Martes, 26 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Mañana del 26 de octubre, en Alcantarilla

por Jorge López Teulón

Un estudio por hacer
El artículo de hoy no es sino el inicio de un estudio que está por hacer. Es tarea harto difícil la de encontrar información de los cuerpos de santos profanados durante la persecución religiosa que, de 1931 a 1939, asoló España. Algunos de estos sucesos aparecieron publicados, por vez primera y de manera conjunta, en el catálogo que en el año 2008 se publicó con motivo de la exposición celebrada por el Arzobispado de Toledo con el título “Toledo. Ciudad mártir 1936” y cuyo enlace os ofrecemos: 
 
Empezamos por la Beata Piedad de la Cruz. Un día como hoy, hace 75 años, la Casa murciana de Alcantarilla, donde reposaban sus restos, fue tomada por la Columna de Hierro. Tras explicar su historia seguimos exponiendo el “martirio” de varios santos, beatos o siervos de Dios cuyos cuerpos también fueron profanados.
 
Profanación de la Beata Piedad de la Cruz (1842-1916)
Piedad Ortiz Real, nació en Bocairente (Valencia) el año 1842. Llevó una vida de gran piedad e hizo obras de caridad asistiendo a ancianos, enfermos y niños pobres. Quiso ser religiosa, lo intentó, pero las experiencias resultaron temporales. Se sintió llamada a iniciar un nuevo instituto. Las inundaciones de los campos de Murcia en 1884, el cólera y diversas experiencias, la llevaron a fundar en Alcantarilla (Murcia), el año 1890, la Congregación de Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús. Su carisma: amar y servir al Corazón de Jesús en las niñas huérfanas, en las jóvenes obreras, en los enfermos y en los ancianos desamparados. Murió en Murcia el 26 de febrero de 1916 y fue beatificada el año 2004.
El 26 de octubre de 1936 la Casa Madre de Alcantarilla (Murcia) fue ocupada por el Quinto Regimiento de la Columna de Hierro. Las religiosas fueron expulsadas. En previsión de ello se refugiaron en un piso en el nº 9 de la calle Mariscal, que se había preparado con antelación. El sepulcro de Madre Piedad fue profanado, su cabeza quemada, junto con imágenes y ornamentos de la Capilla. En la foto, restos de la primitiva lápida que cubría el sepulcro de M.Piedad y que fue destruído y profanado el 27 de diciembre de 1936.



 
Profanación de San Narciso de Gerona (+304)
Se conserva un documento del siglo XI en que podemos leer: "De nuestro gloriosísimo padre nuestro Narciso, pontífice y mártir de Cristo, enviamos fragmentos de los vestidos y de la estola que hay en el sepulcro, pero no hemos querido enviar partes de su cuerpo, y que hasta ahora se conserva incorrupto, por la gracia de Dios".
En todas las fuentes consultadas se menciona que el cuerpo del santo fue encontrado incorrupto entre los siglos X y principios del XI. En 1782, por iniciativa del obispo de Gerona Tomás de Lorenzana, se procedió a construir una capilla dedicada únicamente al santo. Allí se colocó un sepulcro donde fue trasladado el cuerpo del santo en septiembre de 1792.
En 1936 y a raíz de la Guerra Civil, el sepulcro de la capilla fue profanado. Los milicianos sacaron el cuerpo y lo pasearon por toda la ciudad, lo quemaron en medio de una calle (algunas voces populares dicen que fue en la Rambla) y las cenizas fueron lanzadas al río Onyar. También otras voces indican que no lo llegaron a quemar y que lanzaban los huesos al río con las consiguientes burlas y tomaduras de pelo dirigidas al santo. Todo es muy confuso, pero lo que si queda claro es que en el interior del sepulcro, que se pudo salvar de la profanación, no está el cuerpo.


