Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Generosidad en el amor

por Juan del Carmelo

El verdadero amor, solo puede entenderse de una forma: Dándose uno generosamente. En la esencia del amor siempre tiene que haber generosidad, si esta no existe el amor se apaga. Generosidad, es un término que puede confundirse con Magnanimidad. Ambos términos se relacionan, pero son independientes. La magnanimidad es una grandeza y elevación de ánimo humano en general. Santo Tomás de Aquino la describía diciendo: “El magnánimo solo busca grandes cosas dignas de honor, pero estima que los honores mismos no son prácticamente nada. No teme el desprecio si hay que soportarlo por una gran causa. El éxito no le exalta, y la falta de éxito no puede abatirle. Para él los bienes externos son poca cosa. No se entristece en caso de perderlos. El magnánimo da con largueza a todos los que puede dar. Es verdadero y no hace ningún caso de la opinión ajena, desde el momento en que ésta se opone a la verdad, por más formidable que pueda llegar a ser. Está dispuesto a morir por la verdad”.

 

Y como consecuencia de esta grandeza de ánimo, surge la generosidad, que es una virtud que nos inclina a excedernos, en el cumplimiento de las obligaciones que uno tiene, cuando quiere mantener una recta conducta con respecto al Señor y al prójimo. La generosidad en el amor, es una condición básica e imprescindible, si no hay generosidad no hay amor. Nadie es capaz de concebir un verdadero amor cicatero e interesado. Querer compaginar el amor con la cicatería es querer engañarse. Y si se trata del amor a Dios, a Él es imposible engañarle. Por lo que sí amamos de verdad al Señor, hemos de ser generosos en nuestro amor a Él, y cuanto más generosos seamos, es señal de que más le amamos.

 

Hay un pasaje evangélico muy importante, en relación con nuestra generosidad hacia Dios, y sobre todo en la generosidad que le demostremos en nuestro amor a Él, pues al Señor, lo único que nosotros tenemos que a él le interesa, es nuestro amor. Él tiene de todo nada necesita y nada podemos nosotros ofrecerle salvo nuestro amor a Él. El pasaje nos dice: “Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá”. (Lc 6,38). Hay que fijarse mucho en el final de este pasaje del Evangelio de San Lucas. Santa Teresa de Jesús, escribía: “El Señor recompensa aquí, y luego en el Cielo, nuestras muestras, siempre pobres de generosidad. Pero siempre colmando la medida. “Es tan agradecido, que un alzar los ojos con acordarnos de Él, no lo deja sin premio”.

 

            Si no somos generosos en el amor al Señor, entonces es que no le amamos. Desde luego que la generosidad tiene distintos tamaños, pero no olvidemos que ella marca el grado de nuestro amor al Señor. Hay grados de verdadera locura, ¡bendita locura! que a tantas almas las ha colmado de felicidad, no solo arriba, sino también aquí abajo, porque cuando un alma se entrega sin reserva alguna al amor del Señor, Él no puede menos que, volcarse en este alma, que sabe que ya es suya para toda la eternidad. Este párrafo me trae a la memoria el soneto del siglo XVI atribuido a San Juan de la Cruz que dice:

 

No me mueve, mi Dios para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

No me tienes que dar por que te quiera,

pues aunque lo que espero, no esperara

lo mismo que te quiero, te quisiera.

 

            Desgraciadamente la cicatería en el amor a Dios, está siempre en el orden del día, incluso en almas que ellas se tienen por buenas y diariamente frecuentan la Eucaristía. Tal parece en muchos casos que están esperando el ite misa est, para salir corriendo. ¿Pero…, porque lo hacen? Puede ser, que algunos tengan obligaciones perentorias que les fuercen a salir corriendo. Pero… ¡todo el mundo! Nunca he visto a nadie que le hayan invitado a comer en una casa o en un restaurante, y que esté esperando terminar el postre para levantarse y marcharse corriendo.

 

Para mí, que muchos se pierden lo mejor de la misa. En sí, la misa tiene dos partes fundamentales: La Consagración y la Comunión. Sin estas dos partes la misa no existe, lo demás, son lecturas, ofertorio y otros complementos. La Comunión, primeramente es la del sacerdote oficiante y después la de los fieles que deseen comulgar. Y, ¡Ojo aquí! ¡Mucho cuidado! comulgar sin estar en gracia divina es un SACRILEGIO, y bien claro que nos lo recuerda San Pablo cuando escribe: “Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su  propia condenación”. (1Co 11,27-29). Resulta incomprensible ese afán que tienen, divorciados vueltos a casarse y por ello en vida de concubinato, por comulgar  y lo que es aún más incomprensible, es que haya presbíteros, que teniendo conocimiento de estas situaciones, se presten al sacrilegio de dar la comunión, aduciendo que así se evita la posibilidad de dar escándalos.

 

            Solo después de la comunión, es cuando podemos tener una más íntima generosidad en nuestro amor con el Señor y resulta que muchos salen corriendo. Me pregunto: ¿es que cuesta tanto dedicarle unos minutos de intimidad y generoso amor al Señor? También es verdad que hay iglesias en las que con una absoluta falta de sentido, se dedican a poner música, en los momentos posteriores a la comunión, rompiéndose así el necesario silencio que nos da la intimidad con el Señor, cuyo cuerpo se acaba de recibir.

 

            Precisamente en esos maravillosos momentos, en que se acaba de recibir el cuerpo del Señor, es cuando muchos santos han tenido revelaciones y confidencias del Señor. Y nosotros somos tan desconsiderados con Él, que salimos corriendo. Da la impresión, de que hay algunos que lo hacen, para no ofender al demonio. Ya lo dice el refrán: Los hay que encienden una vela a Dios y otra al diablo.

 

            Son muchas las faltas de generosidad, en el amor al Señor, que se pueden observar en una iglesia cualquiera, como puede ser por ejemplo la de permanecer de pie en actitud desafiante, durante la consagración y subsiguiente elevación. La de pasar por delante del sagrario, con su luz roja encendida, señal de que el Señor allí se encuentra, como si se pasase por delante de la puerta de la casa del vecino, sin arrodillarse y ni siquiera dignarse mirar, y otras muchas faltas de delicadeza con el Señor, que espero que nos sean perdonadas por su infinita misericordia.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. RELACIONARSE CON DIOS. www.readontime.com/ROT/dagosola-s-l-/juan-del-carmelo/relacionarse-con-dios_9788461220588.html

-        Libro. LOS DESEOS HUMANOS. www.readontime.com/ROT/dagosola-s-l-/juan-del-carmelo/los-deseos-humanos_9788461316298.html

-        Libro. LA SED DE DIOS. Isbn. 978-84-613-1628-1.

-        Los goces de amar a Dios. Glosa del 22-07-09

-        Imposible, no amar a Dios. Glosa del 26-07-10

-        Verdaderamente, ¿yo amo a Dios?  Glosa del 28-07-10

-        ¿Es puro nuestro amor? Glosa del 14-09-10

-        Sin amor es imposible. Glosa del 14-10-10

-        Querer tener deseos de amarte, Señor. Glosa del 19-12-10

-        Todo lo puede, el que ama al Señor. Glosa del 29-12-10.

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