Más sobre la pederastia. Causas y prevención (2)
Más sobre la pederastia. Causas y prevención (2)
por Juan García Inza
Continuamos con el tema iniciado en el post anterior. Como comprenderá el lector no es nada grato tratar este desgraciado tema, pero no hay que dar la cara, como lo ha hecho oficialmente la Iglesia, por un lado pidiendo perdón de la parte que a ella respecta, por otro condenando los hechos y tratando de que no se repitan jamás. El Papa llegó decir que cada delincuente cargue son su responsabilidad ente Dios y ante la sociedad civil. Tratamos en esta nueva entrega aportar algunas causas que motivaron los hechos ocurridos y los remedios que hay que poner para que no se repitan.
Sigue diciendo el Profesor José María Pardo en SCRIPTA THEOLOGICA / VOL. 43 / 2011 / 297-321:
En los sacerdotes que han abusado, la adicción hacia menores es muy improbable que se haya originado durante los años de Seminario o durante el sacerdocio . En algunos casos, probablemente siempre ha existido una falta de sentimientos heterosexuales normales, aunque inicialmente haya sido más o menos latente, débil. En determinadas circunstancias, al enfrentarse con jóvenes, o durante un período de desilusión o soledad, la «dormida» inclinación hacia personas de su mismo sexo puede despertarse. Otros sacerdotes, sin embargo, quizá siempre han sido conscientes de su atracción hacia personas de su mismo sexo, pero han sabido vivir con ella sin exteriorizarla. Sin embargo, cada vez que se sienten incapaces de afrontar demandas o desilusiones en su ejercicio ministerial, en un mal momento podrían comenzar a descuidarse y a entregarse a fantasías sexuales .
Otro factor que disminuye el umbral de resistencia es la reiterada exposición a teorías morales permisivas sobre la sexualidad en general y sobre la normalidad de la homosexualidad en particular. En este sentido, como se señaló arriba, la actitud crítica de ciertos teólogos y sacerdotes hacia el celibato, y sobre todo hacia la enseñanza de la Iglesia sobre moral sexual, incide fuertemente en el debilitamiento de la resistencia de muchos sacerdotes hacia conductas sexuales inadecuadas. No se puede esperar que muchos sacerdotes y religiosos con inclinación hacia personas de su mismo sexo -y en ocasiones pedófilos- perseveren en su lucha interior por la castidad cuando constantemente escuchan decir que casi todo está permitido en la vida heterosexual, sea matrimonial o no.
PREVENCIÓN
Además de atender a las víctimas y a sus familiares, y poner ante la Justicia (eclesiástica y civil) a los culpables, es urgente adelantarse y trabajar en la prevención.
Si no se incide en los factores culturales y educativos que, en buena medida, están en el origen de estos lamentables y tristes incidentes, se gastarán inútilmente las energías en perseguir efectos sin atacar las causas que los producen. Además de atajar el problema global de la pornografía y la prostitución infantil, sólo la restauración de la moralidad de las costumbres, de la vida espiritual y de la verdad integral sobre la persona humana podrá, en último término, superar este problema grave que flagela a la Iglesia (y a la sociedad en su conjunto).
El abuso a menores por parte del clero hay que encuadrarlo en la falta de valores morales y en la permisividad sexual que invade la sociedad. En revistas, periódicos, películas, espectáculos, televisión o internet se fomenta descaradamente el libertinaje sexual. Incluso la educación sexual que se da en ciertas instituciones educativas suele ser más de información sobre métodos anticonceptivos para tener relaciones sexuales sin procreación, que sobre educación en valores y virtudes.
Es muy importante ser estrictos a la hora de decidir si un candidato, un seminarista, tiene o no vocación, aptitudes, para ser sacerdote.
Algunos elementos para discernir si una persona tiene idoneidad psíquica para ser sacerdote
Afirma el Profesor Pardo: Antes de responder a esta cuestión, es importante reseñar tres premisas. La primera es que no hay nadie perfecto y, por tanto, tampoco en la esfera psíquica se puede encontrar la perfección. Todos tenemos algún aspecto de nuestra actividad psíquica más débil o deficitario. La segunda idea es que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Esto tiene un significado aún más profundo al hablar de vocación sacerdotal, pues la labor que el sacerdote desempeña excede con mucho sus propias capacidades, y eso pone en entredicho la validez del término «idoneidad». De alguna manera, esta es la lógica de Dios. La tercera premisa es que la actividad psíquica puede alterarse -tras un periodo de normalidad, y a veces de una forma imprevisible-por factores ambientales, por factores personales o por la suma de ambos.
Hay tres aspectos nucleares de la personalidad:
1. La madurez.
2. La estabilidad psicológica-afectiva.
3. El autocontrol.
Por consiguiente, la ausencia de estas características esenciales de la personalidad, es síntoma de que el candidato no es apto para la vida sacerdotal.
En este sentido se han pronunciado la Congregación para la Educación Católica, «Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al Seminario y a las Ordenes sagradas» (4.XI.2005) . Y «Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio» (29.VI.2008)
Vida espiritual
Los Obispos y sus colaboradores deben cuidar especialmente a los sacerdotes jóvenes para que estos no estén solos, pues el celibato es una flor muy delicada que puede marchitarse al contacto con el mundo. También deben mostrar solicitud por ellos, dándoles afecto y apoyo, especialmente en los momentos más difíciles.
