Planificación divina y humana
por Juan del Carmelo
Si meditásemos a fondo y con humildad, acerca de nuestras inquietudes espirituales, quedaríamos sorprendidos al comprobar que…, los métodos, conducta y formas de actuación del Señor, son muchas veces muy similares a las que deberían de ser las nuestras. Esto no es de extrañar, pues no en vano se puede leer en el Génesis que: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. (Gn 1,27). En el s. XVI Jan Van Ruusbroec, para los españoles, que entonces dominábamos en los países bajos, Ruusbroec se llamaba Rusbroquio, como otros muchos vocablos que los españolizábamos. Pues bien Ruusbroquio, súbdito del rey de España en aquella época escribía con gran profundidad sobre temas espirituales y concretamente en este caso nos decía: “Dios es simplicidad en su esencia, claridad en su inteligencia, amor universal y desbordante en su actividad. Cuanto más nos parezcamos a Él, en este triple aspecto, más unidos estaremos con Él”.
San Juan llegará a decir en distintas ocasiones que Dios es amor y solo amor y especialmente en su primera epístola “Dios es amor”. (1Jn 4,16). Dicho de otro modo; la esencia misma de Dios es: “ser Amor y amar hasta el infinito”, porque Dios no puede amar limitadamente, todo en Él es infinito, porque Él es infinitud, mientras que todo lo por Él creado, sean los ángeles o nosotros, somos criaturas limitadas. Todo el cristianismo se basa en esta concepción de Dios, en que “Dios es amor y solo amor”. Señala Jean Lafrance, que para Dios “ser es amar”, es decir, salir de sí mismo para darse y existir en otro. Cada persona de la Trinidad existe en la relación que la proyecta al otro. El Señor con ese amor infinito al que hemos hecho mención, sale siempre de Sí, para inhabitar trinitariamente en nuestras almas si es que ellas viven en su gracia y amistad. Por consiguiente hemos de tener presente que Dios es solo espíritu puro, carente de materia
Y si Dios es amor y solo amor, resulta que Dios es espíritu puro, porque el amor, no pertenece al reino de la materia sino al del espíritu. Todos hemos sentido amor y hemos dado amor, pero el amor no es una materia que se pueda ver, vender o comprar, dejando a un lado las groseras consideraciones del amor como acto sexual, que mancilla la pureza del término “amor”. Por consiguiente, volviendo al primer planteamiento, nuestra semejanza con Dios, es y solo pertenece al orden del espíritu, nunca al orden de nuestra materia.
Es normal en el hombre la planificación de su quehacer, desde que es niño, ya está planificando lo que será el día en que sea mayor, lo que piensa estudiar, lo que quiere ser, sigue avanzando en edad y en la adolescencia sienta la llamada del sexo contrario e inmediatamente empieza su mente a planificar con quien se casará, o si se entregará al servicio el Señor. Más adelante en su vida adulta seguirá planificando, pero ahora ya con menos fantasía y libertad, para estructurar su futuro, pues para planificar hay que contar con los elementos de que se dispone y así como de niño soñaba teniendo mentalmente a su disposición la totalidad de elementos necesarios para construir su futuro, la realidad de la vida le obliga a reducir estos elementos, generalmente de acuerdo con sus posibilidades económicas.
Pero esto es lo que ocurre en el aspecto de la planificación material de la vida, aunque también existe una planificación espiritual de uno mismo, de la cual, los hay que desde temprana edad se preocupan de su propia planificación espiritual, otro empiezan hacerlo en edades adultas, otros en la senectud y desgraciadamente, hay muchos que nunca se plantean este problema. Lo ideal desde luego es plantearse el problema desde el primer momento, pero no importa, aunque sea tarde, porque más vale tarde que nunca y parece ser que así lo entendió el Señor, cuando, nos mencionó la parábola de la viña: "Porque el reino de los cielos es semejante a un amo de casa que salió muy de mañana a ajustar obreros para su viña. Convenido con ellos en un denario al día, los envío a su viña. Salió también a la hora de tercia y vio a otros que estaban ociosos en la plaza. Díjoles: Id también vosotros a mi viña y os daré lo justo. Y se fueron. De nuevo salió hacia la hora sexta y de nona e hizo lo mismo, y saliendo cerca de la hora undécima, encontró a otros que estaban allí, y les dijo: ¿Cómo estáis aquí sin hacer labor en todo el día? Dijéronle; Porque nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Llegada la tarde dijo el amo de la viña a su administrador: Llama a los obreros y dale su salario, desde los últimos hasta los primeros. Viniendo los de la hora undécima, recibieron un denario. Cuando llegaron los primeros, pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario Al tomarlo murmuraban contra el amo, diciendo: Estos postreros han trabajado solo una hora y los has igualado con los que hemos soportado el peso del día y el calor, Y él respondió a uno de ellos, diciéndole: Amigo, no te hago agravio; ¿no has convenido conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Yo quiero dar a este postrero lo mismo que a ti; ¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes? ¿O has de ver con mal ojo que yo sea bueno? Así, los postreros serán los primeros, y los primeros, postreros. Porque son muchos los llamados y pocos los escogidos”. (Mt 20,1-16).
