Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Una casa para el alma

por Juan del Carmelo

          Una casa para nuestra alma, es un algo que todos lo necesitamos, porque todos tenemos alma y ella la necesita. Son muchas las similitudes que existen entre las necesidades y apetencias de nuestro cuerpo y las de nuestra alma. Es por ello que muchas veces para explicar problemas y temas del orden espiritual, acudamos a metáforas, tomando de parangón a nuestro cuerpo, que nos es más conocido y más nos preocupemos de él que de nuestra descuidada alma. Es el mismo Señor el que en varias ocasiones emplea didácticamente, metáforas de las características antes indicadas. Y así tenemos estas palabras del Señor que dijo: “Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone por obra, será el varón prudente, que edifica su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa; pero no cayo, porque estaba fundada sobre roca. Pero el que me escucha estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edificó su casa sobre arena. Cayo la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, que se derrumbó estrepitosamente”. (Mt 7,24-27).

 

            El ser humano, indudablemente que es un ser social, quizás unos más que otros, los hay de los dos extremos, pero como dice el refrán: En el término medio está la virtud. Pero dentro de su tendencia social, las personas aman su intimidad, la necesitan; todo el mundo tiene en su mente y en su corazón, recuerdos, heridas, goces anhelos y deseos, de los que no quiere hablar con nadie, y como proyección de esa intimidad, en el orden material, trata de adquirir una independencia y una casa en la que vivir abandonando cuando se es mayor, la casa de sus padres. Y este deseo de intimidad se da hasta en los niños. Tengo un nieto de 10 años, que se está construyendo el solo, una cabaña en la parte baja de nuestro jardín, y todos los festivos viene a nuestra casa y se pone a trabajar en la suya, con todo entusiasmo en su propia cabaña. Bueno realmente esto no me puede extrañar, porque de niño yo también lo hice en el campo.

 

            La casa, nuestra casa, es el lugar donde nos sentimos seguros. Para un inglés su casa es su castillo y conforme a este principio: "El hombre más pobre puede, que su cabaña sea frágil, su techo puede temblar, el viento puede soplar a través de ella, la tormenta puede entrar, la lluvia puede entrar, pero el rey de Inglaterra no puede entrar".

 

            Y en el orden espiritual, debemos de tener el mismo afán de construir nuestra propia casa espiritual, tal como el Señor nos recomienda. Nosotros espiritualmente, tenemos unas demandas de nuestra alma, a la que generalmente no le prestamos mucha atención, pero ella está siempre ahí, en lo más profundo de nuestro ser, advirtiéndonos continuamente, que si no ganamos en este mundo, la batalla de nuestra lucha ascética, nunca encontremos, ni sosiego, ni paz y ni siquiera esa pequeña felicidad que este mundo pueda llegar a ofrecernos aquí abajo. Siempre estaremos dominados por los insaciables deseos de nuestro cuerpo, y si alguna vez llegamos a obtener alguno de estos deseos, una vez satisfecho, tendremos siempre el amargo regusto de la frustración. Y ello es y ocurre así, por la simple razón de que no somos de este mundo ni estamos creados para vivir en él. Aquí estamos de paso y si somos capaces de generar el suficiente deseo de amor al Señor, seremos llevados más allá de las estrellas, al mundo del amor, de esa luz que a pesar de tener un fuerte resplandor a nadie deslumbra porque de ella emana el amor del Señor, en definitiva a la felicidad, para el que hemos sido creados.

 

Mientras tanto, para alcanzar nuestro fin eterno, conviene que construyamos la casa de nuestra alma, con las piedras que nos proporcionan las palabras del Señor, tal como Él nos lo indica. Pero ¡ojo! la casa no la podemos construir sobre arena, que es lo que nos pide nuestro cuerpo, que son los deseos de nuestro peor enemigo, el odioso satanás que nunca nos deja descansar ni a sol ni a sombra. Lo nuestro no es el odio que resuma satanás, sino el amor de quien nos ha creado y hemos de prepararnos para amar, no prepararnos para ir al reino de las tinieblas y el odio, que es donde termina el que no llega nunca a aceptar el amor que el Señor continuamente nos está ofreciendo..

 

La construcción de nuestra casa espiritual, tal como el Señor nos indica, hay que fundamentarla sobre roca, hay que ponerle unos sólidos cimientos y estos en el orden de las cosas de nuestra alma, se llaman fe y amor. Estas son las piedras angulares, que continuamente hemos de estar cuidando y tratando de que aumenten y se fortalezcan, lo más posible, pues si ellas fallan definitivamente, nada se puede hacer. Apaga y vámonos, de una vez por todas con Pedro Botero, que es lo que muchos están inconscientemente buscando.

