El escándalo de la cruz
El escándalo de la cruz
Cuando Jesús, directa o indirectamente, tocaba el tema de la cruz, explicando lo que tarde o temprano, iba a sucederle, no sólo desconcertaba a los ancianos y fariseos, sino también a sus propios discípulos, empezando por el apóstol Pedro, quien casi siempre intentaba disuadirlo, hasta que un buen día, Jesús decidió reprenderlo, llamándolo Satanás (Cfr. Mc. 8, 33), porque su pensamiento estaba demasiado apegado a las cosas de la tierra. La cruz siempre ha sido un hecho desconcertante, casi una locura, porque nuestra forma de ver o medir el alcance de los acontecimientos, bajo la mentalidad dualista, es decir, entre el triunfo y la derrota, no coincide con la lógica de Dios. Al igual que Pedro, el tema del sufrimiento nos incomoda, pues no siempre sabemos cómo reaccionar ante esta realidad humana.
Existe la tentación de evadir el dolor, es decir, negar el problema que se nos está presentando, como si eso fuera capaz de resolverlo. Jesús no quiere que busquemos el sufrimiento, pero si nos pide que seamos capaces de enfrentarlo, a partir de un ángulo de visión, marcado por la esperanza y, sobre todo, por la confianza de sabernos en sus manos. Los problemas, no se resuelven con los vicios; al contrario, se hacen todavía más grandes, es por esto, que Jesús sale a nuestro encuentro, humanizando la cruz, para que seamos capaces de ser felices, aún en medio de los hechos que nos duelen y desconciertan. Jesús está de nuestra parte y eso nos fortalece.
Algunos prefieren enfrentarse al dolor, llenos de odio y amargura, sin embargo, quienes le apostamos a la causa de Cristo, tenemos que vivir las crisis y tensiones de la vida, como nuevas oportunidades para crecer y, desde ahí, liberarnos de todas aquellas ataduras que nos impiden ser realmente felices. Dios no quiere que vivamos sufriendo, sino que sepamos llevar, con amor y esperanza, la cruz de cada día, teniendo en cuenta que él nos acompaña a cada paso que damos. En conclusión, se trata de confiar en Jesús.
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