 
Profanación de San Julián de Cuenca
Poco después del asesinato del obispo mártir, Beato Cruz Laplana y Laguna, fue abierto a golpe de martillo el arcón de plata y profanaron el sagrado cuerpo, con las formas más soeces que imaginar se puede. Desconocemos cómo y por dónde llevaron el cuerpo incorrupto de San Julián al lugar donde fue arrojado a las llamas, un patio del Palacio Episcopal. Del paradero del arcón de plata nada cierto sabemos.
El 28 de enero del año 1940 se celebró la fiesta de San Julián sin “la reliquia” del santo patrón, lo que no había sucedido durante cerca de siete siglos y medio. Una vez que el cuerpo incorrupto del santo fue devorado por el fuego, el portero de Palacio, D. Manuel Torrero Lavisiera, recogió algunas cenizas y 37 restos de huesos que se habían salvado de las llamas. Los escondió debajo del colchón de la cama en que dormía y en la mesita de noche. Allí estuvieron hasta que se restableció la paz en España; pero el 28 de enero de 1940 ya habían sido llevados a la Escuela del Instituto Nacional de Medicina Legal de Madrid para autenticarlos, es decir, para que dictaminasen si pertenecían o no al cuerpo de San Julián. No volvieron a Cuenca hasta octubre del año 1945. Durante este tiempo, cerca de cinco años, la reliquia de San Julián estuvo fuera de Cuenca.
El 11 de enero de 1940 todos siguieron la exhortación que escribió el Ilmo. Sr. Vicario General dando ánimos para celebrar la fi esta de San Julián:
Mis amados en el Señor: se aproxima la celebración de la fiesta del excelso patrón de esta diócesis, su segundo obispo, el glorioso San Julián. Todos conocéis y sin duda que todos lamentamos en lo más íntimo de nuestro corazón, como cristianos y muy singularmente como conquenses, la profanación de que fueron objeto las sagradas reliquias del cuerpo de nuestro santo obispo, arrojadas al fuego por unos desgraciados que deben inspirarnos la mayor compasión, ya que no hay desgracia comparable con la de la pérdida de la fe.
Podemos asegurar que los autores de tan execrable crimen no han conseguido completamente sus deseos, ya que se conserva alguna reliquia y se ha incoado proceso canónico para reconocer algunos huesecitos hallados en el lugar donde fue quemado el cuerpo de nuestro santo, y recogidos en los primeros días de abril inmediatos a la liberación (tenemos que advertir que el portero de Palacio recogió las cenizas y unos 37 huesecitos y otras personas recogieron lo que ahora se indica) y un cráneo, pudiendo abrigar en nuestro pecho fundadas esperanzas de que el resultado del proceso satisfará de algún modo, siquiera sea incompleto, nuestra tierna devoción a aquel que el Cielo quiso darnos como protector especialísimo de esta ciudad y de esta diócesis.
Pero entre tanto se sustancia el proceso de reconocimiento de las veneradas reliquias, nosotros, todos los conquenses dignos de este nombre, hemos de suplir la falta del cuerpo de San Julián, celebrando su fi esta con un mayor fervor espiritual y amor de hijos; y si todos los años nos agrupábamos en este día alrededor y junto a su altar para exponerle nuestras necesidades y pedirle remedio de ellas, en este año, el primero después de tres aciagos, en que podemos hacerlo con entera libertad y exentos de temores, hemos de añadir a los muchos motivos que excitaban nuestra devoción, el vivísimo anhelo que sin duda sentimos todos, de reparar los ultrajes inferidos o que quisieron inferir a las reliquias de nuestro santo.
Para celebrar la festividad con el mayor esplendor posible, dadas las circunstancias actuales, nos pondremos de acuerdo con el Ilmo. Cabildo Catedral y demás corporaciones locales, anunciándose a los fi eles por los medios más oportunos”.
Boletín Oficial Eclesiástico, 15 de enero de 1940
 
Profanación de San Bernardo Calvó (1180-1243)
En los primeros días de la revolución marxista de 1936, los restos gloriosos de San Bernardo obispo de Vic, fueron vilmente profanados, arrancados de su sarcófago y echados por el suelo. Recogidos los santos huesos unos días más tarde, fueron llevados al cementerio de la ciudad, donde se recuperaron en 1939, bajo forma de proceso de autentificación y reconocimiento.
 
Profanación de Santa Beatriz de Silva (1424-1491)
Muy dolorosas fueron las vicisitudes durante la persecución religiosa vividas en el Convento de las MM. Concepcionistas de Toledo. Contaba la comunidad con doce religiosas, y su capellán, el Siervo de Dios Juan Bautista de la Asunción Borrás, que además era Beneficiado de la Catedral, fue martirizado el 6 de agosto de 1936, en el mismo Toledo.
Desde los primeros días de la Guerra Civil el convento fue uno de los edificios usado por los milicianos para asediar el Alcázar, debido a su proximidad. Las imágenes muestran parte del deterioro:
Cuando, a finales de septiembre, acabó la guerra en la Ciudad Imperial y pudieron regresar al Convento: ¡qué cuadro más horrendo! Debido a las bombas y a las explosiones de las mismas, resultaron terribles desperfectos en el interior del edificio. La cuna de la Orden fundada por Santa Beatriz de Silva había sido profanada. Todo había sido como una terrible pesadilla, cincuenta y un días, que a la Comunidad se les hicieron años.

