Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Nuestra coronación

por Juan del Carmelo

           Quizás alguno, le resulte un poco chocante el título de esta glosa. Pero es el caso, de que conforme a nuestras creencias, las de quienes las tengan naturalmente, hemos venido a este mundo a superar una prueba, una prueba de amor al Señor, nuestro Padre celestial y aquellos que logren superarla, serán coronados, serán deificados con la gloria de su Padre celestial. Desde el bautismo todos somos hijos adoptivos del Señor, y después de terminar en esta vida, esta condición de hijos de Dios se nos ratificará si es que hemos aceptado el amor de nuestro Padre celestial, si no es así, habremos escogido ir a las tinieblas de Pedro Botero.

 

            San Pablo tiene un bello pasaje en su segunda epístola a Timoteo, que dice: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación” (2Tm 4,6-8). Desde luego que nadie puede tildar a San Pablo de falsa modestia. No se debe de ir por la vida, acusándose uno de pecador sin remedio, que no puede aspirar a la Jerusalén celestial: Primero, porque no hay pecado por terrible que sea, que el Señor no esté dispuesto a perdonar y en segundo lugar, si uno vive en la gracia y en la amistad de Dios, siempre será una persona alegre, porque la tristeza es un patrimonio de satanás. De otro lado nadie debe de ocultar su amistad con el Señor, pues bien claro no lo dejó dicho Él: "Pues a todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesare delante de mi Padre, que está en los cielos: pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo le negare también delante de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 10,32-33).

 

            Si perseveramos en nuestra fe, todos los llamados, seremos coronados, es decir, salvados. Y no tenemos razones para pensar lo contrario, si es que luchamos en conservar nuestra fe y mantener el amor al Señor, pues de la misma manera que nos cuesta desarraigar nuestros vicios; más le cuesta al demonio desarraigarnos de nuestras virtudes con sus tentaciones. Juan Pablo II en su “Vida de Cristo” nos dice: “Salvar, quiere decir: liberar del mal. Jesucristo es el salvador del mundo porque ha venido a liberar al hombre de ese mal fundamental, que ha invadido la intimidad del hombre a lo largo de toda su historia”.

 

Nadie tiene, desde luego, la salvación asegurada al 100%, salvo el caso de una revelación privada del Señor, y si estrictamente nos atenemos a las palabras de San Pedro en su primera epístola, el tema lo hace muy inquietante, por ser muy poco consoladoras sus palabras cuando escribe: “Y si el justo a duras penas se salva, ¿que será del impío y del pecador?”. (1Pe 4,18). Y sin embargo San Pablo más en línea con lo que antes hemos escrito, nos dice: “No tienen que temer ser condenados los que están unidos a Cristo y no viven según los deseos de la carne” (Rm 8,1). Y en otra epístola a los Gálatas, San Pablo nos dice: “Lo que uno siembre eso cosechara. El que siembra para la carne, de ella cosechara corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechara vida eterna” (Ga 6,7b-8). En otras palabras, existe el aforismo, que dice: Como se vive se muere.

 

            En este tema de la salvación, nos conviene tener las ideas muy claras, porque es mucho lo que nos jugamos y son varios los principios fundamentales, que siempre hemos de no olvidar:

            1º.- El Señor está más interesado en tu salvación que tú mismo, y Él hará lo posible y lo imposible porque te salves, pero siempre que no tenga que violar el libre albedrio del que te ha dotado.

            2º.- Dios puede hacer milagros, para la salvación de cualquiera incluido un impenitente pecador arrepentido, pero lo que no puede hacer, es salvar a nadie contra su voluntad. Decía San Agustín: “Dios que te creo sin ti, no quiere salvarte sin ti”.

            3º.- Por ello se dice que solo hay dos clases de personas: la que le dice a Dios: “Hágase Tu voluntad”, y aquellas a quienes es Dios, quién les dice en el último instante: “Hágase tu voluntad”. Todos los que están en el infierno lo han decidido así. Sin ésta auto elección no podría existir el infierno. Ningún alma que desee la felicidad seria y constantemente la perderá. Lo que no se puede hacer es tratar de jugar con dos barajas, con el Señor.

            4º.- Sin la oración no hay salvación posible. San Alfonso María Ligorio decía: “El que reza, ciertamente se salva; el que no reza, se condena. Todos los condenados se han condenado porque no han hecho oración; si hubieran orado con constancia, se hubieran salvado”. A sensu contrario es sabido que: El hombre que nunca cesa de pedir la gracia de su salvación, está seguro de que irá al cielo.

            5º.- Dios no niega su ayuda al hombre que hace cuánto puede, en la medida de sus fuerzas. Porque el ardiente deseo de salvarse engendra siempre la salvación eterna.

            6º.- Es suicida el confiar la salvación eterna a la misericordia divina, la cual nunca se genera, si previamente no hay un arrepentimiento. Benedicto XVI, cuando era cardenal Ratzinger, escribía: “Para el verdadero creyente resulta claro, que no es posible emplear la seguridad del perdón divino como un salvoconducto para el desenfreno”.

            7º.- Asegura Royo Marín, que: “La devoción entrañable a la Virgen ha sido considerada siempre como una gran señal de predestinación, y en su voluntaria y sistemática omisión se ha visto siempre una de las más pavorosas señales de eterna condenación”.  Y si alguien quiere reforzar su salvación y tener seguridad plena en ella ha de acudirse a la Virgen, porque: La devoción entrañable a la Virgen ha sido considerada siempre como una gran señal de predestinación, y en su voluntaria y sistemática omisión se ha visto siempre una de las más pavorosas señales de eterna condenación

 

            Y sobre todo el amor, el amor y el amor al Señor. Es imposible que aquel que haya amado de verdad no sea al final coronado. Él nos ama mucho más de lo que nadie sea capaz de imaginar, y si  encuentra un alma enamorada de Él, la protege de tal forma y con tal cúmulo de gracias, que al demonio le resulta imposible abatir esta alma con sus tentaciones.

    

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ. Isbn. 978-84-611-5491-3.

-        Libro. RELACIONARSE CON DIOS. Isbn. 978-84-612-2058-8.

-        Prueba de amor. Glosa del 08-10-09

-        Solo la Verdad salva. Glosa del  26-01-11

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