Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Mendigo de amor.

por Juan del Carmelo

La sed que Dios tiene de nosotros amor, es una realidad…, que se palpa, que la siente sobre todo la persona que vive en la gracia de Dios, y día a día avanza en el desarrollo espiritual de su alma. Es un algo incomprensible y que no solo resulta incomprensible para nosotros mismos, sino más incomprensible aún, les resulta a los propios ángeles, que no acaban de ver, ni comprender, hasta donde llega el amor de Dios a los humanos, para que el mismo Dios en la segunda persona de la Santísima Trinidad, haya bajado al mundo y se haya dejado torturar y crucificar por puro amor a nosotros, y lo que es más; lo estaría dispuesto a realizar una y otra vez, y las veces que fuesen necesaria, por el puro amor, a cada uno de nosotros, esto es, individualmente, porque la omnipotencia de Dios, le permite amarnos individualmente a cada uno de los millones de seres humanos por Él creados. “Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El” (Jn 3,1617).

 

Pero no acaba aquí, el asombro de los ángeles, que deben de preguntarse: ¿Pero que tienen los humanos? ¿Qué es lo que le dan o le ofrecen al Señor? Ya que lo que ellos ven, es el manifiesto menosprecio con que tratamos al Señor, a pesar de la tremenda realidad de que el Señor nos ama, sin límite alguno, como todo lo que es manifestación de su naturaleza, ya que Él es un Ser, no una criatura, pues nadie le ha creado, es un Ser repito, que es absolutamente ilimitado en todas sus manifestaciones.

 

Este amor desmesurado de Dios, esta sed de amor nuestros que el Señor tiene hacia el hombre, ha dado pie a que al Señor, se le llame, “el mendigo del amor”, tal es la idea que más de uno se forma viendo las atenciones y amor de Dios al hombre y el menosprecio con que él hombre, le trata y corresponde. ¡Ah insensatos humanos! Cuanto lamentaréis el día de mañana, no haber calmado la sed de Dios, con la ofrenda de vuestro amor a Él.

 

Fue Santa Teresa de Lisieux, la que ardientemente solía referirse a Jesús llamándole mendigo, intentando, así, convencernos de lo profundamente sediento que Él está de nuestro amor. Santa Teresa de Lisieux escribía: Jesús, “se hace pobre para que nosotros podamos darle limosna, nos tiende la mano como un mendigo (…). El mismo Jesús (…) es quien busca nuestro amor, quien lo mendiga, no quiere tomar nada si no se lo damos”. Él que todo lo puede, todo lo dispone, respeta nuestro libre albedrío, que Él mismo nos ha dado, y no toma nada nuestro, que en realidad es de Él mismo, si no se lo ofrecemos. Y nosotros somos tan estúpidos y soberbios, que nos creemos que tenemos algo, incluso los hay que han llegado a creerse, que la obra de Dios, es solo fruto de una evolución casual. Dentro de poco, es posible que veamos que el hombre en su soberbia, pretenda que Dios les dé las gracias por lo que ellos y solo ellos han realizado.

 

El amor que Dios nos tiene resulta completamente  incomprensible. Y es incomprensible porque si tratamos de analizarlo, nosotros usaremos para ello nuestros parámetros de seres limitados y como tales, tenemos egoísmo, falta de entrega, somos inconstantes, mancillamos la pureza del amor buscando contraprestación a lo poco, que míseramente somos capaces de darle a Él y si realizamos una entrega de algo de nuestro amor, esta siempre es parcial, necesitamos guardarnos algo para nosotros porque somos desconfiados de perder la seguridad que nos obsesiona. Nunca acabamos de entregarnos plenamente en sus brazos amorosos. Y nos perdemos la dicha que proporciona a un alma la entrega sin condiciones al Señor.

 

Todo amor emana siempre de Dios, Él es la fuente de todo lo creado y lo increado, y desde luego también del amor. Lo nuestro, nuestro amor, aquello de lo que somos capaces de dar y que nos creemos que generamos, es solo un pálido reflejo del amor que Dios nos tiene. Nuestro amor se genera en el amor de Dios, en el amor que Dios nos tiene. San Juan el discípulo del amor, en sus epístolas directa o indirectamente nos hace ver que nuestro amor solo es un reflejo de ese incomprensible amor para nosotros, que Dios nos tiene. Así podemos leer: “Carísimos amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor” (1Jn 4,7-8). La caridad, el amor, procede de Dios nos dice claramente San Juan, y más adelante vuelve a decir: "Quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero”. (1Jn 4,19). Por su parte San Pablo ahondando en la misma idea de Dios como única fuente del amor, escribe: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros”. (Rm 5,5).