Las sagradas reliquias
En el coro bajo, el sepulcro de mármol que encerraba las arcas de plata que contenían las veneradas reliquias de la Madre Fundadora, completamente desbaratado y, por el suelo, los benditos y queridísimos restos: en dos pedazos el cráneo y arrebatada la estrella de oro de su frente. Las mencionadas arcas se encontraron después, entre los escombros del patio. La del cráneo apareció totalmente aplastada”.
Los sagrados restos de Santa Beatriz fueron reconocidos por la estrella en la frente del cráneo. Una vez las cosas ya tranquilas, el 3 de noviembre de 1945 se trasladaron nuevamente, ahora en procesión, presidida por el cardenal Pla. En la foto, el definitivo traslado el 9 de octubre de 1968.

  

Profanación de San Pascual Bailón (1540-1592)
El 13 de agosto de 1936 fue destruido el sepulcro relicario y sus venerables restos arrojados miserablemente por milicianos republicanos a una hoguera.
El 17 de mayo de 1992, con motivo del IV centenario de la muerte del santo, se inauguró la nueva Capilla Real, esculpida por Vicente Lloréns Poy, y los restos del santo depositados en el nuevo sepulcro de plata que representa el cuerpo tendido de San Pascual. El sepulcro, es una estatua yacente del santo labrada en 300 kg de plata y con una base de granito con dos escalones y que permiten a los fieles acercarse al mismo. La escultura se encuentra delante de la antigua celda del santo y está inspirada en el cuerpo incorrupto que se veneraba antes del incendio del 1936.
 
 




Profanación del Beato Andrés Hibernón (1534-1602)
Recién fundado el convento de Elche, en 1563, llamaba a sus puertas para ser admitido Andrés Hibernón. Procedía del convento observante de Albacete, donde había profesado el 1 de noviembre de 1557, a los 23 años de edad. Fue admitido por el padre Alonso de Llerena, superior de la casa y primer custodio de la Custodia de San Juan Bautista.
Fray Andrés se ejercitó en los oficios propios de su estado de hermano lego, imitando con semejanza asombrosa a San Francisco de Asís, gozando por ello en vida de gran fama de santidad. Edificó con sus virtudes a los moradores de los conventos de Valencia, Murcia, Jumilla y Almansa. No perdió nunca la ocasión para atraer a los seglares al buen camino, especialmente a los moriscos, convirtiendo a la fe cristiana a muchos de ellos. Tuvo relación con San Juan de Ribera, San Luis Bertrán y San Pascual Bailón. Los últimos años de su vida los pasó en Gandía.
Murió plácidamente en el Señor en la ciudad ducal el 18 de abril de 1602, a los 68 años de edad. La fama de sus virtudes y milagros se extendió rápidamente fue beatificado el 22 de mayo de 1791. Su cuerpo se conservó incorrupto en la iglesia de San Roque de Gandía, hasta que en 1936 fueron profanados y quemados sus restos.
 
 
Profanación de la Sierva de Dios Isabel de la Madre de Dios (1614-1687)
Afirma Jesús Gómez Jara que “la locura de la francesada arrasó con todovestigio cultural y religioso que se pone por delante de la manada de lobos hambrientos en que se convirtieron las tropas francesas durante la ignominiosa invasión de 1808-1815. Parece imposible que en siete años diera tiempo a destruir tanto patrimonio y a robar tanto arte y a asesinar a tanta gente”.