 

Pero, si ya tenemos puestos nuestros cimientos, es de ver, que los evangelios, están llenos de piedras y ladrillos, que son mandatos, aseveraciones, y consejos del Señor para construir la casa. No hay situación de la vida que se nos pueda presentar, que el Señor, no nos haya dicho ya, cuál es el camino a seguir. No hay en el mundo mejor guía turística, para los recorridos del alma, que la lectura de los evangelios. De forma directa, algunas veces directísima, o de forma indirecta, siempre uno encuentra la solución de todo. ¡Claro!, puede pensar alguien y decirme: ¡Ha sido Dios quien lo ha escrito!

 

La casa que podamos construir, no tiene límite alguno en cuanto a su tamaño, y cuanto más grande la hagamos mayor cantidad de gloria nos cabrá en ella, una vez que hayamos abandonado este mundo. En los evangelios, podemos encontrar un sinfín de consejos para la construir nuestra casa del alma. Nunca nos amilanemos, ante nada ni ante nadie, porque el poder infinito, la omnipotencia del Señor estará siempre con nosotros. San Pablo decía: “…, si Dios está con nosotros, ¿quién nos podrá derrotar?”. (Rm 8,31).  Y también, nos dice Isaías: “Porque yo, Yahvé tu Dios, te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: No temas, yo te ayudo. No temas, gusano de Jacob, gente de Israel: yo te ayudo -oráculo de Yahvé- y tu redentor es el Santo de Israel”. (Is 41,13-14). Y más adelante dice: “Ahora, así dice Yahveh tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Pondré la humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. No temas, que yo estoy contigo; desde Oriente haré volver tu raza, y desde Poniente te reuniré. Diré al Norte: "Dámelos"; y al Sur: "No los retengas", Traeré a mis hijos de lejos, y a mis hijas de los confines de la tierra; a todos los que se llamen por mi nombre, a los que para mí gloria creé, plasmé e hice”. (Is 43,1-7). Y como este bello pasaje de amor del Señor a nosotros, podemos encontrar más de uno en la Biblia, especialmente en los salmos.

 

Para la construcción de nuestra casa del alma, siempre hemos de apoyarnos en la confianza en el Señor, Él jamás abandona a nadie y mucho menos a uno de sus elegidos, porque para él es elegido todo aquel, que se le entrega con ardor y amor a construir la casa en la que el día de mañana recibirá a su Señor. Tal como escribe San Francisco de Sales: “Porque Dios colma de gracias a todos aquellos que confían en El. Con esta confianza superaron los tormentos de los tiranos, tantos millones de mártires, entre los cuales se contaban delicadas doncellas y tiernos niños”.

 

El gran drama del género humano consiste en que el hombre no tiene confianza en Dios, y entonces, en vez de abandonarse en las manos dulces y seguras de su Padre del Cielo, busca por todos los medios arreglárselas con sus propias fuerzas, su orgullo le lleva a creer que el solo puede y así, el hombre se hace terriblemente desgraciado. La gran victoria de nuestro enemigo eterno de nuestro acusador, consiste en: ¡conseguir poner en el corazón de cada hijo de Dios la desconfianza hacia su Padre!

 

¡Miembros de Cristo! Escribe el Abad Baur: “El secreto de nuestra fuerza y nuestra grandeza consiste en que estemos vinculados a la cabeza y no nos dejemos guiar y conducir por El; en que no nos aislemos, no nos apoyemos en nosotros mismos, no nos abandonemos a una necia y orgullosa confianza en nosotros mismos”. Ya que Él, según el Abad Boyland: “Todo lo que Dios nos pide es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes por humildad y abandono; Él hará el resto”.

 

El Señor nos dice y enseña que todo el secreto de la vida interior para la construcción de nuestra casa del alma, consiste en luchar con absoluta confianza en Dios, y en su Santa Madre que también lo es nuestra. Hay que poner énfasis en el término confianza, es decir, con fe absoluta en lo que Dios quiere de nosotros, sin indagar el por qué lo quiere, Él lo sabrá, y siempre sabe que es lo mejor para cada uno de nosotros. Que nuestra soberbia no nos lance a pedir cuentas y explicaciones.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. RELACIONARSE CON DIOS. www.readontime.com/isbn=9788461220588

-        Libro. LOS DESEOS HUMANOS. www.readontime.com/isbn=9788461316298

-        Importancia de la vida espiritual. Glosa del 07-03-10

-        Nuestra vida íntima. Glosa del 06-01-11

-        ¿Nos queda mucho o poco tiempo? Glosa del 04-04-11

-        ¿Cuánto es, lo que podemos? Glosa del11-07-11

-        ¿Pero yo que hago aquí? Glosa del 09-05-10

-        Sin pena ni gloria. Glosa del 13-05-10

-        Luchas humanas. Glosa del 10-04-11

 

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