Como antes hemos apuntado, este afán planificador nuestro, no es más que un reflejo de nuestra semejanza con el Señor. Pensemos que los animales carecen de ansias planificadoras, ni siquiera son conscientes de que un día determinado su vida acabará lo mismo que la nuestra, aunque algunos por la clase de vida que llevan y como se manifiestan. Parece ser, que aún no se han enterado y ponen sus esperanzas en que la medicina avance hasta llegar a hacerlos inmortales. Si tienen igual que nosotros un instinto de conservación, pero ellos jamás planifican su vida. El Señor es el planificador por excelencia, todo lo tiene previsto. Su plan general y el específico para cada uno de los 7.000 seres humanos que ahora tiene el mundo, es asombroso.
Para redactar un buen plan, lo primero que se necesita es información, y esta al Señor le sobra. Su mente es de una capacidad ilimitada, a diferencia de la nuestra que es totalmente limitada y además viciada por nuestra innata concupiscencia. La intervención divina en los acontecimientos humanos es absoluta, y por caminos completamente desconocidos para nosotros. "¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues valéis más que muchos pajaritos”. (Mt 10, 29-31). El objetivo del Plan de Dios es muy simple. Lo que Él desea es que todos nosotros nos salvemos y seamos eternamente felices, con esa felicidad que Él nos está continuamente ofreciendo.
La característica más importante de los planes divinos, tanto del general, como de los específicos que se refieren a cada uno de nosotros, es la de tratarse de planes completamente dinámicos y flexibles, pues continuamente Dios los está modificando, y adaptándolos a la realidad imperante, como consecuencia del destrozo que nosotros hacemos de los objetivos de sus planes por medio de nuestras ofensa y pecados hacia Él. Dios no necesita modificar sus planes con respecto al comportamiento de los animales, ellos cumplen rigurosamente las finalidades para las que Dios los ha creado. Es el mal uso del libre albedrío que le ha donado al hombre, el que trastoca y desquicia los planes divinos. Pero no importa el Señor tiene capacidad y recursos ilimitados, para sacar provecho del mal que nosotros generamos, y por medio de este mal, conducirnos al bien, sin menoscabar por ello el libre albedrio que nos ha donado.
Y hay quien se puede preguntar: ¿Y no hubiese sido mejor no darnos el libre albedrío y así nunca pecaríamos? La respuesta es muy sencilla. Dios como ante hemos indicado es Amor y solo Amor, tiene muy en cuenta una de las características esenciales del amor, cual es la necesidad que tiene este de expansionarse. El hombre es una criatura, que al haber sido creada a imagen y semejanza de Dios, le pasa lo mismo que le pasa al Señor: Que necesita amar y ser amado. Pero el amor también tiene otra característica esencial, y es la necesidad de que él se manifieste en la libertad. Humanamente a nadie se le puede obligar que ame a otra persona si el amor no brota. El amor es una flor que solo germina dentro de la libertad, y Dios que lo sabe perfectamente, nos hizo libres, para que libremente aceptemos su amor y le amemos, porque otra esencial característica del amor es la reciprocidad. En el orden humano los novios se casan cuando mutuamente, recíprocamente se aman.
Resumiendo, en más de una glosa he mencionado, que nosotros estamos aquí abajo por disposición divina, para demostrar que somos capaces de superar una prueba de amor, al Señor, que es el Ser, infinito, omnipotente, omnipresente, omnisciente, para el que nada hay imposible y que nos ama desesperadamente, pues su tragedia, tal como señalaba Santa Teresa de Lisieux, es que Él, no encuentra en este mundo criaturas que sean capaces de aceptar todo el inmenso amor que nos tiene. ¿Queremos ser nosotros una de esas criaturas que están locas de amor por el Señor?
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. ENTREGARSE A DIOS. Isbn. 978-84-611-7594-0.
- Libro. EN LAS MANOS DE DIOS. Isbn. 978-84-612-3133-1.
- Plan de Dios. Glosa del 25-12-09.
- Los goces de amar a Dios. Glosa del 22-07-09
- Imposible, no amar a Dios. Glosa del 26-07-10
- Verdaderamente, ¿yo amo a Dios? Glosa del 28-07-10
- ¿Es puro nuestro amor? Glosa del 14-09-10
- Sin amor es imposible. Glosa del14-10-10
- Querer tener deseos de amarte, Señor. Glosa del 19-12-10
- Todo lo puede, el que ama al Señor. Glosa del 29-12-10