Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Blog

Lo mucho que nos jugamos

por Juan del Carmelo

          Acabo de recordar un antiguo verso español del siglo XVI. Fue escrito por Fray Pedro de los Reyes, autor de bastante poesía religiosa. Pero estos versos que voy a reseñar, son cortos y muy jugosos, al menos a mí me han hecho meditar mucho sobre su contenido. Los versos dicen así:

 

Yo para que nací, para salvarme,

que tengo que morir es infalible,

dejar de ver a Dios y condenarme,

triste cosa será, pero posible.

 

Posible, y río y canto y quiero holgarme,

posible, y tengo amor a lo visible.

Que hago, en que me ocupo, en que me encanto,

loco debo de ser, pues no soy santo.

 

La primera línea de la primera estrofa, ya da por sí, para muchas meditaciones. En la vida de cada persona, solo existe un solo negocio importante que realizar, y es el de la salvación de su alma, pues su cuerpo de una forma o de otra, seguirá acompañando al alma a la que ahora sirve de soporte material. Pero hoy en día, Dios por las ignoradas razones para nosotros que pueda tener, ha permitido, desde que Fray Pedro de los Reyes escribió estos versos, que el maligno avance en sus posiciones y no se ve tan necesario, eso de “salvarse”, al menos no lo ve todo el mundo y de los que lo ven, hay unos que son la mayoría, que creen que es necesario, pero no acuciante el preocuparse de ello, y van tirando a trancas y barrancas, espantándose esos molestos moscardones que le hablan del infierno y de la condenación, pues piensan, que quizás pueda ser que ni el demonio ni el infierno existen. También los hay que se toman en serio estos temas, aunque desgraciadamente son minorías.

 

En el siglo XVI, nadie negaba la necesidad  de salvarse, fuese judío, protestante o musulmán. El problema que alimentaba las guerras y contiendas, era siempre acerca del camino que había que seguir para salvarse; pero nadie ponía en duda la necesidad de salvarse para evitar ir al infierno, porque todos; católicos, cismáticos, protestantes, judíos, o musulmanes, no dudaban un ápice de la existencia del infierno. Da la impresión  que en aquella época, las preocupaciones del maligno, eran muy distintas de las que ahora tiene. Su ocupación principal, era la misma que había venido haciendo desde diez y seis siglos antes, que consistía en crear y fomentar la aparición de errores doctrinales, que daban origen al nacimiento de herejías, o bien fomentar la desobediencia al Sumo Pontífice, para dar origen a cismas. En resumen su táctica era evidente, aplicaba el principio de divide y vencerás.

 

Pero a partir del siglo XVIII, debió de pensar que sus resultados no eran todo lo espectaculares que él quería que fuesen y radicalmente cambió de táctica. Desde luego que en sus maniobras, tiene un límite de actuación y solo puede llegar, hasta donde Dios le autoriza a llegar. El demonio, tal como nos indica el Apocalipsis está suelto provisionalmente por el mundo y es un instrumento, utilizado por el Señor, para que podamos alcanzar méritos en nuestra prueba de amor que en este mundo estamos pasando; por ello somos tentados, pero nunca con fuerza superior a nuestra capacidad de resistencia, que se apoya en la gracia santificante. Si el demonio pudiese emplear toda su capacidad, de maligna actuación, ninguna persona sería capaz de resistir el embate, pues es un ser puro mucho más inteligente que cualquiera de nosotros. Solo una vez pudo el demonio emplearse a fondo y fue cuando tentó al Señor en el desierto de Judá, después de su bautismo en el Jordán, y salió derrotado.

 

Después del siglo XVIII, utilizando a los enciclopedistas y demás ralea humana de aquella época, el demonio, comenzó a poner en marcha su línea de actuación actual. Consiste básicamente en dos negaciones: La primera es negarse a sí mismo: “el demonio no existe”. La segunda es corolario de la primera, el infierno tampoco existe. Y como ocurrió en Israel, después de la conquista por Josué de la tierra prometida, el pueblo se olvidó de su Alianza con el Señor, y empezaron a prodigarse los falsos profetas. Pues bien, aquí desde el siglo XVIII hasta nuestros días, hemos venido soportando una pléyade de nuevos falsos profetas, que han alimentado la creación, de una hornada de libre pensadores, ateos, agnósticos y una serie de descreídos, que fieles a las demoniacas consignas que alimentan sus mentes, nos aseguran que ni Dios existe, que el demonio tampoco existe y mucho menos el infierno. Cuando uno muere lo entierran y ahí acaba todo. Me gustaría, poder volver al XV o XVI, y haber propagado la no existencia de Dios ni del demonio, por ejemplo en la protestante Ginebra de Juan Calvino. Me habrían quemado vivo en la hoguera como quemaron los protestantes a Miguel Servet, por mucho menos.