El sacerdote tiene que ser fiel a sus compromisos ascéticos y espirituales. El presbítero debe estar convencido de que el mejor tiempo empleado es el tiempo dedicado a la oración. Si todos estamos llamados a la santidad, ¡con cuanta más razón el sacerdote! El sacerdote debe estar bien preparado para responder a las exigencias del mundo moderno, pero más importante aún es que sea un hombre de Dios, que transmita a Dios, a través de sus palabras y acciones, de modo que todos vean en él otro Cristo. El es representante y embajador de Dios en el mundo, y debe actuar siempre en su Nombre y con el poder recibido para distribuir los dones de Dios.
Es necesario el descanso, el orden, no caer en el activismo, aunque se sienta la gran necesidad que el pueblo tiene del sacerdote. No podrá contar con él si no es una persona ordenada, sana, equilibrada… Cada uno debe ser consciente de sus propios límites. Los fieles deben respetar los tiempos “sagrados” del sacerdote para cultivar su vida interior, su descanso...
Por último, los apoyos personales proporcionan los vínculos que todo ser humano necesita tener y fomentar: sentirse acompañado, comprendido, apoyado y querido por otros; particularmente, por quienes comparten el mismo estilo de vida y los mismos objetivos. En el sacerdote, los más importantes son los derivados de la fraternidad sacerdotal, porque, además del apoyo que suponen, aportan el ejemplo de los iguales y permiten tener cerca modelos a seguir en los que buscar orientación y ayuda, lo cual facilita aún más el no sentirse sólo . La soledad es un arma mortal, que hace tambalear las fuerzas psíquicas y puede inducir desesperación.
El trato con la gente joven
El autor del artículo que comentamos trae a colación un viaje apostólico del Papa a Gran Bretaña, el Papa Benedicto XVI se reunió con un grupo de profesionales y voluntarios que se dedican a la protección de niños y jóvenes en el ámbito eclesiástico. Éstas son algunas de sus palabras: «La Iglesia tiene una larga tradición de cuidar a los niños desde su más temprana edad hasta la madurez, siguiendo el ejemplo del afecto de Cristo, que bendijo a los niños que le presentaban, y que enseñó a sus discípulos que, de quienes son como aquéllos, es el Reino de los cielos (cfr. Me 10,13-16). Vuestro trabajo ha brindado una contribución vital a la promoción de ambientes seguros para los jóvenes. Esto ayuda a garantizar que las medidas de prevención adoptadas sean eficaces, que se mantengan con atención, y que todas las denuncias de abuso se traten con rapidez y justicia» .
Es lógico que el sacerdote, en su ministerio y en la búsqueda de vocaciones, se vea obligado a tratar con gente joven. Este hecho, exige vivir unos criterios de sensatez y prudencia.
Lo primero es controlar la afectividad y reconducir adecuadamente los afectos. Es normal que, en ese contexto, el cariño que se debe poner tienda a personificarse; pero, al identificar ese afecto, es preciso controlarlo, sin olvidar que lo que se pretende no es la persona en sí (como ocurre en al amor conyugal), sino su bien y, precisamente, en este caso, por un amor inconmensurable.
La sensatez y la prudencia obligan (en este caso y en el de cualquiera que no desee poner en peligro su amor) a evitar implicarse excesivamente en situaciones personales, y, si es preciso, a no hacerlo solo…
CONCLUSIÓN
Hacemos nuestra, una vez más, la conclusión a la que llega José María Pardo: En la vida terrena de los que pertenecen a la Iglesia se dará siempre la presencia contrastante de la santidad y del pecado. La Iglesia, mientras camina en la historia, es «santa y al mismo tiempo siempre necesitada de purificación» (Lumen gentium, n. 8). El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que «todos los miembros de la Iglesia, incluidos sus ministros, deben reconocerse pecadores. En todos, hasta el final de los tiempos, la cizaña del pecado se encuentra aún mezclada con el buen trigo del Evangelio» (n. 827).
El contraste entre lo que un fiel cristiano hace (sea o no sacerdote) y lo que pretende alcanzar, puede ser una experiencia lacerante. Pero no debe resignarse, ni reaccionar con desesperación o apatía, con juicios temerarios o con ira. Siguiendo a Cristo ha de intentar la santidad y la conversión, a la que Dios ayuda con su gracia. Siempre me han impresionado unas palabras de un sacerdote santo: «Un secreto, un secreto para gritar a los cuatro vientos: estas crisis mundiales son crisis de santos» . Cuando se ven y se palpan las crisis en la Iglesia y en el mundo, la única respuesta de fondo es la conversión, la santidad personal.
Y acaba con unas palabras de San Agustín y de San Josemaría Escrivá:
«No hay pecado ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad; y, si aún no lo he cometido, es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado en el bien» .
«(...) Tus pecados, los míos, los de todos los hombres, se ponen en pie. Todo el mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de hacer. El panorama desolador de los delitos e infamias sin cuento, que habríamos cometidos, si Él, Jesús, no nos hubiera confortado con la luz de su
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Hasta aquí lo que pretendíamos al hablar de este tema a nivel eclesial. El mal es muy grave. Se puede llegar a él por múltiples motivos. Hay que poner los medios para que los que se ordenan sacerdotes sean personas sanas psicológica y moralmente. Nadie está libre de cometer una barbaridad. Cada uno debe dar cuenta de sus propios actos. Y siempre pedir perdón a Dios, a la Iglesia y a la sociedad en general por el daño que podamos hacer con nuestra conducta impropia de un hombre de Dios. Hay que querer mucho a los sacerdotes y ayudarles con la oración y la amistad sincera y limpia. El amor cristiano hace milagros.
Juan García Inza