Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Las cuatro estaciones

por Juan del Carmelo

          Cualquier vida humana, por anodina que nos pueda parecer, es muy rica en vivencias…, porque todos como hijos de Dios estamos convocados a ese gran banquete celestial, que será eterno, y con el que nuestro Padre celestial, quiere premiarnos por nuestra constancia en el amor a Él, aquí abajo. Pero para ello, para acceder al cielo, demostrándole nuestro amor al Señor, es necesario que sostengamos una lucha interior. Esta lucha es llamada ascética, y por medio de ella, hemos de vencer esas invisibles y malignas fuerzas, que no nos permiten, que seamos producto del espíritu y quieren que seamos producto de la carne.

 

            De todas las vivencias humanas, sobre todo de aquellas de las que podemos llegar a tener conocimiento, siempre podemos sacar provecho, para tener más armas con las que luchar ascéticamente. Es por ello, que siempre procuro aprovechar todas aquellas historias, reales o ficticias, que caen en mis manos, tratando siempre de destacar el lado de ellas, del que más provecho podamos obtener. Así hoy les cuento lo siguiente:

 

“Había un hombre, que tenía cuatro hijos. El buscaba que ellos aprendieran a no juzgar las cosas y sobre todo las personas rápidamente, sobre todo al primer golpe de vista, sino que siempre sopesaran y juzgaran teniendo en cuenta las circunstancias, que rodeaban lo que veían. Y para ello envío a sus cuatro hijos a cada uno de ellos, por turnos a ver un árbol de peras que estaba a una gran distancia.

El primer de los hijos fue en el invierno, el segundo en primavera, el tercero en verano y el cuarto en el otoño. Cuando todos ellos habían ido y regresado, el los llamo y juntos les pidió que describieran lo que habían visto.

El primer hijo menciono que el árbol era horrible, doblado y retorcido, que había que cortar para leña, pues no servía para nada.

El segundo dijo que no, que no estaba tan mal el árbol, ya que estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas.

El tercer hijo no estuvo de acuerdo con los otros dos, ya que él dijo que estaba cargado de flores, que tenia aroma muy dulce y se veía muy hermoso, que era la cosa más llena de gracia que jamás había visto.

El último de los hijos, no estuvo de acuerdo con ninguno de los otros tres y dijo que el árbol, estaba maduro y marchitándose de tanto fruto, lleno de vida y satisfacción.

Entonces el hombre les explico a sus hijos que todos tenían la razón, porque ellos solo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol. Él les dijo a todos, que no deben de juzgar a un árbol, o a una persona, por solo ver una de sus temporadas, y que la esencia de lo que son, el placer, regocijo y amor que viene con la vida puede ser solo medida al final, cuando todas las estaciones han pasado.

Si tú te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño.

 

Claro que el que se encuentre en la cuarta estación de su vida, pensará: A mí ya no me queda la posibilidad de disfrutar de la promesa de la primavera, ni de la belleza del verano, ni de la satisfacción del otoño, y se equivoca de cabo a rabo. No todas las experiencias de quienes estamos ya en la cuarta estación son iguales, lo reconozco, pero aun así, aunque creamos que una ha sido mejor que la otra, todas han tenido su encanto. Y si en alguna de las estaciones anteriores, nos empeñamos en pensar que  fue muy mala, o inclusive que esta cuarta es la peor, estamos equivocados. Cada una ha sido como Dios quería que fuese y la finalidad última de cada una, fuese buena o mala, siempre ha sido, diseñada por el Señor para que acudiésemos a la convocatoria de su amor.

 

No debemos nunca mirar para atrás, ello siempre es un algo negativo. Porque si lo que miramos y tratamos de ver fue negativo, buena gana de volver  a sufrir por segunda vez, recordando lo pasado. Y si por el contrario fue positivo lo que queremos recordar, siempre nos aparecerá el fantasma de la nostalgia, que nos incitará a refugiarnos en pasados recuerdos y lo que es peor, nos apegará aún más de lo que ya estamos apegados, a este mundo; cuando lo que debemos de hacer, es ir soltando todo el lastre, que hemos acumulado durante tantos años y que nos recorta las alas, que el Señor quiere darnos para que volemos hacia su amor.