           En las crónicas del Convento de Calzada de Oropesa (Toledo) se recoge también la profanación del sepulcro de la Madre Isabel de la Madre de Dios, agustina recoleta, de donde se sacó el cuerpo incorrupto de la Fundadora y lo arrastraron hasta la plaza, echándolo al pilón que allí había. Fue sacada del agua por una familia del pueblo, que en su casa custodió el cuerpo con todo respeto, hasta que se lo pudo devolver a la Comunidad. Bien, pues si nos puede parecer que los franceses invasores habían “cometido” un récord… ni en tiempo ni en salvajismo puede acercarse a lo que los milicianos harían en tan sólo unos meses.
También en los crueles días de la persecución religiosa de 1936 fue nuevamente ultrajado y maltratado el cuerpo incorrupto de Madre Isabel de la Madre de Dios. Lo sacaron del lugar donde se encontraba y lo llevaron al olivar de la huerta, pretendiendo destruirlo. Un miliciano le dio un culatazo en la cara fracturándole la nariz y la mejilla. Sólo sabemos que los otros milicianos le recriminaron que se ensañase con un cadáver y allí lo dejaron tirado.
Cuando todo terminó y la Comunidad regresó felizmente al Convento, pusieron el cuerpo de la Santa Fundadora en el Coro, en el lugar más próximo a las religiosas.

 
Profanación de la Beata Petra de San José (1845-1906)
En julio de 1936, el Santuario de San José de la Montaña de Barcelona fue saqueado y, en parte, incendiado. Las religiosas fueron expulsadas. Al terminar la Guerra Civil, las religiosas volvieron al Santuario. Los restos de Madre Petra habían desaparecido; sólo encontraron unos trozos quemados del ataúd, por lo que supusieron que los restos habían sido destruidos por las llamas. Durante 47 años la Congregación aceptó este hecho con una resignación dolorida.
El 19 de febrero de 1981, año del Centenario de la Congregación, una religiosa, Sierva de Jesús, sor Soledad Díaz, habló, en Zaragoza, con una religiosa de la Congregación y le aseguró que los restos de Madre Petra no fueron quemados durante la Guerra Civil, sino robados del Santuario de Barcelona.
 
Versión de Sor Soledad Díaz
En el año 1952, Sor Soledad Díaz, recién profesa, estaba destinada en Valencia. En su misión de cuidar enfermos, se encontró con un caso muy difícil: un enfermo que rechazaba sus cuidados y la insultaba. Sor Soledad, con una postura enteramente evangélica, perseveró en su tarea y consiguió que aquel hombre depusiera su actitud de rechazo. Le confesó que era masón y que, comisionado por su Logia, viajó de Valencia a Barcelona, junto con otros compañeros, y robó los restos de Madre Petra, el 23 de julio de 1936.



La fama de santidad de M. Petra y la devoción que, en Barcelona, se había suscitado en torno a ella, molestaba vivamente a estos hombres, que decidieron aprovechar la confusión de la Guerra Civil para acabar con aquella “superstición”, según decían ellos. No obstante, de manera verdaderamente providencial, los restos no fueron destruidos, como sería de esperar, sino enterrados por ellos mismos, en un campo próximo al pueblo valenciano de Puzol. Hay que señalar con gozo que el confidente de sor Soledad murió arrepentido y reconciliado con Dios y con la Iglesia.
 
Creación de un tribunal eclesiástico para investigar el hecho
La noticia de estos hechos causó enorme sorpresa en las religiosas, cuyos ánimos oscilaban entre la incredulidad y la esperanza.
A petición de la Madre General, el arzobispo de Valencia, D. Miguel Roca Cabañellas, nombró un Tribunal que se encargó de la investigación del caso. Después de dos años largos de paciente y minuciosa investigación, llegaron a la certeza moral del hecho. Contactaron con testigos oculares que les llevaron a localizar el campo e, incluso, a precisar el lugar exacto en que estaban enterrados los restos.
Muchos de los datos recogidos en esta investigación son de extraordinario interés, pero la prudencia y la caridad cristianas obligan a guardar silencio sobre ellos.
 
