Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Limitaciones que tiene el cielo

por Juan del Carmelo

          La verdad es que este título suena un poco escandaloso. Desde niños nos han venido diciendo, que el cielo era: “El conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno”. Y si esto es así, si el cielo responde en su contenido y naturaleza a esta definición. ¿Cómo es esto posible que pueda tener limitaciones? Pues sí, existen y las tiene. Veamos, aquí todo trato de explicarlo, no es como en caballería, que nada se explica, solo se manda y se ordena. Esto es lo que antiguamente, se cuenta que le decían los oficiales instructores, de infantería a sus reclutas: Aquí todo se explica, no es como en caballería. Evidentemente, entre las armas del ejército, siempre ha habido una cierta rivalidad, fruto indudable del vocacional amor a la milicia, que tenían los oficiales de las distintas armas. Pero bueno, vamos a nuestro tema.

 

Desde mi punto de vista, la principal limitación que vamos a tener en el cielo, ¡Dios quiera que allí todos nos encontremos! Es que, desde el momento del que salgamos de este mundo, ya no podremos aumentar nuestra gloria, que su tamaño siempre será el fruto de nuestro grado de santificación, que hayamos sido capaces de alcanzar durante nuestro paso por este valle de lágrimas. Más de una vez he puesto énfasis en señalar que aquí estamos para pasar una prueba de amor. Para que seamos capaces de demostrar hasta qué punto amamos al Señor. El amor pues, es el talismán que tendremos que tener en cuenta; a mayor amor, mayor grado de santificación, y a mayor grado de santificación una más plena integración nuestra, en el amor Trinitario. Y esto es así, y así funciona, porque bien claro y reiteradamente, nos lo ha dejado dicho el discípulo predilecto: Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él”. (1Jn 4,17).

           

            La primera condición básica para que el amor pueda germinar y desarrollarse, es la libertad. Sin libertad no puede nacer el amor, porque nadie puede obligar a nadie, a que ame a otra persona, ni tampoco a que la odie. Esta es la razón por la cual el Señor nos otorgó al crearnos, el libre albedrío para que libremente podámos acudir a su amor y solo por razón de amor. Indudablemente, el Señor corrió un riesgo que sigue corriéndolo, y es el de que esta libertad que nos regala,  no la empleásemos o la empleemos, en amarle a Él, sino en ofenderle y llegar inclusive a la antítesis del amor que es el odio, pues también para odiar se necesita el libre albedrío.

 

Una vez que abandonemos este mundo, ya hemos demostrado lo que podemos dar de sí y el libre albedrío, ya no tiene razón de ser. Con el grado de amor que tengamos en el momento de abandonar este mundo, con ese mismo grado nos quedaremos para toda la eternidad. En esa situación tendremos la limitación de no poder pecar u ofender ya a Dios en nada, pero también estaremos limitados en no poder aumentar nuestro grado de amor y subsiguientemente, el tamaño de la gloria alcanzada, al momento de nuestra salida de este mundo. Careceremos de la posibilidad de crear méritos en nuestro amor a Dios, de la misma forma que careceremos de la posibilidad de odiar a nadie, y mucho menos de ofender al Señor.

 

Muchos piensan que lo verdaderamente importante es salvarse, es decir, alcanzar el cielo. Pero hay algo más, en muchos nace el legítimo deseo de alcanzar una gran gloria, y por ello trabajan y se afanan, dentro de las posibilidades que el Señor nos ofrece, que son ilimitadas. En la vida espiritual se suele decir que conformarse o estancarse, es retroceder y desde luego que así es. Viene aquí a cuento un importante pasaje evangélico, al parecer sucedieron los hechos, sobre la primera quincena de marzo del año 30, posiblemente en Efraím o Jericó: “Entonces se le acerco la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose para pedirle algo. Díjole Él: ¿Que quieres? Ella le contesto: Di que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en su reino. Respondiendo Jesús, les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber? Dijéronle: Podemos. Él les respondió: Beberéis mi cáliz, pero sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mi otorgarlo; es para aquellos para quienes esta dispuesto por mi Padre. Oyendo esto, los diez se enojaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, llamándolos a sí, les dijo: Vosotros sabéis que los príncipes de las naciones las subyugan y que los grandes imperan sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo,  así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. (Mt 20,20-28).

 

Es importante el comentario del anterior pasaje evangélico. El Señor no censuró la ambición de ser más, ni en el caso de los hijos del Zebedeo, ni en los demás cuando ellos se indignaron, ante la petición de la madre de los hijos del Zebedeo. Es más, el Señor no solo no les censuro su ambición, sino que les señaló el camino para alcanzar el objetivo de su ambición, diciéndoles que para ser grande en los Reinos de los cielos,  esto se logra, sirviendo a los demás. En resumidas cuentas les indicó que el más humilde servidor de los demás, será el día de mañana el más grande en el Reino de los cielos. Es bueno y laudable aspirar al máximo en la vida espiritual y nuestro campo de actuación carece de límites. Pero eso sí el avance en este campo, está centrado en beber muchos amargos cálices, porque esa bebida cada día nos irá fortaleciendo más, y nos dará el día de mañana una gran gloria, si es que hemos sido capaces de aceptar la voluntad del Señor y agradecerle todo lo que recibamos de Él, sea bueno o sea malo, porque lo que Él permite o nos envía es lo que más nos conviene, aunque nosotros no lo comprendamos ni así lo veamos  

 

Aquí abajo, es como si estuviésemos construyendo una vasija, que el día de mañana el Señor, la llenará hasta los bordes con la gloria que nos corresponda. Si somos capaces de construir una gran vasija, grande será la gloria que tendremos, si la vasija es raquítica, raquítica será nuestra futura gloria. Por ello es importante ser ambicioso en nuestra vida espiritual y no regatear esfuerzos ni buscar situaciones acomodaticias. Si queremos recibir el todo, previamente hemos de dar el todo de nuestro ser y de nuestro amor, al que más nos quiere que es el Señor.

 

Puede ser que esta desigual situación de gloria que se dará en el cielo, le haga pensar a más de uno que se darán envidias. Imposible porque todo el mundo recibirá el pleno de lo que es capaz de asimilar. En el orden material por ejemplo, yo solo soy capaz de comerme un par de huevos fritos, y me contaron el caso que una persona que habitualmente se come una docena. En ningún momento he sentido envidia de ese comilón, no creo que nadie la sienta. Cada uno recibiremos la plenitud de gloria que podemos soportar, y para la que aquí abajo nos hemos preparado para soportar.

 

La próxima glosa de mañana o pasado mañana se la dedicaremos a las limitaciones del infierno, que también las tiene.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

            Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL. Isbn. 978-84-611-7919-0.

-        Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ. Isbn. 978-84-611-5491-3.

-        ¿Qué es el cielo? Glosa del 16-10-09

-        Imaginar el cielo. Glosa del15-03-10

-        Creados para la eternidad            . Glosa del 21-03-11

-        Más allá de esta vida. Glosa del 21-07-11

 

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