 

Conozco a más de uno que como yo mismo, pensamos y damos gracias a Dios, de habernos permitido llegar a saborear el fruto de nuestras vidas, aunque sea con achaques o imposibilitado y sentado en una silla, porque el mundo, no es más que aquello que queramos nosotros que sea, viéndolo y mirándolo con los ojos de nuestra alma, no con los de nuestro cuerpo. Pero a esta conclusión solo suelen llegar unos pocos de la cuarta estación, y algún privilegiado miembro de anteriores estaciones, que Dios lo tiene señalado como especial pertenencia suya.

 

            La verdadera alegría de vivir, no la da la juventud ni el dinero en la senectud, sino la plena convicción, de que a uno le pasa lo mismo que le pasó a San Pablo cuando escribió: "Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación” (2Tm 4,6-8).

 

            El dinero y los bienes en la vejez, atesorados con la esperanza de que esta fuese tranquila sin sobresaltos y dulce, al final uno ve que se ha equivocado, porque: ¿Quién en posesión de bienes materiales, no tiene a su alrededor una bandada de cuervos esperando, repartirse sus despojos?

 

            Flavio Josefo, fue un general judío que, inteligente pero traidoramente se pasó a los romanos, concretamente a su general enemigo que era Vespasiano, al que le vaticinó que llegaría a ser emperador, como así fue, lo que le valió su entrada como miembro de la nobleza romana y su elevado status personal en Roma. Pues bien Josefo escribió una historia del pueblo judío, en la que describe el fin de Herodes el grande, el que quiso degollar al Niño Jesús. Y su vejez y muerte, convendría que muchos la leyeran, para que comprendiesen lo que es y cómo se obtiene la felicidad en el invierno de la vida.

 

Hay un principio muy claro, que todos habríamos de tener siempre presente, y es que de espaldas al Señor, en esta vida es imposible ser feliz. Y este principio no solo es aplicable a ca cuarta edad, sino a cualquier edad del hombre. Es difícil de entender este principio, porque muchos piensan, que es en el dios dinero, donde se encuentra la felicidad y olvidan que esta, no es un don humano, sino divino. El obispo Fulton Sheen escribe que: “El amasar bienes ejerce sobre el alma el peculiar efecto de intensificar en ella el deseo de ganancia. Lo que con frecuencia es lujuria en la juventud, se torna avaricia en la vejez. Si se entregasen a la gran alegría de dar y respondieran a las llamadas de la piedad, sentirían una gran emoción practicando la benevolencia. Mayor es el placer de ejercerla que la alegría de recibir”.

 

Al transcurrir la vida dentro de su etapa invernal, el éxito humano decae, y al disminuir el esplendor de su vida se hace uno más consciente de la inmensa belleza de la vida interior. Es entonces cuando uno tiene muchas más posibilidades de tomar el camino de la Luz, aunque no faltan desgraciadamente los que yerran el camino y escogen el de las tinieblas. Nadie se debe de lamentar porque su vida exterior se vaya desmoronando, al igual que su cuerpo, que a duras penas se mantiene tomando diariamente un porrón de pastillas, porque nuestra vida interior, si caminamos por la Luz, se va fortaleciendo cada día más, ya que nuestra alma se va liberando de la cárcel de nuestro cuerpo, lo que nos permite ver con más claridad, la cantidad de tonterías que hemos  hecho y el tiempo que hemos perdido a lo largo de nuestra vida, sin reparar en la Verdad, que Tú representas Señor.

 

Dichoso, Señor aquel que a Ti se entrega en su juventud y perdura hasta su senectud, y también el que se te entrega en senectud, pues más vale tarde que nunca, y en todo caso, conforme a la parábola de los viñadores, no está en Ti pagar en razón del tiempo, sino en razón del amor que a Ti se te entregue, devolviendo el previamente recibido.

 

Sigamos el ejemplo de San Pablo que nos dice: “Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros. Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.  Por lo cual no desmayamos, sino que mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día, Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable y no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son temporales; las invisibles eternas” (2Co 4,14-18).

 

¿Y qué decir del que en el invierno de su vida sigue emperrado en caminar hacia las tinieblas? Se me ocurre pensar que en el orden material, existe un refrán que dice: “El que a los cuarenta no es rico, borrico”. Parangonando este refrán en el orden espiritual podríamos afirmar, que aquel que en su vejez no ha sido capaz aún, de reencontrarse con su Creador, desde luego que es un perfecto borrico, al que mal futuro se le avecina.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ. Isbn. 978-84-611-5491-3.

-        ¿Y después qué? Glosa del 04-01-10

-        Alegría en la vejez. Glosa del 08-07-10

-        Tristezas y alegrías en la senectud. Glosa del 16-10-10

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