Una sociedad sexualizada
Una sociedad sexualizada
por Juan García Inza
Como dice F.J. Contreras en “Nueva izquierda y cristianismo”-, defender hoy la vida del no nacido, la familia tradicional y la religión, cuestionar la permisividad sexual, etc. se considera como la expresión máxima de la trasgresión y la heterodoxia. Parece que hay que avergonzarse de defender ciertas ideas, o practicar determinados actos de culto, considerados tradicionales. Manifestarlo puede causar risa y mofa. Y en algunos casos pueden ser obstáculo para acceder a determinados puestos. Esto hace que muchos que prácticamente viven una vida tradicional, diríamos normal, no se atrevan en público a defender sus criterios, incluso públicamente le ríen la gracia a los que opinan lo contrario de lo que ellos piensan, para no desentonar, o por pura conveniencia. Hay separación entre la praxis y la teoría. Aunque al final se puede terminar actuando como los demás por simple mimetismo.
Lo positivo de todo este panorama es que se está dando un resurgir de personas, asociaciones y movimientos defensores de los valores permanentes, que no son “retrógrados”, como no es retrógrada la consideración de la dignidad de la persona humana, sino tremendamente progresistas. Me ha gustado oír del Ministro Gallardón que lo más progresista que ha hecho en su vida es defender el derecho a la vida de todo ser humano. Ya era hora que empezáramos a oír afirmaciones tan valientes.
Hay un dato constatable, y es que las iglesias, los grupos o movimientos religiosos permisivos, que se han apuntado al llamado progresismo, se están quedan sin seguidores, sin fieles (Cfr. “Nueva izquierda y cristianismo”, Págs. 33-34), aunque esos pocos hagan mucho ruido porque cuentan con la complicidad de los medios de comunicación.
Los partidos llamados de izquierdas, han abandonado el socialismo clásico para centrar todas sus fuerzas en la revolución sexual, en el llamado “sesentayochismo”, mientras algunos siguen sin enterarse, o mirando hacia otro lado. Como afirma F.J. Contreras, el centro de gravedad de la lucha ideológica ya no está en lo económico, sino en lo moral y cultural. Así comprendemos que el zapaterismo, en la cresta de la ola de la crisis, no renunciara a subvencionar proyectos en sí ridículos pero en línea con sus esquemas mentales. El programa se pone por encima de las personas. Se gasta lo que haga falta en esos proyectos llamados progres –generalmente ridículos-, aunque nos arruinemos, y los parados se mueran de hambre. Ha sido más importante la llamada “Alianza de las civilizaciones” que las mismas civilizaciones, la crisis económica, la defensa de la vida, etc... Y para muchos pensadores y escritores, es inconcebible que los que se llaman de derechas no se hayan enterado, o finja no enterarse. Defender contra corrientes ciertos principios no está de moda, no “vende”.
Como recoge el mismo autor del trabajo que venimos citando, Max Horkheimer –de vuelta de una concepción marxista y revolucionaria-, llega a afirmar: “El amor hunde sus raíces en el anhelo, el anhelo de la persona amada... Si se elimina el tabú de lo sexual, cae la barrera que produce constantemente el anhelo; a partir de ahí, el amor pierde su base... La píldora anticonceptiva convierte a Romeo y Julieta en una pieza de museo... Julieta diría a su amado que la dejara ir rápidamente a por la píldora, y que en seguida volvería con él”.
Y Janne Haaland Matlary dice: “Esta época está sexualizada hasta tal punto que se priva a los niños de la inocencia introduciéndoles demasiado pronto en la sexualidad, y los adultos son casi anormales si siguen casados con la misma persona durante toda la vida”. Con estos materiales, la construcción, o mejor, la decostrucción de los baluartes hasta ahora intocables viene por sí sola. Y siempre la enemiga a abatir es la Iglesia, que no cede en los principios y valores permanentes, aunque vea disminuidas sus filas. Los permisivistas que se van tal vez no estaban en su sitio.
El “neofeminismo” a quien más perjudica es a las mujeres. Eugenia Rocella lo dice de esta manera: “Siguiendo el espejismo de la negación de la maternidad, se niega la fuerza autónoma de las mujeres, que seguirán siendo siempre (para esa corriente), machos fallidos, una versión coja e imperfecta del modelo masculino” (En o.c. Págs. 38 y 47).
Con todo ello se pierde el concepto de paternidad y maternidad. Solo queda el amor libre, la sexualidad liberada de normas éticas, deshumanizada. El hombre es “domesticado por la mujer”. En este sentido son muy reveladoras las palabras de la feminista Amelia Valcárcel: “Si no los podemos hacer (a los hombres) tan buenos, hagámonos nosotras malas: no exijamos castidad, sino perdámosla; no impongamos la dulzura, hagámonos brutales; no atesoremos naturaleza, sino destruyamos con el furor del converso” (“El derecho al mal” 1991, pp. 164165, citada en “Nueva izquierda y cristianismo” , p. 48).
Más claro no se puede decir lo que se pretende con la revolución sexual. Y esto está presente en cierta cultura imperante, o contracultura. No podemos quedarnos con los brazos cruzados o reírles la gracia, que no la tiene.
Una martir actual de la castidad
Desde esos presupuestos hemos de ayudar a las parejas que se acercan a la Iglesia solicitando el matrimonio. Hay que intentar desmontar el edificio que les han construido las ideologías de género, las de la revolución sexual, y con paciencia levantar desde los cimientos el nuevo edificio, en esas parejas que buscan el matrimonio canónico, de acuerdo con el Evangelio y la Doctrina de la Iglesia. Hay que construir, pero antes hay que preparar el terreno si no queremos levantar “una casa sobre arena” que, como dice Jesucristo, se vendrá abajo con el primer vendaval que sople contra ella.
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Martir de la castidad (vídeo):
www.opusdei.org.uy/art.php
Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com