Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Mandatos implícitos, aseveraciones y consejos evangélicos

por Juan del Carmelo

            Los mandatos y las aseveraciones que contienen los evangelios, son desde luego aseveraciones y mandatos del Señor. ¿Y que es una aseveración? La RAE nos dice en su diccionario que “aseverar” es asegurar o afirmar lo que se dice. Desde luego que todo lo que se dice en los evangelios está asegurado o afirmado por el Señor, pero Él, ponía más énfasis en muchos temas con diferencia a otros, sin que por ello los no enfatizados, carecieran de su importancia. Y todo lo que aseveraba, lo hacía con autoridad, que era reconocida por los que le escuchaban.  Y en este sentido se pronuncia San Mateo cuando nos dice: “Cuando acabo Jesús estos discursos, se maravillaban las muchedumbres de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene poder, y no como sus doctores”. (Mt 7,28-29). En este mismo sentido, también podemos leer en San Marcos: “Llegaron a Cafarnaúm, y luego el día de sábado, entrando en la sinagoga, enseñaba. Se maravillaban de su doctrina, pues la enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”. (Mc 1,21-22).

           

            Pero bastantes de las aseveraciones del Señor, se podrían interpretar como consejos, no como mandamientos. En este sentido el parágrafo 1.973 del Catecismo de la Iglesia católica nos dice que: “Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar lo que es incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 184, a. 3)”.       

 

            Lo que realmente llamaba la atención y les asombraba a los judíos, eran las interpretaciones que hacía el Señor de los libros del A.T. y como el Señor se apartaba del procedimiento didáctico de los escribas y doctores. Las enseñanzas del Señor eran todo lo opuesto. En las sinagogas, para poder enseñar oficialmente, hacía falta haber sido discípulo de algún rabino conocido y autorizado para enseñar, mediante la imposición de manos. En la enseñanza, se le daba más importancia a la tradición que a los textos sagrados. La enseñanza se hacía, apoyándose en lo que ha se hubiese dicho por otros célebres rabinos y que tenía la categoría de prueba irrefutable. Tanto los libros de la Mishna como el Talmud, eran y son un gran almacén de interpretaciones de antiguos rabinos.

 

            El Señor, que nunca había sido discípulo de ningún rabino, no había tenido una investidura oficial de ningún género, se presenta como verdadero Maestro con autoridad propia, y enseña apoyándose solo en su propia autoridad, no en antiguas y equivocadas interpretaciones casuísticas y literales de la letra de la Ley. Esto es lo que les mueve al pueblo a exclamar: “…enseñaba con autoridad”. Y de esa  autoridad se revestían todas las palabras de sus numerosas aseveraciones. No solo la sorpresa de los oyentes estaba en el distinto método de exposición de lo que oían sino en el contenido de la doctrina que se les exponía.

Los oyentes, sabían que lo que les estaba exponiendo, aquel rabí salido de no se sabe dónde, era lo correcto, se lo decía su intuición, aunque no estaba en la línea clásica de los escribas y doctores, y no iba a ser correcto, lo que decía, ¡faltaría más! si quien hablaba e interpretaba las escrituras era su propia autor, el Hijo de Dios y esta sensación, a ellos les asombraba y por ello una veces decían: “…enseñaba como quien tiene y no como sus doctores”.

 

            El gran San Agustín decía: Lo que comprendemos se lo debemos a la razón, mientras que lo que creemos lo debemos a la autoridad. El acto de fe consiste en dar crédito a lo que nos dice alguien que consideramos, bajo algún aspecto, digno de ese crédito, alguien autorizado o con autoridad en una determinada materia. Y eso no es posible sin comprender racionalmente: 1º Qué es, lo que nos dice esa persona. 2º Porque nos lo dice, y 3º Qué autoridad posee la decírnoslo. De aquí deduce José Mª Barrio en su libro: “Antropología del hecho religioso”, que la fe no tenga una dimensión única ni tan siquiera primariamente religiosa, sino específicamente racional.