 

El problema, es que aquí en este mundo, nadie nos vamos a quedar, y para saber lo que va a pasarle a uno cuando muera, es necesario tener fe y esta es una virtud muy escasa. Uno piensa que, aun los que la tienen, dan la impresión de que la tienen sometida a una cartilla de racionamiento, pues es muy escasa, y por ello sus almas al no estar debidamente alimentadas, no se desarrollan a la misma velocidad y en la misma proporción con la que se desarrollan nuestros cuerpos y eso que, mucho más importante es para la persona, el desarrollar su alma más que su cuerpo. La fe, es la base, es la piedra angular de nuestro templo de amor. Si no tenemos fe, no tenemos templo donde guardar y aumentar nuestro amor al Señor. Es por ello que ahora aquí en esta vida, la fe lo es todo. El Señor nos dejó dicho: “Todo es posible para quien cree”. (Mc 9,23).

 

En la Epístola a los Hebreos, atribuida a San Pablo, se puede leer: “Quien quiera que se aproxime a Dios debe de comenzar por creer”. (Heb 11,6).  Desde luego que la afirmación de la epístola es una obviedad, pero hay veces que la gente se encuentra tan apartada del Señor, que hay que recordarle cosas obvias, si es que carecen de fe pero quieren adquirirla. A estos efectos Thomas Merton escribía: “La fe no llega al intelecto simplemente a través de los sentidos, sino por una luz directamente infundida por Dios. Como esta luz no pasa por los ojos, la imaginación o la razón, su certeza se hace nuestra sin ninguna vestidura de apariencia creada, sin ninguna semejanza que pueda ser imaginada o descrita”. Es decir, la fe es un don divino, que como todo don se adquiere sin saber uno como le llega. Y de este don divino, Juan Pablo II escribía: “La fe es un don, ya que según nos consta, el entendimiento es incapaz de llegar por sí solo a la Divinidad revelada, por lo que según San Juan de la Cruz, la luz intelectual abarca únicamente la ciencia natural”.

 

El profundo deseo de Dios, es el de ser amado por nosotros, pues para ello nos creó, y subsiguientemente de este primer deseo le nace un segundo deseo, cual es el de que todo nos salvemos, que se conoce con el nombre de la voluntad universal salvífica de Dios. En conclusión de este silogismo, Dios está siempre ansioso de donar el don de la fe y es por ello que tal como escribía el teólogo dominico Royo Marín: “Desde el momento en que buscas la fe, es que ya la tienes. Lo dice hermosamente San Agustín: “No buscarías a Dios si no lo tuvieras ya”. Desde el momento en que deseas la fe con toda tu alma, es que ya la tienes”.

 

La vida de la fe es la cosa más extraordinaria que existe en la tierra y ensombrece todos los demás dones obtenidos con anterioridad. Pero la Fe no es una virtud estática de la mente; o crece o se debilita y también puede morir. Continuamente hemos de estar tratando de aumentarla, y siempre nos nacerán dudas. Rene Laurentín escribe: “El hombre dotado de un alma inmortal, no ve su alma. No tiene intuición de ella. La conoce por sus actos, de manera tan oscura, tan mediata, que puede incluso dudar que la tenga, si es materialista: en tal caso, solo verá en los actos personales de su alma la resultante de la complejidad de sus neuronas”. Pero no hay que temer a las dudas de fe, ellas son necesarias y positivo el tenerlas, lo son tanto como las tentaciones. Ellas son necesarias para generar mérito, como también lo son las tentaciones, las dudas son escalones de la escala para subir al cielo y hemos de luchar contra ellas de la misma forma que luchamos contra las tenciones de otra naturaleza, pues al final quien nos tienta en todo lo que él vea que nos acerca al Señor, es el maligno. El león rugiente que siempre está rondando a nuestro alrededor, para devorarnos, tal como nos dice San Pedro en su epístola.
 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL. www.readontime.com/isbn=9788461179190

-        Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ. www.readontime.com/isbn=9788461179190

-        Dios oculto. Glosa del 17-07-11

-        Preguntas transcendentes. Glosa del 14-01-10

-        Virtudes teologales. La Fe. Glosa del 29-07-09

-        Señor creo en Ti. Glosa del 27-05-10

-        ¿Qué es la fe? Glosa del  16-01-11

-        El árbol de la fe. Glosa del 07-12-10

-        Dudas de fe. Glosa del 24-09-09

-        ¿Es dubitativa nuestra fe? Glosa del 26-04-11

-        Fe y razón. Glosa del 12-01-10

-        Fe de carbonero y razón. Glosa del 04-10-10

-        Fortaleza de la fe. Glosa del 20-06-10

-        Vivir la fe. Glosa del 27-12-09

 

 

 

 
Comentarios
5€ Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
10€ Gracias a tu donativo habrá personas que podrán conocer a Dios
50€ Con tu ayuda podremos llevar esperanza a las periferias digitales
Otra cantidad Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Si prefieres, contacta con nosotros en el 680 30 39 15 de lunes a viernes de 9:00h a 15:30h
Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter

¡No te pierdas las mejores historias de hoy!

Suscríbete GRATIS a nuestra newsletter diaria

REL te recomienda