Excavación y hallazgo de los restos
El 15 de julio de 1983 fue el día fijado para proceder a la exhumación de los restos en el campo próximo a Puzol. La excavación se llevó a cabo en presencia del Sr. Arzobispo, de los miembros del Tribunal Eclesiástico, de la Madre General y de su Consejo, de dos médicos y de un notario civil.
El trabajo de excavación comenzó a las siete y diecinueve minutos de la tarde. Después de una hora y cuarenta y seis minutos, a unos 60 cm. de la superficie, apareció el primer hueso: un radio. Poco a poco fueron saliendo todos los huesos hasta casi completar el esqueleto. La señal identificativa, dejada por los raptores del cuerpo, era una lámina de latón colocada sobre los huesos.
Los restos exhumados fueron trasladados a Valencia, a la Casa Generalicia de las religiosas Madres de Desamparados y San José de la Montaña, en donde, en días sucesivos, los médicos y los miembros del Tribunal Eclesiástico realizaron el trabajo de estudio, limpieza y conservación de los mismos.
El arzobispo de Valencia solicitó a la Congregación para las Causas de los Santos que reconociera y declarara la autenticidad de los restos de la entonces Venerable Madre Petra. También pidió la autorización pertinente para ser inhumados en la Casa Generalicia, para lo que ya se contaba con la conformidad, dada por escrito, del cardenal de Barcelona Doctor Narcís Jubany, en cuya diócesis había muerto Madre Petra y se había incoado su proceso de beatificación.
El 11 de mayo de 1984 el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Palazzini, firmó el documento en el que se declaró que los restos hallados en el campo cercano a Puzol eran realmente los restos de la Venerable Madre Petra de San José Pérez Florido.
El día 10 de junio de 1984, fiesta de Pentecostés, tuvo lugar la ceremonia de inhumación de los restos y la Misa de Acción de Gracias, presididas por D. Miguel Roca Cabanellas, arzobispo de Valencia. Desde este día, los restos reposan en el Camarín de la iglesia de San José de la Montaña de Valencia, a los pies de la imagen del santo que ella tanto veneró y amó.
 
Otras muchas historias
Son otras muchas las que podíamos haber recogido: la profanación del cuerpo de San Francisco de Borja en la iglesia de los PP. Jesuitas de la calle Serrano de Madrid o en Vich la profanación del cuerpo del obispo José Torras y Bages.
 
El obispo Perelló tuvo noticia desde el principio de la profanación e incineración del cuerpo de Obispo Torras. Pero, sabiendo lo ocurridoaños después, será en 1955, cuando exponga con detalle todo lo sucedido:
“Cinco días después del incendio de la Catedral – el 21 de julio -, un miliciano forastero osó levantar la cubierta del sarcófago del Dr. Torras y después de haber roto el cristal del ataúd depositado en su interior, se apoderó del anillo pastoral, dejando que otra vez la cubierta cayera sobre el sarcófago profanado. (...) Parece que fue el día 3 de agosto cuando un grupo forastero se hizo dueño del interior de la Catedral. Según una versión recogida de los mismos dirigentes de la F.A.I. locales, que llevaron a mal tal intromisión en sus dominios, dicho grupo ejecutaba una orden emanada de las logias masónicas. La consigna era determinada: la desaparición del cuerpo del Dr. Torras y Bages. El ataúd con el cadáver del Dr. Torras fue sacado del sarcófago de bronce y llevado al centro de la Catedral en el tramo que había contenido el coro desaparecido en el incendio. Parece que lo debieron rociar con gasolina arrojando este líquido inflamable en el interior del ataúd al que luego prendieron fuego. En poco rato las llamas consumieron el cadáver y no quedaron más que los restos del incendio en un pósito de cenizas con varios fragmentos de huesos que no resultaron completamente calcinados. Esta huella permaneció durante varios días como mudo testimonio de la sacrílega profanación. (...) Manos piadosas pudieron recoger a hurtadillas algunos de los restos de los huesos del obispo Torras hasta que el Dr. Cándido Bayés, que fue médico de cabecera del insigne prelado y quien le asistió hasta los últimos instantes de su muerte y amortajó su cadáver, pudo obtener que se recogieran los restos abandonados y las cenizas en que yacían como resultado de la incineración, siendo puestos a buen recaudo”.
 
El prestigioso Joan Bassegoda Novell cuenta como Luís Ramón Merino, sacristán de la Catedral, se dio cuenta de que habían roto la urna de cristal que contenía el cuerpo de San Olegario, en la capilla del Cristo de Lepanto, por lo que pidió a los milicianos que le permitieran enterrar aquella y otras reliquias conservadas en la catedral. Le dieron permiso y Luis recogió el cuerpo del santo Obispo, las reliquias de los Santos Inocentes así como cuerpos del conde Ramón Berenguer y de la condesa Almodis. Acto seguido, las enterró en la cripta llamada de los canónigos debajo del coro donde estuvieron hasta 1939.
 
Estos son enlaces del Catálogo:
http://www.persecucionreligiosa.es/catalogo/entero%20(91-112).pdf
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