 

Pero sin apartarnos del tema de las aseveraciones y de los consejos, hemos de ver, que cada palabra del Señor recogida en los evangelios, si no hay un mandamiento explicito, hay una aseveración que en sí contiene un mandamiento implícito, y en una tercera categoría, se encuentra un consejo, que siempre nos ayudará a cumplir con los mandamientos y no olvidar las aseveraciones.

 

Los mandamientos explícitos es claro que fueron el decálogo de los mandamientos que tiene su antecedente en las Tablas de la Ley, que el Señor entregó a Moisés (Ex 20,1-17). En el parágrafo 2.054 del Catecismo de la Iglesia católica se nos dice que: “Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó la “justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos” (Mt 5,20), así como la de los paganos (Mt 5,46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: “Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás [...]. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5,21-22).

No considero necesario extenderme en el comentario de los Mandamientos pues, ello no requería una glosa sino un grueso volumen.

 

            Pero en los evangelios nos encontramos con muchos mandatos implícitos del Señor, que no se encuadran en el decálogo básico de los mandamientos explícitos. Así por ejemplo el Señor nos ordena: “Sed pues perfecto, como mi Padre celestial es perfecto.” (Mt 5,48). Y otros varios más, como por ejemplo: “Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratis, lo recibís, dadlo gratis”. (Mt 10,8).

 

            Las aseveraciones evangélicas son muchas. Unas se encuentran en el contexto de una parábola, como por ejemplo, “Al que tiene se le dará; y al que no tiene, incluso lo que parece tener, se le quitará”. (Mt 25,14-30). Esta aseveración se encuentra dentro de la misma y como conclusión de la Parábola de los talentos, pero la mayoría de las aseveraciones no son consecuencia de una parábola, como por ejemplo: “No juzguéis y no seréis juzgado”. (Mt 7,1-5). O aquella otra aseveración que dijo el Señor: “El espíritu esta pronto, pero la carne es flaca”. (Mt, 26,41). Muchas de las aseveraciones son de carácter mixto, en cuanto llevan en sí una afirmación  o aseveración y entrañan también un mandato de cumplimiento implícito, como por ejemplo: “Mirando en torno suyo, dijo Jesús a los discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen hacienda! Los discípulos se quedaron espantados al oír esta sentencia. Tomando entonces Jesús de nuevo la palabra, les dijo: Hijos míos, ¡cuán difícil es entrar en el reino de los cielos! Es más fácil a un camello pasar por el hondón de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios”.  (Mc 10, 23-25).

 

Y en una tercera categoría tenemos los consejos evangélicos, que pueden ser seguidos o marginados, pero desde luego lo prudente es seguirlos. Así por ejemplo tenemos: “Guardaos de los falsos profetas, por sus frutos los conoceréis”. (Mt 7,15-20). Y varios más. San Francisco de Sales con respecto a los consejos evangélicos escribía: “…, Dios no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino los más convenientes, según la diversidad de personas, tiempos, ocasiones y fuerzas, y conforme manda la caridad. (…) “Se puede muy bien, sin pecado, no seguir los consejos por el afecto que se profesa a otras cosas;…, pero hacer gala de no querer seguir los consejos, es cosa que no se puede sin despreciar al que los da”.  (…) “Aunque no todos los consejos pueden o deben ser practicados por los cristianos en particular, cada uno está obligado a amarlos todos por su misma bondad intrínseca”.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. RELACIONARSE CON DIOS. www.readontime.com/isbn=9788461220588

-        Libro. LA SED DE DIOS. www.readontime.com/isbn=9788461220588

-        Mandamientos, gracia divina, y sacramentos. Glosa del 15-10-11

-        Nuestra coronación. Glosa del 03-06-11

-        Nuestra salvación final. Glosa del 17-10-11

-        Salvarse sí, ¿pero…? Glosa del 27-06-11

-        Dicotomía básica ¿salvación o condenación? Glosa del 17-09-11

-        Prueba de amor. Glosa del 08-10-09

-        Solo la Verdad salva. Glosa del 26-01-11

-        ¡Mi vocación es el amor! Glosa del 01-11-10

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