Jueves, 28 de noviembre de 2024

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Valorar el Adviento

por Cardenal Ricardo M. Carles

Corremos el riesgo de que se nos pase desapercibido. Y Adviento significa venida, y si se refiere a nosotros, los cristianos, ¿a quién esperamos?

Para el cristiano- el único que realmente espera a alguien que viene- el Adviento es como una puerta grandiosa que nos abre a lo más trascendente e importante de nuestra fe: la llegada de Cristo, el Verbo encarnado, a nuestro mundo.

Opino que María, sin perder por ello el inmenso amor que nos tiene, no comprenderá nuestra actitud de indiferencia ante el Adviento. Porque ella, desde que su voz pronunciara aquellas palabras que cambiaron la historia del mundo: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”, sabía con toda claridad a quién esperaba. Sólo ella y su prima Isabel, madre del Bautista, sabían lo que esperaban, la certeza de que es Él directamente el que está a la puerta, porque la venida del esperado está ya a la puerta y nada puede haber que lo retrase, porque el acontecimiento está ya en marcha y nada hay que pueda detenerlo.

María sabe lo que el espíritu Santo de Dios, Él y ningún otro, ha hecho en ella. Y espera al que viene con un deseo que llena todo su ser y, al mismo tiempo, con una profunda emoción, que no le permite comprender cómo puede estar a la altura del hecho trascendental que por ella entra en el mundo.

A pesar de las negatividades que podamos contemplar en nuestra cultura actual, la historia universal que viene después de Cristo nunca más será como antes. Es como un año cero, que produjo el giro absoluto. Jesús dijo: “El que no recoge conmigo desparrama” (Lc 11, 23). El mundo técnico actual puede tener todavía problemas muy graves, que parecen estar a muchas leguas del evangelio, pero en último término lo que importa es siempre la actitud que tomó Jesús en la vida y en la muerte: amor perfecto y desinteresado, servicio en el último lugar, producir fruto a partir de Él. Éste es el sentido y el núcleo más íntimo de todos los problemas de la humanidad, también de los políticos, también de los económicos y de todos los demás..Y la actitud que Él trajo consigo es la actitud misma de Dios frente al mundo: el que sigue a Jesús, sigue las huellas de Dios, las huellas de la verdad y de la rectitud absolutas
Adviento es el tiempo de buscar el punto en torno al que gira nuestro yo más íntimo, donde se pasa del yo al tú y a Dios, del estéril ser-para-sí al fecundo vivir-para-el-otro en el seguimiento de Dios, del Emmanuel: Dios con nosotros y para nosotros como afirmó Von Balthasar.
Este sería el verdadero milagro de Navidad. Porque ella no significa sólo que ese día nació Cristo. “Si Cristo nace mil veces en Belén y no en ti, estás perdido eternamente”.se dice en el “Peregrino querubínico”. Y añade: “”¡Ay!, si tu corazón fuera sólo un pesebre, Dios se haría de nuevo niño en esta tierra”. ¿Es exagerado? Recordemos las penetrantes palabras de Jesús de que el que no nace de lo alto, del seno de Dios, no entrará en el reino de Dios. (Jn 3,3) Luego, si nacemos de Él, podemos implantar la vida de Dios en este mundo y hacerla crecer, podemos hacer que venga el reino de Dios y que su voluntad se haga en la tierra como en el cielo, que su nombre sea glorificado, y ello a pesar de todo el ateísmo militante en este mundo sin Dios y blasfemo. Y no podemos dudar de la eficacia de nuestra postura, pues podemos ser como el hombre de la parábola que echó simiente en la tierra, “duerme de noche y se levanta de mañana (una noche tras otra, un día tras otro) y la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo”. (Mc 4,27 s.) Toda nuestra vida es Adviento, es producir fruto con paciencia, sin querer ver con nuestros ojos el éxito de nuestra vida de fe, porque Dios coge el fruto de nuestras fatigas y lo reparte y lo utiliza en la tierra, porque Él quiere en beneficio de su reino venidero.

Siempre es Adviento hasta el final de nuestra vida y del mundo, siempre es también Navidad en el silencio del cielo, siempre es Viernes Santo y siempre es Pascua de Resurrección y Ascensión y Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre la Iglesia, como al principio descendió sobre la Virgen de Nazaret. Todo está en todo. Perseveremos, por tanto, pacientemente en la oscuridad –pero en la fe, la esperanza y el amor- en la plenitud bienaventurada de nuestro Adviento.
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