El éxodo israelita y el nuestro
por Juan del Carmelo
La palabra o el término judío, tiene un cierto sentido peyorativo para nosotros. Quizás porque en toda Europa, en siglos pasados y más recientemente en la Alemania del s. XX, el pueblo de Israel ha tenido muy mala prensa, y aún hoy en día, hay personas y círculos en los que lo sigue teniendo. Muchos cristianos que se confiesan devotos de Cristo, olvidan que tanto Él, como su Madre María eran judíos de pura cepa. Que la Biblia que es nuestro libro santo, está íntegramente redactada por judíos, porque judíos eran los apóstoles, los profetas, los jueces y los reyes de Israel. Por todo ello prefiero emplear en esta glosa y en general en mis escritos, el término israelita.
El Éxodo, es el segundo libro de los cinco que forman el Pentateuco. Los israelitas denominaban estos libros por la segunda palabra de su comienzo. En la Santa Sede se denominan los documentos papales, por la primera frase del comienzo. Éxodo significa salida, aunque actualmente más es sinónimo de emigración. El Éxodo es un libro con connotaciones históricas, pues nos relata los hechos sucedidos a partir del año 1.447 a.C. reinando en Egipto el faraón Tutmosis III o Ramsés II, el tema no está clarificado.
Básicamente se sabe, que al final de sus días, Jacob y todos sus hijos se establecieron en Egipto, bajo la protección de José, mano derecha del faraón reinante, pero este faraón falleció y le siguieron otros que sometieron al pueblo de Israel en esclavitud. Israel clamó y el Señor escuchó su clamor, enviando a Moisés, para que lo sacara de la esclavitud del faraón. Moisés cumplió su cometido e Israel salió de Egipto, haciéndole cruzar el Mar rojo, pero hubo de estar 40 años deambulando por el desierto, antes de poder cruzar el Jordán a la altura de Jericó y conquistar la tierra prometido por el Señor.
Han transcurridos 3.447 años, desde entonces pero no ha desaparecido el gran paralelismo que existe entre el éxodo del pueblo de Israel, y nuestras vidas. Veamos: Israel, antes de salir de Egipto y ver como el Señor, vencía al ejército del Faraón en el cruce del Mar rojo, era esclavo del Faraón y quería liberarse de él, es el cruce del agua del Mar rojo lo que hace libre a Israel de las cadenas de Faraón.
Nosotros llegamos a este mundo con las cadenas del demonio puestas, se las puso a nuestros primeros padres, y como nadie puede dar más que lo que él tiene, Adán y Eva, nos legaron las cadenas de la esclavitud al demonio, llamadas pecado original. Las aguas del mar rojo, rompieron las cadenas del pueblo de Israel. Las aguas de nuestro bautismo, nos rompen las cadenas del demonio. Es triste ver que existen personas bautizadas, que ignorantes del tremendo significado que tienen las aguas bautismales, el demonio les echa mano de tal forma, que llegan incluso al absurdo de pedir que les desbauticen.
Durante cuarenta años, prácticamente es el periodo de vida de una persona actualmente en países subdesarrollados y hace años también era el término medio de vida en la Edad media. Cuarenta años es el periodo de tiempo que es Señor quiere que Israel deambule por el desierto del Sinaí Estos cuarenta años, es una larga, bonita y triste historia de fidelidades, promesa, e infidelidades al Señor. Llega un momento en el que el Señor en su ira, le propone a Moisés, eliminar al pueblo de Israel, y formar con sus descendientes, otro pueblo. Moisés logra disuadir al Señor, invocándole las promesas suyas a los tres patriarcas. Abraham, Isaac y Jacob.
Es la historia de nuestra vida, llena de promesas e infidelidades al Señor. Cuantas veces, locamente hemos ofendido al Señor y cuanta paciencia ha tenido Él, con nosotros. Israel tuvo a Moisés, como mediador, para calmar al Señor, pero nosotros hemos sido mucho más afortunados hemos tenido al mismo Hijo de Dios, a Jesucristo y a su Madre María, la que es para nosotros, nuestra mediadora con el Señor, porque aunque todavía no sea dogma de fe, es sabido que todas las gracias y dones que recibimos del Señor, lo son pasando por María nuestra Madre. Él tiene mucha paciencia, Él no quiere la muerte del pecador, quiere su arrepentimiento y que acepte su amor, pero aun así y con tanta generosidad, el mundo está lleno de locos que juegan a la ruleta rusa.
Cuando se acaban los cuarenta años, Israel llega a la orilla oriental del Jordán. Y otra vez, surge el simbolismo del agua. El pueblo de Israel, está frente al agua: es tremendo el simbolismo que el agua tiene en nuestras vidas espirituales. Desde esa orilla, Israel contempla Jericó, la ciudad de clima más templado de toda Palestina, con generosas huertas y más que abundante vegetación. Contemplan sus grandes murallas, y es aquí donde van a comenzar la felicidad del Israel, porque llegan a la tierra prometida, a la tierra que mana leche y miel, pero antes han de cruzar el Jordán, caudaloso en esa época del año. “Apenas llegaron al Jordán y sus pies Los que portaban el Arca de la Alianza) tocaron el borde de las aguas –el Jordán se desborda por sus dos orillas durante todo el tiempo de la cosecha– las aguas detuvieron su curso: las que venían de arriba se amontonaron a una gran distancia, cerca de Adam, la ciudad que está junto a Sartán; y las que bajaban hacia el mar de la Arabá –el mar de la Sal – quedaron completamente cortadas. Así el pueblo cruzó a la altura de Jericó” (Jos 3,16-15).
El cruce del Jordán, cambio la suerte de Israel, a partir de aquel momento, todo fueron victorias y triunfos para los israelitas. Al toque de las trompetas se derrumbaron las temidas murallas de Jericó y al mando de Josué, que fue el ayudante y sucesor de Moisés, el pueblo de Israel conquistó la tierra prometida. Israel había concluido su peregrinaje.
Cruzar el Jordán tiene siempre un simbolismo relacionado, con el paso de un mundo a otro. Elías, posiblemente el más grande profeta de Israel después de Moisés, sabemos que al borde del Jordán con su manto enrollado en un brazo, golpeó las aguas y estas se separaron, pudiendo cruzar a pie enjuto el Jordán acompañado por el profeta Eliseo. Y en medio del río, un carro de fuego arrebató de este mundo a Elías y se lo llevó a los cielos (2R 2,1-14).
Nosotros, al igual que el pueblo de Israel en el desierto, a lo largo de nuestra vida hemos tenido nuestras infidelidades y fidelidades en nuestro peregrinaje por este mundo, y un día que ignoramos cual será, También cruzaremos nuestro río Jordán, para alcanzar la orilla de Jericó, porque es de esta forma como podremos cruzar las puertas de la Jerusalén celestial, que está esperándonos como a los israelitas les esperaba la tierra prometida, que mana leche y miel.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. DEL SUFRIMIENTO A LA FELICIDAD. Isbn. 978-84-609-99-85-0.
- Luchas humanas. Glosa del 10-04-11
-¿Pero yo que hago aquí? Glosa del 09-05-10
- Sin pena ni gloria. Glosa del 13-05-10