En tentación a nuestros clientes, abriremos el domingo

El obispo de dicha ciudad, hombre bueno y espiritual, le remordía la conciencia de ver que uno de sus feligreses no santificaba el domingo, pues abría su comercio al público esos días, cosa por entonces realmente insólita. El comerciante se defendía argumentando que no ganaba “lo suficiente para vivir”. El obispo, que además de bueno era inteligente, le dijo: “Te propongo lo siguiente: deja de abrir los domingos y lo que ingreses de menos cada mes yo te lo cubriré, pero si ingresas de más, tú me darás el exceso”. Y así lo acordaron. Como ya imaginarán, el comerciante, mes tras mes, pagó al buen obispo lo que ganaba de más, pues ningún mes vendió menos que antes de hacer el trato.

Entre esta anécdota y nuestros días veo dos abismos.

El primer abismo es que lo que entonces era un hecho realmente inusual en un cristiano, hoy día es una práctica más: trabajar en domingo como si se tratara de un día cualquiera, ignorando que Dios nos manda santificar ese día. Me refiero aquí a muchos comerciantes cristianos, que no sólo trabajan ignorando a Dios completamente, sino que además hacen trabajar a otros.

El segundo abismo es de la actitud del resto de cristianos: al obispo le salió bien el trato porque los cristianos de entonces tenían claro el Tercer Mandamiento y, probablemente, compraban menos en la tienda del que consideraban se portaba mal, hasta que este se arrepintió. No hay más que ir a los centros comerciales para entender que la mentalidad de muchos cristianos es ahora bien distinta a peor, ya que poco parece importarles lo que Dios haya dicho acerca del domingo.

En definitiva, unos y otros son complices del destrozo del domingo porque, como dice el dicho, tan ladrón es el que roba como el que aguanta el saco.

En la mano de cada uno está el volver a poner las cosas en su sitio.

Aramis

PD: transcribo aquí unas palabras del Santo Cura de Ars sobre el domingo, para que nos sirvan de ejemplo de cómo es una mentalidad auténticamente enfocada a Dios: “El domingo es un don de Dios, es su día, es el día del Señor. El hizo todos los días de la semana; podía haberlos reservado todos para sí: mas os ha dado seis y sólo se ha quedado con el séptimo. ¿Con qué derecho os apoderáis de lo que no os pertenece? Sabéis de sobra que los bienes robados no aprovechan. El día que robáis al Señor tampoco os aprovechará. Conozco dos caminos para llegar a ser pobre: trabajar en domingo y robar”.