 

Y siendo por tanto, nuestro amor, como antes hemos dicho, un pálido reflejo del amor de Dios, no resulta nada extraño que el amor de Dios a nosotros sea para nosotros incomprensible, entre otras razones, porque nunca, aunque amemos mucho, nunca repito, seremos capaces de alcanzar el grado de amor que Dios nos tiene a nosotros. Dios es un Ser ilimitado y todo en Él, carece de límites, su amor es ilimitado, por el contrario nosotros somos criaturas limitadas y nuestra amor también es limitado, como lo es todo lo que pueda emanar de nosotros, que somos criaturas, de materia y espíritu, formadas de barro y del soplo divino que nos infundió nuestra alma inmortal.

 

Dios, por amor al ser humano, y solo exclusivamente por razón de amor, Dios creó el mundo. Y casi me atrevería a afirmar, que creó el universo solo por nosotros y para nosotros, pues esas historias de los extraterrestres, están aún pendientes de comprobarse, y es que la imaginación humana, esa gran aliada que tiene el demonio tiene contra nosotros mismos, está continuamente confundiendo los deseos con las realidades. De Dios emanó la materia, ya que ella, como orden inferior fue creada por el orden superior, que es el Espíritu. Dios es solamente Espíritu puro, Espíritu puro de amor. Y por amor a nosotros, tomo cuerpo material como lo tenemos nosotros, y fue torturado y crucificado, por aquellos mismos a los que el vino a redimir y sacarnos de las garras del maligno.

 

Pero en donde más se pone de manifiesto lo incomprensible de  esa sed de amor, de Dios a sus criaturas es en el hecho de la creación. ¿Qué necesidad tenía Dios de crearnos a nosotros? Ninguna, a este respecto San Francisco de Sales escribía: “Dios no te ha puesto en este mundo por alguna necesidad que tuviese de ti, que eres del todo inútil; más solamente para ejercer en ti su bondad, dándote su gracia y su gloria”.

 

Es una característica del amor la de ser expansivo y el desear, el bien del ser amado y tener una buena voluntad hacia el amado. Y nosotros hemos sido creados exclusivamente por amor. Para Carlo Caffarra: “La persona humana ha sido creada, para que participe en Cristo, mediante el Espíritu de la misma vida de Dios, convirtiéndose, de este modo, en el lugar en el cual la gloria de Dios se manifiesta”.  Es decir o dicho de otra forma, nosotros somos la gloria de Dios, somos la expresión de esa gloria y si pecamos mancillamos esa gloria que somos, porque no olvidemos que fuimos creados todos y cada uno de nosotros a imagen y semejanza de Dios. Este es nuestro orgullo, el ser la gloria de Dios.

 

Dios trinitario, acostumbrado desde toda la eternidad a un amor interpersonal de pureza perfecta, ha sido, totalmente desinteresado en su obra creadora, no pensando en modo alguno en Sí mismo, en su recreo o en su satisfacción personal, sino únicamente en el bien y en el interés de sus criaturas a las que quiso dar todo lo que Él es y todo lo que tiene, excepto algo cuya importancia crecerá a raíz del pecado original; no les ha dado, ni les dará jamás, su inalienable naturaleza de Creador. Serán pues criaturas eternamente felices y se beneficiarán de Sus dones no por naturaleza, sino por la gracia donada.

 

Son varios los exégetas que con similares palabras expresan la misma idea de que el primordial propósito de la creación fue, que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor.…. La grandeza y la felicidad de los seres inteligentes consisten en la fidelidad con que reflejan las perfecciones de Dios en sí mismos. De ahí se deriva que la gloria de Dios y la felicidad de la criatura fiel son materialmente, aunque no formalmente idénticas. Asimismo para el teólogo dominico Antonio Royo Marín, “La razón de ser y el último porqué de la Creación universal es: La gloria de Dios, como fin último absoluto. Nuestra felicidad eterna, como fin último relativo. No hay más. Eso es todo”. Pero es conveniente añadir a esta certera opinión, que para que se realice plenamente la finalidad de hacernos felices, nosotros solo hemos de hacer una cosa muy sencilla: admitir esa felicidad admitiendo a Dios en nuestras almas, con la mayor pequeña parte que podamos ofrecerlo de su propio amor. De ese amor incomprensible que sin darnos cuenta nos envuelve y nos sostiene cada minuto de nuestras vidas.

 

Ya antes hemos dicho que todo amor emana siempre de Dios, Él es la fuente de todo lo creado y lo increado, y desde luego del amor. Y si hemos sido creados, para que en nosotros se manifieste la gloria del Señor, resulta lógica la existencia de ese amor incomprensible que Él nos tiene, como creación suya

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. AMAR A DIOS. Isbn. 978-84-611-6450-9.

-        Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS. Isbn. 978-84-611-79101.

-        Amor incomprensible. Glosa del 0312-09

-        Amar y ser amados. Glosa del 20-0110

-        ¿Pero, es verdad que Dios nos ama? Glosa del 25-0410

-        Amor de Dios individualizado. Glosa del 27-0410

 

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