabemos que aproximadamente cuando se produce el bautismo de Señor, esto debió de ser sobre el año 28, la edad de San Juan rondaría también los 28 años. Ni el A.T ni los Evangelios, nada nos dicen de la niñez, y juventud de San Juan, pero es claro, que nada más que alcanzo su mayoría, en vez de aprender un oficio y matrimoniarse, como era lo normal en un chico de su edad, él se marchó al desierto. Lo que pasó y porque tomó esta determinación es un enigma, en el que es de suponer que el Espíritu Santo tuvo su debida intervención.
Moisés antes de comenzar su aventura de sacar al pueblo de Israel de Egipto, también anduvo por el desierto, obligado por las circunstancias, huyendo de los que le perseguían por haber matado un egipcio que maltrataba a un hebreo. Tuvo que huir al Sinaí al país de Madián. El libro del Éxodo no nos aclara cuantos años estuvo Moisés en el desierto del Sinaí, antes del episodio de la zarza ardiendo. El Éxodo solo nos dice: “Pasó mucho tiempo y, mientras tanto, murió el rey de Egipto. Los israelitas, que gemían en la esclavitud, hicieron oír su clamor, y ese clamor llegó hasta Dios, desde el fondo de su esclavitud. Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob”. (Ex 3,23-24).
También el Profeta Elías, huyendo de la persecución de la reina Jezabel, también recaló en el desierto del Sinaí, y al igual que Moisés, también él tuvo una teofanía en el Sinaí. Y es que el Señor, cuando quiere encargarle a uno de sus hijos una labor concreta, lo lleva al silencio y la soledad del desierto y allí le habla y lo prepara para su misión. Todos en esta vida, tenemos encomendada una misión divina que realizar y para ello hemos de estar atentos y dispuestos amando y rezando, para saber cuál ha de ser nuestro cometido en esta vida y estar siempre atento y dóciles a las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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