Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Misterio de la Transubstanciación

por Juan del Carmelo

          Es la segunda vez que directamente me ocupo de este tema. Y ello es debido a la tremenda importancia que él tiene en nuestra vida espiritual. La primera fue allá en noviembre del 2009, dentro de poco habrán pasado ya tres años y sin embargo antes de iniciar la escritura de esta glosa, he releído lo que escribí, y veo que lo dicho sigue teniendo la misma actualidad de la que ha venido disfrutando este misterio desde hace ya más de dos mil años. De todas formas, es de ver que todo aquello que directamente se refiere al desarrollo de nuestra vida espiritual, nunca pierde actualidad, porque ello se funda en la voluntad de Dios, y ella como sabemos es inmutable.

 

            Para nosotros los católicos, este misterio junto con el de la Santísima Trinidad, y el de la Inmaculada concepción de la Virgen, son los tres dogmas o trípodes en los que se define y asienta nuestra posesión, de la única Verdad existente, la que el Señor nos ha revelado y nos marca el único camino ortodoxo que nos aleja de heréticas o cismáticas posturas, que tanto daño producen en muchas almas.

 

            Aquí hoy, nos vamos a ocupar del misterio de la Transubstanciación, el cual además de ser un misterio es un milagro, pues como nos dice el DRAE sobre la definición del milagro: Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino.  Pero es de ver, que tanto el término misterio, como el de milagro, ambos a nuestros ojos corporales, gozan de unas connotaciones similares.

 

            Los milagros que se conozcan y que se han producido en relación a Eucaristía, desde hace más de dos mil años, son unos 400 aproximadamente, pero el milagro de la Transubstanciación también relacionado con la Eucaristía, se está produciendo diariamente, cada vez que un sacerdote en cualquier parte del mundo consagra el pan y el vino. Y este maravilloso milagro de la Transubstanciación, lo contemplan todos los que asisten a la Eucaristía, pero no lo ven los ojos de la cara. Solo en la medida que una persona tenga abiertos los ojos de su alma, podrá ver con mayor o menos claridad este milagro. Y esto ocurrirá, cuando nuestra mente acepte con más firmeza lo que le dicen los ojos de nuestra alma, que lo que le dicen los ojos de nuestra cara, entonces será, cuando estamos en el buen camino del amor a Dios, que es el Todo de todos nosotros.

 

Porque da la impresión de que Nuestro Señor, a fin de quitarle justificaciones a los incrédulos, que niegan el misterioso milagro de la Transustanciación, haya querido, que sea precisamente en la Eucaristía, donde se han realizado y se realizan, también en nuestros días, un mayor número de milagros, alrededor del milagro básico y fundamental, que es el de la misma Transubstanciación. Curiosamente la intensidad cronológica con la que se dan estos milagros, relacionados con la Transustanciación, coincide siempre con aquellas épocas de la historia, en la que la fe de las personas y de los pueblos ha sido más intensa. Todo esto, en mi opinión tiene una lectura, y es la de que el Señor, que es consciente, como no podía ser de otra forma, de lo difícil que nos resulta aceptar su real presencia, en el pan y el vino eucarístico, quiere recordarnos continuamente, que a pesar de nuestras dudas, Él realmente está ahí, tras la luz roja que alumbra cualquier sagrario de cualquier iglesia del mundo. Está esperándonos para que le amemos, para que le adoremos,  para que comulguemos con su cuerpo y con su sangre.

 

Juan pablo II en su Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, recuerda la doctrina siempre válida del Concilio de Trento. “Por la consagración del pan y del vino, se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión propia y convenientemente fue llamada Transubstanciación por la Santa Iglesia Católica”. Y más adelante añade: “La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa -presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino- deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual”.

 

La aceptación del milagro de la Transubstanciación, es un algo muy duro de admitir, porque a los ojos de la cara del espectador, materialmente no hay ninguna señal, de haberse originado la conversión que supone la Transubstanciación. El pan sigue siendo pan y el vino sigue siendo vino. Es por ello que este misterio de la Transubstanciación, haya sido combatido con tanto ardor, sobre todo por los protestantes que han tratado de darle un sentido simbológico, forzando la hermenéutica del texto. Pero las palabras del Señor son claras y tozudas: “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron los padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre” (Jn 6,55-58). Y estas evidentes palabras, más tarde en la última cena fueron remachadas cuando dijo: Tomad y comed, este es mi cuerpo. Y tomando un cáliz y dando gracias, se lo dio, diciendo: Bebed de él todos, que esta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados. Yo os digo que no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que la beba con vosotros de nuevo en el reino de mi Padre”. (Mt 26,26-29).

 

¿Y qué es, lo que le impulsó al Señor, a dejarnos este maravilloso regalo? El amor y solo el tremendo amor que nos tiene. El ansia de amor genera siempre un ansia de integración del Amado con su amor, así en el matrimonio, nos dice el Señor “Por esto dejara el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió que no lo separe el hombre” (Mt 19,5-6). El ansia de amor de Cristo hacia nosotros es la base de la transformación del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, para ser consumidos por aquellos que quieran ser elegidos del Señor. Él se nos ofrece, nos ofrece el summun de su amor y todo aquel que está enamorado de Él se pregunta: ¿Pero cómo es posible que haya seres humanos que menosprecien el amor que Dios nos ofrece? ¿Cómo es posible no amarle? Comprendo que los ángeles piensen de nosotros que somos unos locos insensatos, que continuamente estamos jugando que el fuego que emana del odio del maligno, y los hay que se queman en este fuego, y lo que es peor, algunos se achicharran en vida con escasa posibilidades de librase de lo que les espera.

 

En el sagrario oculto a los sentidos, pero no a la fe alimentada por la visión de los ojos de nuestra alma, el Señor, nos espera en cualquier momento, en que queramos visitarle. Él nos mira desde allí y allí realmente se encuentra presente, para permitir que le poseamos, si bien se oculta para que le deseemos. Y hasta que lleguemos a la patria celestial, el Señor desea que este sea el modo que Él tiene de entregársenos completamente y vivir así unido a nosotros. Porque Él, y solo Él, es nuestra fortaleza y nuestro Todo.

 

Solo en Dios descansa mi alma

porque de Él viene mi salvación;

solo Él es mi roca y mi salvación,

mi alcázar: no vacilaré. (Sal 61,1)

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. MILAGROS EN LA EUCARISTÍA. Isbn. 978-84-611-7909-1.

-        Libro. GLOSAS DE AMOR A DIOS (I parte). Isbn. 978-84-613-6124-3

-        Comulgar con fuego. Glosa del 20-09-10

-        La lucecita roja. Glosa del 09-02-10

-        Gloria de la Santa Misa. Glosa del 05-07-11

-        Transubstanciación. Glosa del 05-12-09

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